La Tercera, 2/9/2007
Opinión

Sobre corazones compasivos, cabezas implacables y justicia social

Alexander Galetovic, Felipe Kast.

Las políticas mal hechas dañan a personas humildes con nombre y apellido. Por eso, aprender, opinar y trabajar con una cabeza implacable es una obligación.

Hará unos 20 años Alan Blinder, un profesor de Princeton que además fue vicepresidente del Federal Reserve, escribió un libro sobre políticas públicas y le puso Cabezas implacables, corazones compasivos (HardHeads, SoftHearts). El punto de Blinder es que los corazones que se compadecen del dolor ajeno deben llevar la voz cantante al elegir los objetivos de políticas públicas, pero después la cabeza debe mandar. y esa cabeza debe ser implacable: certera al diagnosticar, realista al evaluar restricciones y posibilidades, intolerante con el diseño o la ejecución incompetente, fría y calculadora al elegir los medios para lograr el fin y despiadada cuando es necesario cortar programas que no funcionan.

La máxima de Blinder sirve para poner en perspectiva la reciente discusión sobre el salario ético. El punto de sus partidarios esmuysimple: si el salario mínimo fuese suficientemente alto habría menos pobreza, menos desigualdad y seríamos una sociedad más justa. Estos fines son los de un corazón compasivo, sea de derecha o de izquierda, y por eso el llamado de monseñor Goic es necesario para mantener el norte claro. Pero cuando llegamos a los medios para lograr el fin ¿qué dice la evidencia empírica?

La discusión debiera partir reconociendo que en Chile los salarios son bajos porque la productividad lo es y muchos trabajadores producen menos de lo necesario para vivir dignamente. Y mientras así sea, cualquier política que pretenda garantizar niveles de vida dignos puede echar mano a sólo dos instrumentos complementarios. Uno es facilitar que más personas de un hogar trabajen (por ejemplo, facilitar participación laboral de la mujer). El otro es darles a quienes producen poco parte de lo que producen otros (subsidios focalizados). En ambas dimensiones el salario mínimo lo hace mal. Una razón es que probablemente aumenta el desempleo de los más vulnerables. Por ejemplo, a fines de los 90 el salario mínimo real aumentó 28%, mientras el salario promedio lo hizo en 8%. Un estudio encargado por el Banco Interamericano del Desarrollo sugiere que entre 1996 y 2000 los salarios reales de quienes no completaron la educación media y teníanmenos de nueve años de experiencia laboral aumentaron 19%, pero el número de trabajadores empleados cayó 23%. Por contraste, la caída del empleo del resto de la fuerza laboral fue sólo 2% (1). Con todo, aún no hay un estudio que mida directamente la relación entre desempleo y salario mínimo.

El salario mínimo también estimula la informalidad, porque se crean empresas pequeñas que sacrifican escala para eludir a la Inspección del Trabajo. Desde que Hernando de Soto escribió “El otro sendero” hace casi 20 años, sabemos que la informalidad inducida por regulaciones destruye riqueza. Y el trabajo reciente del economista mexicano Santiago Levy indica que la fragmentación de la producción en empresas informales pequeñas reduce aun más la productividad, agravando el problema de fondo (2).

Por último, y este tal vez es el puntomás importante, el hogar pobre o indigente se caracteriza porque pocos integrantes tienen empleo, y no tanto porque el salario de los que trabajan sea bajo. Según la encuesta Casen 2006, en hogares indigentes un promedio de 0,7 persona tiene empleo; 1,1 en hogares pobres, y 1,6 en hogares no pobres. Al mismo tiempo la tasa de desocupación en hogares indigentes es 40%, comparada con el 5,7% de los hogares que no son pobres. Más aún, gracias a encuestas que siguen a los mismos hogares a lo largo del tiempo sabemos que ser o no pobre depende de si algún integrante del hogar encuentra o pierde el trabajo. Así, en los hogares que entran a la indigencia el número de empleados promedio cae desde 1,7 a 0,7. Del otro lado, hogares inicialmente indigentes que dejan la pobreza pasan de 0,95 a 1,8 personas empleadas promedio.

Si el empleo y la productividad son fundamentales para disminuir la pobreza, ¿cuál es el camino? El crecimiento económico es indispensable. Segundo, hay que mejorar la educación y entrenar a los más pobres. Por último, el sustituto inmediato del salario ético es garantizar mínimos a través de subsidios directos y focalizados.

Hoy tenemos los medios para garantizar un ingreso familiar digno para todos los chilenos y hay mucho acuerdo entre técnicos de izquierdas y derechas sobre cómo hacerlo. Pero el camino que conduce desde la posibilidad hacia la realidad pasa por un liderazgo político distinto, dispuesto a tomar riesgos y gastar capital político en favor de los más pobres que suelen no votar. Se requieren políticas públicas con evaluaciones de impacto independientes, cierre de programas ineficaces, cambios que desafían a las ideologías (v.gr. flexibilidad laboral), mayores exigencias a los funcionarios públicos y autoridades, quitar privilegios a grupos sindicales, gremiales y empresariales poderosos que lucran con las políticas regresivas (v. gr. los trabajadores de Codelco o los agricultores protegidos por bandas) y controles estrictos para que los costos no se disparen.
A veces los técnicos somos arrogantes, qué duda cabe. Pero otras veces el tono duro se debe a nuestra impaciencia con líderes políticos que suelen ignorar la realidad y no parecen dispuestos a cambiar de opinión cuando la evidencia empírica y la experiencia contradicen sus creencias. Con el debido respeto y mucha humildad, sugerimos conocer lo mucho que se hace en Chile en materia de políticas sociales y lo que se ha aprendido durante los últimos 40 años sobre qué funciona y qué no. Las políticas mal hechas dañan a personas humildes con nombre y apellido y, por eso, aprender, opinar y trabajar con una cabeza implacable también es una obligación de la mayor seriedad.

Alexander Galetovic. Profesor en la Universidad de los Andes e investigador del Centro de Estudios Públicos. [email protected]
Felipe Kast. Estudiante de doctorado en Harvard e investigador del Instituto Libertad y Desarrollo. [email protected]

Notas:
(1) K. Cowan, A. Micco, A. Mizala, C. Pages, y P. Romaguera, “Un diagnóstico del desempleo en Chile”, Washington, BID, 2003.
(2) S. Levy, “¿Pueden los programas sociales disminuir la productividad y el crecimiento económico? Una hipótesis para México”, El Trimestre Económico, vol. 74, pp. 491-540, 2007.