El Mercurio, 12/9/2008
Opinión

Peligrosos estereotipos

David Gallagher.

Las convenciones de los partidos políticos norteamericanos fueron una lección en democracia. Una que ojalá aprendieran los partidos en Chile, capturados como están por un puñado de líderes que, abusando de la legitimidad que adquirieron durante el retorno a la democracia, ahora ponen a la democracia en riesgo, por no someterse a primarias o a elecciones internas amplias.

Es cierto que las arengas que se escucharon en Denver y Saint Paul fueron algo primitivas. Pero las convenciones son para apasionar a las huestes. Felizmente, como senadores o gobernadores o presidentes, los oradores generalmente vuelven a la realidad de un mundo más complejo. Generalmente. Porque, en los últimos ocho años, la Casa Blanca ha percibido el mundo a través de estereotipos.

El resultado ha sido malo para Estados Unidos y para el mundo. Hace ocho años, Estados Unidos disfrutaba de un capital moral único, tras el derrumbe de las utopías comunistas. Eso se ha perdido. Hoy, Estados Unidos tiene poca autoridad para reclamar cuando siente que otra potencia ha cometido una agresión. Eso se vio en agosto, durante la pequeña guerra en el Cáucaso. Para restaurar el capital moral de su país, el nuevo Presidente debe demostrar que entiende el mundo en toda su complejidad.

Uno de los discursos más primitivos en Saint Paul fue el de Rudy Giuliani. Para comprobar lo incapaz que sería Obama para conducir la política exterior, evocó la reacción matizada de éste a los eventos en el Cáucaso. Mientras McCain condenaba la vil intervención rusa, Obama insinuaba que cabía mediar entre los dos lados, dijo Giuliani, riéndose, con su risa artificial de político. Los delegados se rieron también, a carcajadas. Tan típico de Obama, habrán pensado, tan típico de ese cosmopolita sofisticado (aunque negro), matizar un tema tan claro.

¿Los eventos del Cáucaso son tan claros? Yo creo que no. Admiro el intento de Mijail Saakashvili de crear en Georgia una próspera economía de mercado. Sueño con ir algún día a Tiflis, esa ciudad refinada que describe Pasternak en sus «Cartas a amigos georgianos». Pero Abjasia y Osetia del Sur no quieren ser parte de Georgia, y el ataque a Tsjinval fue duro. Por otro lado, hay que entender que el Cáucaso ha estado en el corazón de los rusos desde el siglo dieciocho. Pushkin y Tolstoi escribían con pasión de la región, una en que, además, los rusos se han encontrado con un recurso para ellos muy escaso: un mar -ya en gran parte cedido a Ucrania y a Georgia- que no se congela en el invierno.

El 21 de agosto, Valery Gergiev dio un concierto entre las ruinas de Tsjinval. Gergiev es un hijo del Cáucaso -nació en Moscú, pero viene de Osetia- y con su maravillosa orquesta, la del Marinski de San Petersburgo, tocó dos obras cargadas de emoción para los rusos, la «Pathétique» de Tchaikovski, y la Séptima Sinfonía de Shostakovich, compuesta en 1942 para celebrar el heroísmo de Leningrado. Si una persona del prestigio musical de Gergiev se juega de esa forma, es que el tema del Cáucaso es más complejo de lo que creen Bush y McCain. No es que los rusos tengan toda la razón. No es que no haya que resistir sus nostalgias imperialistas. Pero cabe hacerlo con inteligencia. Por ejemplo, ¿será tan necesario instalar un escudo nuclear en Polonia?

El mundo es complejo, y el liderazgo de Estados Unidos, que tanto bien puede hacer, debe ser desplegado con sabiduría y delicadeza. También con humildad y realismo: la hegemonía de Estados Unidos ya no es absoluta. Creo que todo eso, hoy -no siempre ha sido el caso-, lo entienden mejor los demócratas que los republicanos.