El Mercurio, 22/8/2010
Opinión

Tostadora con imágenes

Lucas Sierra I..

La TV está de moda. Se acerca la tecnología digital y se reforma la ley, Chilevisión se ha transformado en un caso de connotación pública y, cuando todos los ojos estaban puestos sobre él, se anuncia la venta del canal de la UC. Todo pasando.

La venta del canal de la UC ha hecho evidente una nostalgia que subyace permanentemente a la TV. Con añoranza, se evocan los primeros tiempos de este medio en Chile, cuando sólo estaba en manos de tres universidades. Esa habría sido una TV más virtuosa, más digna, más romántica incluso.

En principio, nada malo hay en la nostalgia. Pero en las actuales circunstancias, cuando se está reformando la ley de TV y se reconsidera la organización de la industria para digitalizarla, semejante idealización del pasado es peligrosa. No es el peligro de retroceder a un monopolio legal. Por suerte, esto parece hoy imposible. Pero siempre está latente el peligro de medidas más sutiles para la organización de la industria televisiva, derivadas del mismo prejuicio que justificó el monopolio: la TV sería demasiado especial como para organizarla de una manera abierta y lo más común posible.

No importa el hecho de que la industria de la radio, el pariente más cercano de la TV, haya tenido siempre una organización bastante abierta y común. Y tampoco el hecho de que hoy pasa lo mismo con internet. El prejuicio es ciego a la evidencia: simplemente asume que la TV es diferente, por lo que su industria debe ser organizada de una manera distinta, más regulada, más intervenida.

La famosa frase que Mark Fowler, ex director de la FCC (el equivalente de la Subtel en Estados Unidos), dijo en 1981, estuvo dirigida contra ese prejuicio: «es hora de que dejemos de pensar en los canales de TV como depositarios de la confianza pública y comencemos a tratarlos como lo hace la gente: como un negocio. La televisión es un electrodoméstico más. Es una tostadora con imágenes».

Casi 20 años antes de que pronunciara su frase, la experiencia en Chile sugiere que Fowler no andaría desencaminado. Corría el año 1964, en una sesión del Consejo Superior de la UC. Un tiempo y un lugar que bien podrían constituir el epítome de la nostalgia por una supuesta edad de oro de nuestra TV. Pero la realidad, maldita sea, es distinta, como en esa sesión se reconoció con una franqueza demoledora: «la universidad, al contar con la televisión, entró en un negocio que seguramente ha de ser bueno mientras tenga carácter de monopolio y goce de ventajas tributarias».

Hoy se discuten en el Congreso medidas que podrían afectar la organización de la industria televisiva. Nadie ha propuesto, por suerte, volver a alguna forma de monopolio legal como el que existió hasta 1989. Pero el prejuicio sobre la especialidad de la TV, que sirvió para justificar el monopolio, sigue latiendo. Sólo se manifiesta de formas más sutiles.

Por ejemplo, hoy las concesiones televisivas se entregan a quien cumpla con ciertos requisitos técnicos y financieros que establece la ley. La autoridad no tiene facultades para evaluar otros méritos del postulante, como la programación que pretende emitir. Algunos, sin embargo, presos del prejuicio, quieren aprovechar la reforma en curso para darle esas facultades. Lo mismo con la renovación de las concesiones. Hoy es un trámite prácticamente automático, pero algunos quieren que deje de serlo dándole más facultades a la autoridad. Y lo mismo con la transferencia de las concesiones. La autoridad tiene facultades muy acotadas para aprobar o rechazar una transferencia. Algunos quieren ampliarlas.

Es de esperar que el proceso legislativo termine siendo inmune al prejuicio y a la nostalgia. Que a la hora de regular la organización de la industria televisiva para la era digital, tenga en cuenta el realismo descarnado que circulaba por el Consejo Superior de la UC en 1964. Como lo demuestra el actual movimiento del mercado televisivo, esta industria es un negocio más. Y así debe seguir siendo organizada: como si se tratara de una tostadora con imágenes.