Hasta ahora, el Gobierno se había visto favorecido por una de las coyunturas económicas mundiales más favorables de la historia. Para el segundo tiempo, se vislumbra un entorno que, para decir lo menos, es muy incierto. Tanto, que ni los expertos lo entienden. Es en tiempos como este que uno aprecia el mercado, el único instrumento capaz de procesar los ínfimos segmentos de información que cada protagonista alberga.
La economía mundial había estado creciendo a tasas muy altas. Eran muchas las razones. Entre ellas el auge de la China y de la India, el progreso tecnológico, un mundo con cada vez más movilidad laboral, y estructuras financieras ingeniosas, que hacían creer que los riesgos eran todos subsanables y que la liquidez era infinita. Con tanto crecimiento, algunos inversionistas y consumidores tomaron decisiones distraídas, y el mundo se sobrecalentó.
La crisis estalló cuando algunas instituciones financieras ya no pudieron disimular los riesgos que habían tomado. Por otro lado, creció fuerte la inflación mundial. A lo mejor, lo sano en ese momento habría sido dejar que funcionara el mercado, dejar que hubiera una corrección recesiva. Pero la política electoral ha conducido a que Estados Unidos vaya en dirección contraria, buscando remar en contra de la corriente para paliar la crisis. Como el mercado es porfiado, es improbable que se logre evitar una recesión, una que afecte al mundo entero, ya que es absurdo hablar de desacoplamiento justo cuando estamos más globalizados que nunca.
En el Perú me dijeron que el gobierno de García le propuso hace tiempo al nuestro investigar las acciones de Chávez en forma conjunta. Según mis amigos, nosotros nos negamos. ¿Será que nuestro corazón, sin querer, late por Hugo?
El panorama político regional también se complicó. La muerte de Reyes ocurrió cuando yo estaba en el Perú. En un país que sufrió la barbarie del Sendero Luminoso, el apoyo a Uribe entre mis amigos peruanos fue inmediato. Alan García entiende más que nadie lo que significa el eje chavista en América Latina, porque Chávez financió la campaña de Humala. Por eso, el gobierno peruano se ha dedicado a rastrear el dinero que invierte Chávez en su país. Ya se está demostrando que las sedes del ALBA allí financian actos violentistas contra las empresas, actos que son protagonizados por indígenas y por ínfimas minorías sindicales. Actos muy parecidos a los que hemos visto en Chile. En el Perú me dijeron que el gobierno de García le propuso hace tiempo al nuestro investigar las acciones de Chávez en forma conjunta. Según mis amigos, nosotros nos negamos. ¿Será que nuestro corazón, sin querer, late por Hugo? ¿Que por eso no nos nace investigar demasiado?
Vuelvo a Chile y descubro que nuestra clase política está como en otro planeta, dedicada a una chimuchina muy local, en torno al actuar de Yasna Provoste. Curiosa la decisión de no destituirla ante el caos que exhibe su ministerio. Igual de curiosa la acusación constitucional contra una ministra con la que la Alianza firmó hace poco un acuerdo de enorme valor para el futuro del país. Convertirla en una víctima es un despropósito. Mucho más eficaz para la Alianza habría sido dejarla ser. Las acusaciones constitucionales contra ministros son, en todo caso, para situaciones muy extremas. Si no, se burla la Constitución para obtener efectos políticos coyunturales.
La Alianza se ha contagiado con la visita del Presidente Correa, porque está ecuatorianizando la política chilena. Hace unos 20 años, en Quito descubrieron el deporte de hacerles juicios políticos a los ministros. ¿Resultado? El desprestigio total de la política y el desplome de la gobernabilidad. El Ecuador, que hace 25 años tenía un PIB per cápita similar al chileno, hoy es uno de los países más fracasados de América Latina.