El Mercurio, 22 de agosto de 2014
Opinión

Tragedia de errores

David Gallagher.

Casi nadie puede cantar victoria con la encuesta del CEP. Salvo Carabineros, las FF.AA., la PDI y la Presidenta, a ningún sector le fue bien. Las tasas de confianza en el Congreso y los partidos políticos son de solo 12 y 6 por ciento. Las de los sindicatos y empresas, de 21 y 12 por ciento; y en cuanto a los temas que los dividen, los encuestados les dan puntos a ambos. Están en contra de la afiliación obligatoria, y del monopolio sindical en las negociaciones colectivas, y a favor de que se flexibilice la jornada laboral. Pero se oponen al reemplazo de trabajadores en huelga, y creen que la huelga es legítima incluso en «servicios esenciales». La tasa de confianza en la Iglesia Católica bajó, y más del 70 por ciento apoya la despenalización del aborto en «casos especiales»; y en un país en que una mayoría cree que está bien que los liceos de excelencia seleccionen a sus alumnos con pruebas de admisión, hay rechazo a que los colegios religiosos lo hagan por afinidad valórica. Por su lado, la derecha no podría estar peor. Solo un 20 por ciento aprueba la labor de la Alianza, y no hay nadie de derecha entre los siete personajes mejor evaluados. Podría seguir con más y más ejemplos de un hecho claro: nadie tiene a la opinión pública comprada.

Lo que sí parece evidente es que la gente no comulga necesariamente con las consignas del movimiento estudiantil de 2011. Eso es notable, porque es en función de ellas que gobierna la Nueva Mayoría para asegurar la «gobernabilidad» del país. Las demandas de los estudiantes son, desde ya, el motivo de la gigantesca reforma tributaria del Gobierno.

Es una reforma que despierta escepticismo entre los encuestados. Solo una minoría cree que no va a perjudicar la inversión, el crecimiento y el empleo. En cuanto a cómo gastar los montos recaudados, un 56 por ciento prefiere que sea en salud, frente al 22 que opta por educación. Las reacciones a la reforma educacional misma son complejas. Un 57 por ciento cree que las universidades no deberían ser gratuitas para todos, y una mayoría contundente, aunque decreciente, prefiere que sus hijos estudien en colegios particulares, y no estatales, eso sí que «a igual costo de matrícula y similar distancia». En general, a la gente le gusta que haya una amplia pluralidad de oferta educacional. No me parece que haya en todo esto un veredicto claro. Pero la sensación que queda es que, en esta etapa, el Gobierno tendría que haber concentrado sus esfuerzos en fortalecer la educación pública.

En general, los encuestados quieren que los políticos se pongan de acuerdo. Esa es otra grande discrepancia que tienen con los líderes estudiantiles y los ideólogos de la izquierda, que piensan que todo acuerdo es inmoral. No sorprende, entonces, que el movimiento estudiantil inspire confianza en solo un 26 por ciento de los encuestados; o que Camila Vallejo tenga la tasa de rechazo más alta de todos los personajes evaluados; o que el chofer de la retroexcavadora, Jaime Quintana, tenga la tasa de aprobación más baja. Por cierto, la encuesta derrumba otro mito, otra razón por la cual, según dicen, «Chile cambió»: que la ciudadanía está pegada a las redes sociales, a las que hay, por tanto, que acatar. Solo un modesto 15 por ciento sigue temas políticos en ellas.

Ojalá la encuesta contribuya a enmendar lo que parece una tragedia de errores: la de estar gobernando en función de consignas de hace tres años. La Presidenta tiene, todavía, una tasa de apoyo sólida, del 50 por ciento. Los encuestados aseveran que no votaron por ella por su programa, sino por la confianza que ella les inspira, y valoran mucho su disposición a «escuchar y llegar a acuerdos con la oposición». Son pistas interesantes para un eventual segundo tiempo.