El profesor Piketty, en «El Capital en el Siglo XXI», realiza un recorrido de casi 700 páginas por la historia de la distribución del ingreso y de la riqueza para explicarnos qué está mal con el capitalismo y cómo sanarlo. Debido a que la rentabilidad del capital privado excede al crecimiento de la economía, la riqueza de los capitalistas -usualmente heredada- se acumula más rápidamente que el ingreso de los trabajadores, provocando una espiral de desigualdad sin fin.
Obviamente, si su análisis resulta correcto, la estabilidad social peligra. Entonces, para salvar al capitalismo del capitalismo, Piketty recomienda un impuesto anual progresivo y global sobre la riqueza.
En Chile, como en el resto del mundo, el libro ha generado gran interés. En buena hora, porque el tema importa. Pero no todo lo que interesa a la academia es útil para la política pública, menos de inmediato. La academia es, por definición, incompleta e incapaz de dar respuestas definitivas; y este trabajo no es una excepción. La autoridad, sin embargo, debe implementar políticas concretas. Y una mala reforma, lo sabemos, puede terminar siendo socialmente muy costosa.
Las críticas al trabajo de Piketty, que han sido tan abundantes como los elogios, se clasifican en tres tipos. Primero, por usar una definición de desigualdad demasiado restringida. El coeficiente de Gini ha aumentado en varios países desde los años 80, pero, al mismo tiempo, el acceso a servicios básicos y tecnologías y las expectativas de vida han mejorado mucho, beneficiando proporcionalmente más a los pobres. Además, es distinta la desigualdad que generaron los bonos de Wall Street durante la crisis subprime que la que produjo el desarrollo del iPhone en Silicon Valley.
Segundo, hay dudas sobre si la evidencia recopilada puede ser generalizada. Se observa mayor desigualdad en Estados Unidos y el Reino Unido, pero no en Australia. Y esta responde a un mayor premio al trabajo calificado, no a retornos excesivos al capital heredado. En Chile, por ejemplo, un artículo de Harald Beyer publicado en el Centro de Estudios Públicos, que utiliza la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE, encuentra una caída significativa en nuestra desigualdad de ingresos entre 2010 y 2013, confirmando avances que se registran desde 2001. La explicación radica en el buen desempeño que ha tenido el mercado laboral.
Tercero, y aun si la desigualdad está bien medida y ha aumentado, ¿sabemos cómo disminuirla? Porque la propuesta de aplicar un impuesto global sobre la riqueza exige un acuerdo entre países que muchas veces no son capaces siquiera de implementar reformas propias.
Con todo, pocos cuestionan la necesidad de avanzar hacia un sistema más igualitario, especialmente con el desprestigio actual del modelo de mercado. Ello permitiría legitimar el rol del capitalismo, reduciendo la presión por regulaciones que, cuando son excesivas, aminoran el crecimiento. Además, en los países más desiguales retribuye menos acumular capital humano, lo que dificulta la igualdad de oportunidades y la movilidad social. Por último, la desigualdad afecta a la política: si el poder económico está concentrado, probablemente el poder político también lo esté.
Pero si mucha desigualdad es mala, muy poca también lo es. La desigualdad crea incentivos al emprendimiento, en un sentido amplio, más allá del mercado; y la riqueza es un tipo de ahorro que financia inversiones que luego permiten acumular crecimiento; finalmente, un Estado grande y activo, pero muchas veces institucionalmente precario, puede acabar dilapidando cuantiosos recursos.
Termino con dos comentarios en el contexto de la discusión chilena. Piketty plantea que, en países en desarrollo, las prioridades deben ser el capital humano de calidad y la difusión del conocimiento. Pero la educación universitaria gratuita universal, propuesta por el Gobierno, va en la dirección opuesta. Los escasos recursos deberían ser usados primero para mejorar la calidad de la educación pública primaria y secundaria.
Así, celebro el libro de Piketty y su foco en un tema que, hasta hace poco, era omitido por la mayoría de los economistas. Pero, cuidado, el cómo es tan importante como el qué. No sea cosa que intentando repartir riqueza, acabemos masificando pobreza.