En su libro «The Righteous Mind» («la mente recta», pero de quien pretende superioridad moral), el psicólogo social Jonathan Haidt, en Chile esta semana, cita a Damasio con mucho entusiasmo.
La obra de Haidt es más rica y compleja de lo que se puede resumir en una columna. Baste decir que ha sido inspirador oírlo estos días en Chile gracias al CEP y La Otra Mirada.
En su libro «El error de Descartes», el neurólogo Antonio Damasio habla de trabajos que se han hecho con pacientes que han sufrido daño en una parte específica del cerebro: la corteza prefrontal ventromedial, que se sitúa justo detrás y arriba del puente nasal. Es donde se cree que confluyen las emociones con la toma de decisiones. Estos pacientes razonan perfectamente. Su coeficiente intelectual está intacto. Pero son incapaces de tomar una decisión. Pueden analizar infinitamente los costos y beneficios de una acción, pero no animarse a emprenderla. Lejos de que les sirva el sueño platónico de tener el intelecto libre de emociones, la falta de acceso a éstas los paraliza.
En su libro «The Righteous Mind» («la mente recta», pero de quien pretende superioridad moral), el psicólogo social Jonathan Haidt, en Chile esta semana, cita a Damasio con mucho entusiasmo. Lo cita en respaldo de David Hume cuando escribió, hacia 1738, que «la razón es, y debe ser, esclava de las pasiones», y que la moral, en vez de ser un conjunto de valores trascendentes que la razón pueda deducir, nos es más bien innata: es inherente a nuestra naturaleza humana. Haidt construye su propia metáfora al respecto, la de un elefante y su jinete. El elefante es nuestros instintos, y el jinete nuestra capacidad para razonar en forma analítica. Como se ha de suponer, dados sus tamaños relativos, el elefante manda. El jinete a lo mucho logra en algo enmendar su rumbo, sobre todo si el elefante tiene la amabilidad de darle tiempo para consultar con amigos o con la almohada. Pero en general, es el elefante el que decide el rumbo, y la capacidad para razonar del jinete es reducida a defender esa decisión. Por irracional que ésta sea, el jinete está más interesado en justificarla que en acceder a la verdad. Por eso se pone a racionalizarla con la astucia de un abogado o publicista. Tanto insiste en defender los prejuicios instintivos que le ha generado el elefante, que es imposible cambiárselos a través de la razón, sin apelar primero a sus emociones.
Los instintos del elefante están en gran parte determinados, según Haidt, por la evolución, que nos ha provisto, según él, de seis imperativos morales: cuidado (en el sentido de protección), equidad, libertad, lealtad, autoridad y sacralidad. Según Haidt, que en sus análisis políticos se nutre de la experiencia estadounidense, la derecha tiene una ventaja sobre la izquierda, porque mientras ésta vibra con solo los primeros tres, a la derecha la inspiran todos los seis, lo que la hace capaz (¿en Estados Unidos?) de llegar a más gente. Por cierto Haidt hace una interesante acotación acerca de la equidad: aclara que para la izquierda, tiende a significar igualdad, y para la derecha proporcionalidad.
La obra de Haidt es más rica y compleja de lo que se puede resumir en una columna. Baste decir que ha sido inspirador oírlo estos días en Chile gracias al CEP y La Otra Mirada. Nos deja dos lecciones para este 2017 electoral. Primero, que estamos encerrados en paradigmas emocionales difíciles de alterar. Esta es una lección para los políticos, a quienes no les bastará razonar con los votantes; tendrán que seducirlos, apelando a sus emociones. Una mala noticia, creo yo, porque puede favorecer a los populistas. Segundo, que los paradigmas de la izquierda y la derecha son ambos válidos, porque provienen de módulos morales que nos ha dado la evolución, y a los que adherimos de buena fe. Por tanto en vez de descalificarnos alegando superioridad moral, deberíamos tratar de entendernos, y recoger lo mejor de cada lado. Una gran oportunidad, creo yo, para candidatos de centro, capaces de trascender la polarización y de apelar a la unidad de los votantes.