El Mercurio, lunes 23 de agosto de 2004.
Opinión

Resaca

Lucas Sierra I..

Parece que la fiesta terminó. Vienen sus consecuencias.

La resaca tiene forma pendular: tras expandirse el mar, viene su retroceso. Otros significados de resaca también sugieren esa forma: tras la exuberancia de la fiesta, vienen el malestar, el recogimiento y, no pocas veces, el arrepentimiento. El péndulo se estira en una dirección y, luego, en la opuesta. Por esto, la resaca también alude a las consecuencias de algo, que tienen un signo contrario a su origen: de la alegría eufórica de la fiesta al arrepentimiento humilde de la intoxicación.
Mirado retrospectivamente, el caso Spiniak y sus sorprendentes ramificaciones han tenido las características de una fiesta orgiástica, excesiva, algo tóxica. La resaca parece inevitable. Puede manifestarse de varias formas. Una sería especialmente grave: que se convierta en ley el proyecto sobre protección del honor e intimidad aprobado en diciembre pasado por los diputados. El proyecto se originó en la Cámara hace algunos años. Establecía un mecanismo de indemnización por atentar contra el honor o intimidad de las personas, es decir, un sistema de responsabilidad civil paralelo al penal que ya existe. Era un proyecto defectuoso y lleno de peligros para la libertad de expresión. Como si los titulares del poder político corrieran un tupido velo en torno a ellos mismos, desbaratando, de paso, el proceso hacia una opinión pública más compleja y robusta, iniciado en 1990.
Ante eso, el Gobierno presentó una indicación sustitutiva, más precisa y sensata. Todo indicaba que se aprobaba, hasta que estalló el caso Spiniak. En medio de la histeria, los diputados desecharon la indicación y aprobaron un texto aún peor que el original. Pasó a manos de los senadores, quienes inician en estos días su estudio. No es el mejor momento, pues uno de los suyos ha sido especialmente afectado. Es fácil que brote el corporativismo siempre latente y el péndulo sea empujado al otro extremo. Si esto ocurre, nunca terminaremos de arrepentirnos de la fiesta a la que nos tocó asistir.
Los senadores tienen una gran responsabilidad. Deben justificar algo que se ha dado por sentado: ¿necesitamos esta legislación civil? El honor e intimidad hoy se protegen penalmente y, también, hay derecho a indemnización, si se prueba el delito.
¿No sería mejor limitarse a corregir los defectuosos artículos 161 A y B del Código Penal para proteger la intimidad? Si justifican la necesidad de este proyecto, los senadores deberán hacerse cargo de sus muchos defectos. Por ejemplo, su ámbito desmedido: no sólo comprende el honor de una persona -siempre difícil de determinar para un juez-, sino que también el de su «familia».
También dificulta la saludable ecuación según la cual disminuye el derecho a la intimidad de una persona a medida que aumenta su relevancia pública.
En la práctica, además, la acción que establece es imprescriptible, como si las noticias viajaran hoy a lomo de mula. El mecanismo de solidaridad para el pago de la indemnización es, en fin, excesivo: casi hasta el portero de un medio sería obligado a pagar.
Si se legisla y todo esto no se corrige, la resaca será mucho peor que la fiesta que la causó.