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Solipsismo comercial

Solipsismo comercial

El Presidente Boric está en una encrucijada que arrastra hace tiempo. Se puede maniobrar con disquisiciones hamletianas y frases para el bronce. Se puede jugar con los distintos rostros del dios Jano. Pero no se puede mantener la duda y la incertidumbre por tanto tiempo. Esa paz que acompaña al doux commerce no puede esperar. El país, tampoco.

En el mundo antiguo el comercio era fundamental. Los vinos y las bellas cerámicas griegas recorrían el Mediterráneo alcanzando lugares tan remotos como la península ibérica. El intercambio era fuente de bienestar y de conocimiento. Pero también de paz. Los griegos usaban la palabra catalaxia para hablar de intercambio. Ahora bien, su significado iba más allá de lo material. También quería decir “cuando un enemigo se hace amigo”.

Durante el Renacimiento, la explosión del comercio trajo consecuencias admirables. En las ciudades comerciales como Venecia y Florencia brotaron el arte, la política y la ciencia. Por eso durante la Ilustración grandes pensadores como Voltaire, Montesquieu, Hume, Smith y Kant reflexionaban sobre las virtudes del doux commerce. La idea del comercio como algo “dulce”, “suave” o “amable” tenía un sentido profundo.

Para los intelectuales del siglo XVIII, el comercio y la civilización caminaban de la mano. Se exploró la relación entre moral y comercio, entre política y economía. Y renació esa idea de que el comercio contribuía a la paz entre los países. En esa época, cuando el mercantilismo y el proteccionismo dominaban la política económica europea, Adam Smith fue un férreo defensor del libre comercio. Para el padre de la economía, los países que permanecían encerrados no lo hacían por el bienestar de sus ciudadanos. Lo hacían por el interés de los monopolistas o la contumacia de algunos iluminados.

Algo de esto último estamos viviendo en Chile. Durante varios años vivimos una campaña contra el TPP11. Si hasta el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, que va más allá de lo comercial, sigue entrampado. Pero ayer el Senado puso los puntos sobre las íes. Se aprobó el TPP11. Sin embargo, el Gobierno se esconde bajo el artilugio de las side letters. Nuestra canciller aclaró que “no es una maniobra dilatoria”. Tiene razón. No es una maniobra. Es la desconfianza de un sector del Gobierno hacia el libre comercio y el derecho internacional.

Aunque todas las ministras y ministros de Relaciones Exteriores apoyan lo que a estas alturas parece obvio, hay una resistencia visceral contra el libre comercio. Puede ser el apego al primer programa de Boric, que privilegiaba al Mercosur o al proyecto constitucional y su añorado regreso a Latinoamérica. Tal vez es ese impulso atávico a la “nueva soledad de América Latina”, tal como lo sugiere el título del nuevo libro de conversaciones del Presidente Lagos junto a Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda.

Quizá también hay algo más. Durante los años 60, las teorías de la dependencia o sustitución de importaciones estaban muy en boga. Era la época del antiimperialismo, de la Guerra Fría y del “Venceremos”. Aunque todo esto parezca del pasado, en Chile esa lucha resucitó con otros ropajes y nuevas consignas. El antiliberalismo de la nueva izquierda latinoamericana mira con recelo los tratados internacionales. Pero lo que ha dicho el Congreso es que Chile quiere y necesita de las relaciones comerciales.

El triunfo de la integración de Chile al Consejo de Derechos Humanos de la ONU se vio opacado por esta obstinación contra el comercio internacional. El Gobierno ya sufrió un duro embate ante el resultado del plebiscito. Y ahora busca dilatar la decisión que tomó el Congreso. Hay cierto negacionismo que a ratos parece solipsismo. Se esconde o no se quiere ver la dura y cruda realidad. En democracia los líderes tienen derecho a tener su propia opinión, pero no su propia realidad.

El Presidente Boric está en una encrucijada que arrastra hace tiempo. Se puede maniobrar con disquisiciones hamletianas y frases para el bronce. Se puede jugar con los distintos rostros del dios Jano. Pero no se puede mantener la duda y la incertidumbre por tanto tiempo. Esa paz que acompaña al doux commerce no puede esperar. El país, tampoco.