La Tercera, 11 de noviembre de 2018
Opinión

Sloterdijk y los impuestos

Sylvia Eyzaguirre T..

El filósofo alemán Peter Sloterdijk, quien estará en el CEP la próxima semana, plantea en su libro Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana una idea provocativa: que los impuestos a la renta no sean obligatorios, sino aportes voluntarios.

La intención que subyace a esta propuesta es repensar la relación del Estado con la ciudadanía y, en particular, sus implicancias ético-cívicas. Si pensamos al Estado moderno como una institución cuya principal tarea es resguardar la libertad de sus ciudadanos y el bienestar de la comunidad, entonces el pago de los impuestos debiera responder a una idea de responsabilidad ética por el cuidado de la comunidad. Para Sloterdijk, lo que sustenta la imposición de impuestos en democracia debiera ser el reconocimiento del contribuyente como un patrocinador de la comunidad y no como un deudor del Es- tado, como suele entenderse.

Esta distinción entre patrocinador y deudor cambia radicalmente la manera de entender la ciudadanía.

La obligatoriedad de los impuestos refleja una concepción de Estado soberano y ciudadanía sometida.

Los tributos como una contribución libre a la comunidad, que emanan de un sentimiento moral, no serían posibles en un sistema de tributos obligatorios. En un régimen de obligatoriedad, los ciudadanos no son tratados como seres dignos de su libertad. La posibilidad de inculcar una ética de la responsabilidad, de la reciprocidad, se vuelve imposible, pues ella solo es posible en la medida que emane de la libertad. Por el contrario, la responsabilidad ética por el otro es suplantada por el sometimiento del Estado a través de la coacción, que tiende a anular la responsabilidad ética individual.

El dilema ético que exigen las relaciones de reciprocidad, de alguna manera se esfuma cuando la reciprocidad se convierte en una obligación impuesta por el Estado.

El contribuir con recursos propios para financiar los bienes y servicios de la comunidad pierde su sentido ético con su obligatoriedad, pues este sentido solo sería posible en condiciones de libertad.

Por el contrario, cuando el dar se acota a cumplir con la ley soberana, entonces el acto de dar se vacía de contenido ético.

Es importante no confundir la ética de la responsabilidad o de la reciprocidad que propone Sloterdijk con una ética de la caridad. La caridad tiene su origen en el sentimiento de lástima por el otro.

No es eso lo que nos propone Sloterdijk.

Aquí no se trata de caridad o generosidad, sino de responsabilidad.

El dar como responsabilidad se asume como un deber, que responde a una idea de justicia; la caridad nunca es un deber y no tiene relación con la justicia, sino con la compasión.

Sloterdijk intenta devolver a los ciudadanos la posibilidad de cultivar la virtud y el honor, que se ven imposibilitados de surgir en una cultura del sometimiento.

A medida que más interfiere el Estado en nuestras relaciones interpersonales, menos espacio queda para la virtud. En esta relación libre conmigo mismo y con los otros acontece mi responsabilidad ética.

La propuesta que nos hace Sloterdijk peca de ingenuidad, se podría decir. En un mundo de tributos voluntarios, lo que ocurriría es que nadie aportaría. El ser humano revelaría su peor cara y ello amenazaría la libertad y el bienestar de la comunidad. Sin duda, este es un riesgo, y dudo que el pensador alemán lo ignore. El punto está, me parece, en si no vale la pena arriesgarse en darle una oportunidad a una forma de sociedad distinta, que comprenda al hombre en un sentido más libre, más noble.