Guillermo Larraín en su columna de ayer comete dos errores, que resultan inaceptables cuando lo que se pretende es tener un diálogo sincero.
1) Al comienzo de su escrito afirma que «ningún sistema de educación pública masiva en el mundo utiliza esquemas de selección tan poco transparentes como los que hoy profusamente se usan en Chile en la educación básica».
Esta afirmación carece de evidencia. En primer lugar, no hay evidencia comparada sobre todos los sistemas escolares del mundo. En segundo lugar, hay sistemas escolares como el holandés, donde la selección en la enseñanza básica, en establecimientos financiados por el Estado, está permitida y protegida en la Constitución (lo mismo ocurre en Alemania con los proyectos educativos antroposóficos, que reciben recursos del Estado, así como en otros sistemas escolares). En tercer lugar, no hay evidencia concluyente para Chile respecto del grado de selección que operaría efectivamente en el sistema.
2) Omite las graves falencias que tienen los sistemas aleatorios descentralizados y los hace prácticamente equivalentes a los procesos centralizados. El sistema de admisión que propone la reforma perjudica enormemente las preferencias de las familias. Sistemas similares al propuesto han fracasado en los lugares donde han sido implementados e incluso se han prohibido en países como Inglaterra por sus nefastas consecuencias. En nada tiene que ver este sistema con los procesos centralizados que se utilizan en Estados Unidos (o en nuestro sistema universitario), que efectivamente garantizan que el mayor número de estudiantes posible quede en los colegios de sus más altas preferencias.
La cuestión de la selección no se limita a un asunto pragmático, sino que también implica valores. Un debate público exige no confundir estos dos planos y ser rigurosos a la hora de debatir sobre estos asuntos.