El Mercurio, viernes 19 de enero de 2007.
Opinión

Un año decisivo

David Gallagher.

Por miedo a la CUT y a la minoría de trabajadores que representa, los políticos evaden la flexibilidad laboral, a pesar del escandaloso desempleo juvenil en el quintil más pobre.

Tan complacientes estamos en Chile, que discutimos si podemos crecer al siete por ciento en vez del cuatro actual, sin que a nadie se le ocurra que podríamos crecer a sólo el uno o dos. O decrecer. Sin embargo, no hay país en el mundo que sea inmune a la decadencia. Esta empieza a darse justo cuando cunde la idea de que todo está hecho. O cuando los políticos buscan repartir lo que hay en vez de hacerlo crecer.

Los políticos chilenos están cada vez más complacientes y frívolos. Se dedican a pequeñeces: a rencillas, a golpecitos de efecto, a frasecitas para el bronce. Son pocos los que se interesan por el futuro del país. Su verdadero afán es mantener o conquistar el poder porque sí. La ciudadanía, mientras tanto, cae en un peligroso escepticismo.

Chile ha girado largo de reformas económicas hechas en el pasado. Pero las más abultadas cuentas se agotan. Los primeros países en hacer reformas tienen grandes ventajas. Pero si no las renuevan, pasan de ser los primeros a ser los últimos. Es lo que le puede ocurrir a Chile. En Asia, Australasia y Europa Oriental, docenas de gobiernos exitosos, que, sin complejos, manejan a sus países como empresas eficientes, se concentran en profesionalizar el Estado, fortalecer el mercado, y privatizar. Mientras tanto, en Chile, la Concertación habla de subir impuestos. Por miedo a la CUT y a la minoría de trabajadores que ella representa, los políticos evaden la flexibilidad laboral, a pesar de que el desempleo juvenil en el quintil más pobre está en un escandaloso 40 por ciento: por alguna razón son pocos los que hacen la conexión obvia que hay entre la consecuente desesperación de los jóvenes pobres y la delincuencia. Nadie habla de privatización, ni siquiera de aportes privados a las empresas estatales, porque los sindicatos de éstas, una verdadera aristocracia laboral, tienen en jaque a toda la clase política. Uno pensaría que, si no un afán de eficiencia, al menos un espíritu patriota movería a los políticos querer que las empresas estatales funcionaran como empresas de verdad. Hace cinco años, Vale do Rio Doce, la «vaca sagrada» minera del Brasil, que empezó a acoger capitales privados en 1997, era del mismo tamaño que Codelco. Hoy es la segunda minera más grande del mundo, vale 67 mil millones de dólares, y tiene activos repartidos por todo el planeta. ¡Qué raro que en Chile se prefiera mantener a Codelco en una jaula!

Empezamos un nuevo año. Que sea uno en que tomemos conciencia de cuánto arriesgamos quedarnos atrás. Uno en que la oposición se juegue por las reformas que el país necesita, en vez de tratar de ganarle la carrera del populismo a la Concertación. Uno en que la oposición se atreva a apostar a que los votantes no son tontos, a que se estimulan cuando los tratan de inteligentes.

Mientras tanto, la Presidenta también tiene una gran oportunidad: la de usar su capital político para hacer cambios de verdad. Los escándalos de corrupción le dan mucha credibilidad a sus reformas en pro de la probidad. La Presidenta debería promoverlas con pasión. No basta con traspasar más puestos a la alta dirección pública: cabe nombrar a un líder carismático que recorra los colegios y las universidades, para entusiasmar a los jóvenes más talentosos a que le dediquen un tiempo de su vida al servicio público. Es un año también para que la Presidenta ataque de una vez el desempleo. Eso requiere flexibilidad laboral ya. También destrabar el calvario de permisos en que están entrampados los proyectos de inversión.

Dios quiera que tanto el gobierno como la oposición estén en 2007 a la altura de lo que el país necesita.