Cuando hace poco más de un año asume David Cameron como Primer Ministro de Gran Bretaña, la situación que le toca enfrentar es poco auspiciosa. Tras 13 años de gobierno laborista, hay un gigantesco déficit fiscal. Pero al Partido Conservador le va a costar enfrentarlo, porque no ha logrado obtener una mayoría absoluta en las urnas, y está obligado a formar una coalición con el Partido Liberal Demócrata, que se ubica a su izquierda. Muchos creen que Cameron se va a tener que ceñir a medidas ampliamente consensuadas, y que va a gobernar con extrema cautela, tratando de no ofender a nadie.
Pero él tiene otras ideas. Sabe que eso es no gobernar. Y con su valiente ministro de Hacienda, George Osborne, a su lado, realiza el primer año de gobierno más audaz que se ha visto en Gran Bretaña desde que asumió Margaret Thatcher en 1979.
Osborne ejecuta brutales recortes fiscales que ofenden a todo el mundo. Se molesta la extrema derecha porque incluyen fuertes reducciones en defensa. Se indigna la izquierda porque involucran despidos de empleados públicos. Montan en cólera los jóvenes porque suben las matrículas universitarias. Hay tremendas protestas convocadas a través de Twitter y Facebook. Las de los estudiantes son muy violentas. Pero el gobierno no se inmuta. Sabe que las medidas son necesarias. En las encuestas le va pésimo, pero no le importa, porque las que valen son las de 2015, cuando le tocará postular a la reelección. Además, sabe que la gente no es tonta. Sabe que después de un período de bronca, va a estar contenta de que el gobierno haya tomado el toro por las astas. No toda la gente, desde luego, porque nunca se puede complacer a todo el mundo, pero la suficiente para gobernar con tranquilidad.
¡Y cómo han de gobernar! No es tema sólo de recortes. Hay planes radicales para introducir más competencia en los servicios públicos. Se fomenta una profunda descentralización del poder, con el objetivo de que comunidades locales tengan cada vez más iniciativa. Aunque moleste a la derecha y a los empresarios, se elaboran metas estrictas para reducir las emisiones de carbono. Finalmente, para complacer a los socios de la coalición, se celebra un referéndum sobre el sistema uninominal. Es muy injusto para minorías como los liberales demócratas. Por tanto, si bien no lo cree él, Cameron está dispuesto a averiguar si los británicos están molestos con la falta de representatividad de su sistema electoral.
El referéndum fue a comienzos de mayo recién pasado, el mismo día que las elecciones municipales. Los votantes optaron dos a uno por mantener el sistema electoral de siempre. Y en las municipales, a pesar de tantas medidas supuestamente impopulares, a los conservadores les fue extraordinariamente bien.
Cameron ha tenido sus malos ratos, sin duda. Para él, como para cualquier líder de un país moderno, le ha sido difícil gobernar. Muchos ministros han metido la pata. Los liberales demócratas no están contentos. Tampoco lo está la derecha. Se ven huelgas de empleados públicos en el camino, y sin duda habrá más protestas. Pero los medios sociales ya no logran convocar a tanta gente como hace un año. Y el gobierno desempeña implacablemente la tarea que se espera de él: gobierna.
El primer año de Cameron es una vindicación de aquella antigua virtud que es el liderazgo. Gobierna a partir de convicciones profundas. Guía a la gente en vez de seguirla o hacer lo que cree que quiere. No se deja obnubilar por los caprichos pasajeros, potenciados por los medios sociales, que se manifiestan en la calle. Sí lo ayuda que la oposición esté desperfilada. Pero lo cierto es que ya casi todo el mundo cree que el Partido Conservador está en el gobierno para largo.