La estructura de gestión tiene que mejorar, si no se ha de desperdiciarel potencial que tiene este Gobierno de deslumbrarnos con un cuatrienio brillante.
Uno se olvida, pero los gobiernos recién instalados tienenproblemas de rodaje. ¡Tanta gente nueva en el poder, sin mayor experiencia! El problema se agrava en un país como Chile, donde, a pesar de la reforma del Estado que se hizo en el gobierno de Lagos, no hay todavía un servicio civil profesional bien asentado.
Cabe decir que, a veces, se producen estos problemas no porque los ministros no son los apropiados, sino porque no tienen metas claras, o porque no hay un adecuado sistema de gestión que potencie a cada uno y cohesione el conjunto.
El Gobierno que mejor partió, en ese sentido, fue el de Aylwin. Siempre tuvo metas claras: no sólo la de la restauración democrática, sino también la de la consolidación, efectuada con enorme valentía política, de la economía de mercado. En cuanto a sistema de gestión, Aylwin trazaba las grandes líneas, pero delegaba su ejecución en los ministros, en quienes depositó toda su confianza, aun en temas, como los económicos, en que hacerlo claramente involucraba un acto de fe, uno que a veces iba incluso en contra de sus propios instintos. Entre los ministros había, además, un coordinador que dominaba todos los temas y que le daba al equipo una gran cohesión. ¿Cuántas veces, en gobiernos posteriores, se oyó la frase «aquí hace falta un Boeninger»? Se oyó mucho al comienzo del Gobierno de Lagos. Después menos, porque el papel fue de a poco asumido por Insulza y Eyzaguirre, en quienes Lagos confió, a pesar de lo mucho que le costaba delegar.
Si uno observa el Gobierno actual, da la impresión de que todavía no tiene ni metas claras, ni una adecuada estructura de gestión. En general, sus participantes individuales son excelentes, pero ninguno se ve debidamente potenciado, y no parece haber cohesión entre ellos. ¿Por qué?
Partamos con las metas. No es-tá claro cuáles son. La Presidenta siempre insistió en que quería aumentar la participación y por eso, quizás, nombró comisiones para tantos temas. Las comisiones aportan mucho. Pero no deberían ser nunca un sustituto a que la Presidenta se juegue ella misma por las buenas ideas. En Chile, uno de los problemas más graves que tenemos actualmente es que la clase política entera está volcada a una suerte de populismo «light», que elude cualquier decisión dura. Reina el pensamiento blando y complaciente. Ojalá la Presidenta no se sumara nunca a ese clima fofo e inoperante. Ella luce mucho mejor cuando se suelta y di-ce lo que piensa, ejerciendo liderazgo sin pensar en si es popular, como cuando, en el discurso del 21 de mayo, se jugó con fuerza por el su-perávit estructural y contra la violencia encapuchada.
En cuanto al sistema de gestión, algo pasa que provoca que los mi-nistros anden como achunchados, como si estuvieran pisando huevos. Uno siente que algunos son poco más que la sombra de lo que podrían ser. ¿Qué les pasa? ¿Sienten que no se les ha delegado poder, que no les tienen confianza? ¿Tienen miedo de ejercer la autonomía de vuelo sin la cual ningún ministro puede ser eficiente? ¿No hay una adecuada división de funciones en el gabinete? ¿No hay crítica y debate? ¿No hay espíritu de cuerpo? ¿No hay mística, entusiasmo? Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es afirmativa, la estructura de gestión está mal.
Ojalá mejore con el cambio de gabinete, con el cual el equipo económico ha salido muy fortalecido. Tiene que mejorar, si no se ha de desperdiciar el potencial que tiene este Gobierno de deslumbrarnos con un cuatrienio brillante. Tiene que mejorar, porque en un mundo que se ve cada vez más complejo, no cabe que nos pillen navegando a la deriva.