El Mercurio, viernes 8 de julio de 2005.
Opinión

Resurrección en Venecia

David Gallagher.

En la sección de arte moderno del Metropolitan Museum, son mujeres el tres por ciento de los artistas y el 83 por ciento de los desnudos.

En 2003, a la Biennale de Venecia le decían «Muerte en Venecia», por su exceso de obras y por el escaso criterio de selección. Este año se ha visto una bienvenida resurrección, gracias al riguroso trabajo de dos curadoras españolas, Rosa Martínez y María del Corral. Ellas han sido selectivas con los artistas y generosas con el espacio, por lo que ahora hay más calidad y menos hacinamiento.

Del Corral ha estado a cargo del pabellón principal. Lo ha concebido como un laberinto. Uno se pierde de verdad, obligado a repetir las salas una y otra vez, y a contemplar, desde distintos ángulos, las confrontaciones a las que Del Corral nos invita: entre pintores clásicos como Bacon o Tapies, y pintores jóvenes; entre pintura y escultura, e instalaciones audiovisuales.

Entre éstas, se destaca una de Candice Breitz. En cada uno de dos espacios contiguos, Breitz exhibe seis videos simultáneos sobre lo que es ser padre y ser madre. Seis actores y seis actrices de Hollywood desempeñan el papel de progenitor, desde escenas sacadas de sus películas, a las cuales Breitz les ha hecho un interesante «remix» audiovisual. Todos repiten lugares comunes: ser padre o ser madre, parecen demostrar, es dejar de ser un individuo para asumir un rol, para actuar, para repetir líneas. Pero a veces, como se desprende de sus intermitentes gritos, la actuación se derrumba. El progenitor olvida las líneas aprendidas y renace en él un turbulento individuo. En todo esto, Breitz juega ingeniosamente con el poder evocativo del cine de Hollywood, que es, a la vez, la materia prima de su obra.

Rosa Martínez está a cargo del Arsenale, donde se suele mostrar el arte más experimental. En sus rústicos espacios, ella ha colocado a sólo 49 artistas, por lo cual la primera impresión es de holgura. El título de la exposición, «Siempre un poco más lejos», apunta a esa holgura, a ese intento como de ampliar los márgenes.

La entrada ha sido tomada por las «Guerrilla Girls», feministas que, en imágenes de gran formato, se empeñan en ampliar los márgenes de nuestra conciencia vergonzosamente machista. «¿Las mujeres tienen que estar desnudas para entrar al Metropolitan Museum?», preguntan. Y enseguida nos informan que en la sección de arte moderno de ese museo, son mujeres el tres por ciento de los artistas y el 83 por ciento de los desnudos.

En general, las protestas políticas de los artistas escogidos por Martínez son más sutiles. En una instalación impactante, de Jennifer Allora (Estados Unidos) y Guillermo Calzadilla (Cuba), hay una película en que se ve a un hombre navegando por el mar en una mesa a la que ha adjuntado un motor. Hace pensar en Carolina, la balserita de Puerto Gala, en su lancha de plumavit. Al frente, a unos 15 metros, hay una joven mujer, sentada arriba de un hipopótamo. El hipopótamo es de barro, pero la mujer es de carne y hueso: es una mujer «real». Lee el diario y, de vez en cuando, sin cambio de expresión, toca un pito, a veces suave y tentativo, como de pájaro, y a veces fuerte, como policía, como para alertar quién sabe a quién, por quién sabe qué noticia, quién sabe si buena o mala.

En la Venecia de la Biennale hay arte por todos lados. En 2003, Jenny Holzer proyectó leyendas, desde el museo Peggy Guggenheim, en las fachadas de los palacios de enfrente. Este año, Pipilotti Rist ha convertido a una iglesia veneciana en una Capilla Sixtina para el siglo XXI. Uno se acuesta boca arriba en el piso de la iglesia, para ver un paraíso más o menos abstracto que ella proyecta en el cielo. El asombro al que nos induce compensa la larga cola que hay para entrar.