El Mercurio, viernes 6 de enero de 2006.
Opinión

Susurros lejanos

David Gallagher.

El juego lo jugamos todos de niños. Sentarse en un círculo, para que cada uno le susurre una frase al vecino. A medida que va dando la vuelta, la frase se transmuta, y cuando vuelve a quien primero la dictó, ya no es reconocible. Fue una de nuestras primeras lecciones de lo imperfecta que es la comunicación humana.

Para comprobarlo retomo el antiguo juego y formo un pequeño círculo de tres con mis dos nietas egipcias. “Pelo dorado como el sol”, me susurra Talia, la mayor, de cinco años. Por haber llegado recién de Chile al Mar Rojo, no estoy acostumbrado a su susurro delicadamente bajo. “Pelo atorado comenzó” es lo que oigo, perplejo, y se lo susurro a Inés, la de cuatro. Ella pone cara de oír perfecto y, triunfante, le susurra a Talia. “¿Perro mojado se ahogó?” pregunta ésta, irónica. Los tres nos reímos.

Yo me comprometí a pasar las fiestas con mi familia egipcia, cuando era impensable una segunda vuelta electoral. La derecha estaba desolada. Era claro que el momento de Lavín había pasado, pero no había alternativa a él. Parecía seguro que para Navidad, Chile ya tendría una presidenta electa. Me parecía genial que fuera mujer, un ejemplo más de nuestra originalidad de país civilizado en una región intoxicada (o “demonizada”) por la barbarie. En todo caso todavía no había una alternativa de derecha moderna para darnos la alternancia en el poder que toda democracia requiere.

Ahora trato de interpretar de lejos los ruidos que me llegan de Chile, ruidos confusos como los susurros del juego de niños. Algunos me alarman. Por ejemplo la frivolidad en mandar al Congreso, como maniobra electoral, medidas de gran trascendencia para el país. Baste señalar que si la reforma laboral de fines de 1999 hubiera sido aprobada, el país no gozaría del éxito económico actual, y Lagos no estaría pasando a la historia con tanta gloria. Otros ruidos que me llegan me provocan sonrisas. Por ejemplo las docenas de medidas que anuncian los candidatos para los primeros meses de gobierno. Ambos dicen estar a favor del mercado, pero tomar tantas medidas en tan poco tiempo tiene algo de estalinista. ¿Se acuerdan de los primeros meses de Lagos y de la alarmante velocidad que le imprimía a todo? ¿Qué es mejor, el Lagos de entonces, o el que surgió después, más lento y más sabio, el Lagos estadista que, pensando en el largo plazo, capeó tormentas con paciencia, sabiendo que al mantener la calma, terminaría cosechando más?

Escribo estas líneas desde Londres, donde he llegado del Mar Rojo para conocer a Sebastián, un nieto que todavía no susurra palabras porque nació hace sólo 22 días. Aquí el mapa político ha cambiado mucho. Hace un mes parecían invencibles los laboristas de Tony Blair, tras sus tres triunfos electorales consecutivos. Los conservadores no sabían qué hacer ante un laborismo que se había apropiado del libre mercado. Pero de repente surgió David Cameron, un líder joven, carismático, de 39 años, que se ha propuesto convertir al partido conservador en el partido del siglo veintiuno. De inmediato los ingleses empezaron a decirse cosas que antes callaban. Que diez años de Blair es mucho. Que sus magníficas reformas siguen teniendo peligrosos enemigos en su propio partido. Que el liberalismo de izquierda tiene porfiados límites. Ahora es el partido conservador el que está de moda.

En Gran Bretaña se demostró que en el tablero político, la súbita movida de una sola pieza puede tener consecuencias infinitas. Con Cameron en escena, ya nadie cree que la hegemonía del laborismo es permanente. ¿Alguna moraleja para los votantes chilenos?