El Mercurio, lunes 2 de mayo de 2005.
Opinión

Tráfico verbal

Lucas Sierra I..

Las palabras que abarcan mucho aprietan poco.

A diferencia de lo que solemos pensar cuando niños, no hay una relación necesaria entre las palabras y la realidad a que ellas aluden. El hecho de que llamemos perro a los perros y árbol a los árboles refleja pura contingencia.

Se trata de una convención entre hablantes que se hunde en la historia, pero que perfectamente podría haber evolucionado de otra manera, y así podríamos decir con pleno sentido: «el árbol se acercó a oler ese frondoso perro».

Algunos pensadores, sin embargo, han pretendido ver una relación causal o necesaria entre las palabras y la realidad. Esta pretensión de realismo verbal ha sido blanco de la ironía de Borges: «Si (como el griego afirma en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de rosa está la rosa, y todo el Nilo en la palabra Nilo». Como el nombre no es el reflejo de la cosa, la relación entre las palabras y la realidad, además de contingente, es flexible.

Pasa con las palabras, entonces, lo que en general pasa con la vida: cuando abarcan mucho, aprietan poco. Parece haber una relación inversamente proporcional entre la extensión de un concepto y su intensidad: si una palabra alude a un objeto difuso, de tal modo que una infinidad de casos puede caber en ella, lo más probable es que esa palabra entregue una información escasa, insuficiente. Lo opuesto ocurre si el objeto es acotado, preciso.

A veces, la política es un espacio especialmente propicio para las palabras que ganan extensión y pierden intensidad; palabras que, por querer decir mucho, dicen nada. Fuimos testigos de un ejemplo magnífico en la campaña presidencial pasada, gracias al candidato opositor y su obsesión con «los problemas reales de la gente». ¿Qué significaba eso? Todo. Ynada.

Por suerte, el mismo candidato pareció dejar a un lado semejante vacuidad. El horizonte se vio entonces más despejado de palabras gaseosas. Pero llegó el encuentro televisado de las dos precandidatas oficialistas, y se nubló de nuevo. «Desarrollo con valores», «diálogo social», «clase media», fueron una y otra vez soltadas al aire, entre otras sonoras pompas de jabón. Todo de nuevo, máxima extensión y mínima intensidad verbal.

La carrera presidencial está empezando. Bien harían los corredores en recordar a Borges y advertir que cuando dicen «diálogo social» o «desarrollo con valores», ninguna realidad se aparece, como por arte de magia, ante los ojos de quienes los oímos. Si se esforzaran en abarcar menos y apretar más, estarían hablando palabras para la conversación y el entendimiento. Y no sólo traficando con ellas.