El Mercurio, 19 de septiembre de 2014
Opinión

Rebrotes nacionalistas

David Gallagher.

«Inglaterra, tu Inglaterra» se llama un ensayo en que George Orwell describe cómo, según él, son los ingleses. Me gusta citarlo, porque expresa una visión del mundo que yo comparto y que no es necesariamente inglesa: es propia, creo yo, de toda gente civilizada.

Orwell lo redacta en 1941, mientras caen bombas sobre Londres, bombas que, según él, pretenden matarlo. Es el peor momento en la historia de la isla. Pero a Orwell ni se le ocurre que puedan ser derrotados los ingleses, por la visión del mundo que tienen y la fuerza profunda que les da.

Orwell se enfoca en lo que parece ser una paradoja. Según él, los ingleses son poco patrioteros, no celebran sus batallas, no tienen himnos rimbombantes, no salen a marchar por alguna causa abstracta, menos aun si es «nacional», y no van nunca al estadio a oír declamar a un político. Pero a la vez están dispuestos a morir por su país.

¿Cómo se da eso? ¿Cómo es que un pueblo que rechaza el nacionalismo esté dispuesto a arriesgar su vida por su tierra? Es, según Orwell, por la forma de vida que esa tierra le permite. Una cuyo atractivo está precisamente en que las autoridades no imponen metas colectivas. Más bien dejan que cada uno viva a su manera, que cada uno desarrolle sus propios proyectos, sea como individuo o como parte de algún grupo que se ha asociado libremente. Simplemente no existen objetivos nacionales en torno a los cuales todos tengan que estar férreamente unidos, como en la Alemania nazi o la Italia fascista de la época. Lo que une a los ingleses, lo que los tiene dispuestos a morir por su país, no es una autoridad que los inste u obligue a unirse. Es todo lo contrario: es poder compartir el derecho de vivir en un país en que la autoridad les da libertad.

Orwell en su ensayo se disculpa de hablar de «Inglaterra» y no de «Gran Bretaña»: es que «Inglaterra» le parece un término menos pomposo. Pero lo que dice de los ingleses lo aplica también a los escoceses. Después de todo, no hay nadie en Gran Bretaña que no tenga sangre escocesa. Una buena parte hasta de los Primeros Ministros de los últimos 100 años han sido escoceses o de origen escocés, incluidos los últimos tres: Tony Blair y Gordon Brown nacieron y fueron criados en Escocia, y Cameron tiene un apellido que no podría ser más escocés.

¿Qué diría Orwell de los escoceses de ahora, entonces? Creo que lo tendrían desconcertado. A la madrugada de hoy viernes se sabrá quién ganó el plebiscito. Aun si gana el «No», el «Sí» obtendrá un voto masivo, y eso significa que hay vastas cantidades de escoceses que buscan vivir, no en un país que privilegie los proyectos privados de la gente, sino en uno en que el país mismo es el proyecto, al que todos se tienen que sumar. No es casual que la campaña del líder escocés Alex Salmond haya sido muy intimidatoria. O estás con nosotros o estás con ellos, los ingleses. En realidad no podría no ser así, porque los nacionalistas, como los fascistas y los comunistas, aparte de exigir que todos estén «unidos», como en un coro en que todos cantan un mismo himno, se nutren de que esa «unión» tenga enemigos.

Al rechazar la pluralidad en favor de propósitos únicos, los escoceses del «Sí» están en una suerte de regresión, pero no son los únicos. En Cataluña, buscan erradicar el castellano, el segundo idioma más universal del mundo. Para qué hablar de la extrema derecha francesa, opuesta a la globalización y la inmigración, o la extrema izquierda española, que promueve la lucha de clases y la «refundación» del país. Por cierto, a esta política exclusivista y pendenciera se le suele sumar el populismo demagógico. Es así que Salmond les promete a los escoceses una independencia con cada vez más derechos y cada vez menos responsabilidades.