El Mercurio, viernes 4 de enero de 2008.
Opinión

Un año para la Alianza

David Gallagher.

Según la última encuesta del CEP, el 53 por ciento de los chilenos cree que este año será bueno para el país. Muchos más -el 67 por ciento- creen que lo será para su propia familia. La diferencia refleja el pesimismo de la prensa y de las élites: a la gente le va bien, pero frente a tanto artículo, discurso o sermón catastrofista, supone que a muchos otros les va mal.

Los chilenos no solo son más optimistas que sus élites: parecen saber más de economía. Las cuatro principales causas que dan de que haya pobres en Chile son fuertemente consecuentes con una economía de mercado. Dos tienen que ver con fallas estructurales: «falta de educación» y «pocas oportunidades de empleo». Dos con fallas personales: «flojera y falta de iniciativa», y «los vicios y el alcoholismo». Muy, pero muy atrás, vienen los «abusos o injusticias del sistema económico», o la «falta de ayuda económica del gobierno». Los encuestados están, además, muy lejos de exigir que haya igualdad de resultados. Creen que es justo que gane más el que más rinde; y prefieren que todos ganemos más, aunque sea en forma desigual, a que ganemos todos por igual pero menos.

Este Chile pujante y optimista es en parte el producto de las políticas de la Concertación. De allí que es tan cuesta arriba la labor de la Alianza, aun ahora que el tema Pinochet casi desapareció, y que la coalición gobernante lleva mucho más tiempo en el poder de lo que suele ser tolerable en un país democrático. Pero la Concertación tiene una insalvable debilidad: son demasiados sus líderes que de verdad odian el modelo. Nada nuevo, se podría objetar. Pero a medida que más chilenos alcanzan vidas abundantes y diversas, esos líderes tienden a parecer más arcaicos; y los votantes los empiezan a ver como una franca amenaza a un modelo que les es cada vez más grato. No es casual que la encuesta del CEP demuestre que Alejandro Navarro u Osvaldo Andrade son muy impopulares. No por eso menos poderosos: sus colegas no los rebaten porque les tienen miedo, debido a la culpa social en que se criaron políticamente: en alguna parte de su alma casi todos en la Concertación tienen algo de ellos, y eso también la gente lo percibe.

En este contexto, lo que menos le cabe a la Alianza es competir con la Concertación en igualdad, en redistribución y en paternalismo, aun cuando sus propias culpas sociales, o mala comprensión del país, la lleven a veces en esa dirección. En un Chile tanto más maduro, la Alianza debería reafirmar los valores de la libertad -la política, la económica y la cultural- desafiando los límites a ella impuestos a la Concertación por los grupos corporativos que la apoyan, exponiendo sus prejuicios paternalistas y estatistas, e invitándonos a ir mucho más lejos en el camino de la libertad de lo que jamás nos podría llevar la Concertación. Eso requiere tomar riesgos en cuanto a propuestas. Requiere proponer empoderar a los ciudadanos para que ejerzan más responsabilidad. Requiere invitar a los jóvenes a esa desprejuiciada aventura de descubrimiento que comienza cuando se toma una iniciativa personal. Requiere invitar a todos los chilenos a la aventura de la diversidad. Requiere mostrar que la Alianza tiene valores éticos profundos en cuanto a derechos humanos, probidad o medio ambiente, pero que está dispuesta a convocarnos a que los compartamos todos, sean lo que sean nuestras creencias religiosas. Requiere hacerse cargo de que la sociedad chilena es cada vez más diversa y plural. Claro que todo esto requiere también soñar que la Alianza sea capaz de elaborar alguna estrategia -la que sea- para este año.

Lo que menos le cabe a la Alianza es competir con la Concertación en igualdad, en redistribución y en paternalismo.