El Mercurio, 9 de agosto de 2013
Opinión

Trampas de la memoria

David Gallagher.

A los 18 años me golpeé la rodilla en un accidente, y la tuvieron que operar. Me imagino que sentí dolor, pero solo tengo recuerdos agradables de la operación. Era joven, y los amigos y las amigas que me visitaban en el hospital lo eran también. Era cuando -para citar un título de Arturo Fontaine- éramos inmortales. ¿Qué importaba un dolor de rodilla? Poco, y en el recuerdo, nada. Porque en el recuerdo, la rodilla no duele. Si duele es ahora, con sus achaques de rodilla vieja, que comparo con la rodilla perfecta de antaño.

Es que es muy fácil caer, para los que somos más viejos, en la trampa de idealizar el pasado. De idealizar incluso momentos en que lo pasábamos muy mal. Ocurre a los 40 años del golpe militar. Muchos chilenos mayores andan con nostalgia por esa época, a pesar de que fue tan turbulenta, a pesar de que fue casi invivible, y es una nostalgia peligrosa, porque nos polariza. Lleva a algunos a querer reeditar el gobierno de la UP, cuando el pueblo gobernaba sin «cerrojos»; y a otros, a añorar la heroica lucha juvenil que libraban contra ese mismo gobierno. Otros más, en un arrebato de romanticismo, sueñan con el paraíso arcaico que habría existido en el Chile de entonces, un Chile anterior al consumo y al mercado cruel. Romanticismo senil que confluye con la variante juvenil que anima a los estudiantes, que también añoran esa época, en la imagen simplificada e idealizada que tienen de ella, en un país en que la memoria histórica se ha vuelto tramposa no solo para los ancianos.

Por peligrosas que sean estas nostalgias, las que se perciben entre personas de más edad en la derecha son relativamente inocuas. Se manifiestan más que nada en una suerte de excitación pesimista, para no decir masoquista, de que con la Nueva Mayoría estaría por volver la UP, de que estarían otra vez llamados a combatirla con valentía. Son como esos ancianos que visitan las playas de Normandía para acordarse de cuando desafiaban la muerte; de cuando, a diferencia de ahora, la muerte parecía tan lejana.

Más alarmante es la regresión que uno ve en sectores de izquierda. Gente inteligente que quiere retrotraerse a una época anterior al «modelo», y que nos informa que durante 20 años la Concertación implementó una economía social de mercado, no porque la creía buena para el país, sino simplemente porque había «cerrojos» y, por tanto, no tenían alternativa. ¿Qué dicen todos esos buenos ministros que tuvo la Concertación durante toda esa época, los que forjaron lo que es el Chile de hoy? ¿Qué dicen frente a la imputación de que ellos servilmente implementaron un modelo a contrapelo, porque no tenían la llave para abrir los candados dejados por la dictadura? Poco, porque ante estas olas emotivas que se producen cuando los países se polarizan, nadie se atreve a discrepar, por miedo a ser funado, o a no ser considerado cuando se asignen los altos cargos.

En las próximas cuatro semanas nos vamos a acordar mucho del golpe y de la UP, porque el aniversario estará en todos los medios, y veremos a diario imágenes de La Moneda en llamas. ¿Habrá análisis profundos de qué fue lo que nos llevó a eso? ¿Para que no vuelva a ocurrir? Ojalá. Para que los haya, cabe que los que somos viejos evitemos las trampas que nos depara la memoria, y nos aboquemos a acordarnos no solo de nuestra gloriosa juventud, sino de lo que realmente pasó; y cabe que los jóvenes aprendan de la historia. El peligro es que en un Chile polarizado, más que análisis, haya una contienda por imponer una memoria hegemónica. Por el momento, la que va ganando es aquella en que el natural repudio a las torturas y las desapariciones no deja ver sino cerrojos y candados, y en el período anterior al golpe, un paraíso inocente.