El Mercurio, 25/9/2009
Opinión

Un hombre ejemplar

David Gallagher.

No puedo no sumarme a los homenajes que se han hecho a Edgardo Boeninger, cuyo legado de intelectual y de hombre público es especialmente relevante en este año de bicentenario y de profundos cambios políticos. Como dijo en su última entrevista, Chile tiene actualmente “una espléndida oportunidad como país”, siendo, sin embargo, que “a veces, cuando las oportunidades se pierden, es para siempre”. Pocos tienen tanto que enseñarnos como él, si es que no queremos perder esta oportunidad.

Abandonado por su madre a los 10 años, y dejado por ella a la merced de un padre alcohólico que lo amenazaba con pistola, Boeninger se crió prácticamente solo, sin el apoyo familiar y las redes sociales que en Chile tomamos por sentado. Un hombre criado así suele salir con sello de víctima. Boeninger, apoyado nada más que en una privilegiada inteligencia y un espíritu imbatiblemente positivo, salió adelante sin el mínimo atisbo de rencor. En un país donde nos adaptamos al molde de la tribu en que nos tocó crecer, y donde tememos diferenciarnos, Boeninger mostró que, a pesar de todo, un hombre se puede hacer a sí mismo, y de allí ser exitoso, además de ejemplarmente recto, como él lo fue.

Recto y valiente, como cuando de rector de la Universidad de Chile se opuso a la UP, y como cuando enseguida se opuso a la Junta, tras dos escuetas reuniones con ella, en que el almirante Merino lo amonestaba, con una pistola en la mesa. Un hombre de paz que aborrecía las pistolas, que como pocos contribuyó a que la transición fuera razonablemente pacífica. Un hombre eficaz, que como ministro, cuidaba cada detalle de cada proyecto de ley, entendiendo la enorme diferencia que hay en el servicio público entre hacer las cosas bien y hacerlas así no más. Esa cultura que tenía, de “hacer la pega”, de hacerla de verdad, la llevó después al Senado.

En estos últimos años en que ya no tenía un cargo público, Boeninger, a pesar del cáncer que lo aquejaba, seguía luchando por Chile. Temía que, justo cuando teníamos más que nunca esa “espléndida oportunidad”, la desaprovecháramos. Temía el contagio del chavismo. Temía que la política chilena reincidiera en los juegos de suma cero y las apuestas al todo o nada de antaño.

¿Exagerado? ¿No estamos cómodamente lejos en Chile de los Chávez, los Kirchner, las FARC?

Sí y no. Dos de los principales candidatos presidenciales proponen cambiar la Constitución. ¿Imagínense que en países europeos, o en Canadá, o Japón, se propusiera cambiar la Constitución en cada elección? Además, está de moda en Chile la democracia “participativa” y la plebiscitaria, modalidades que, según Boeninger, “son entretenidas para las élites, pero conducen a una relación manipulada de los mandatarios con el pueblo. Así lo muestran ejemplos cercanos que poseen precarias credenciales democráticas”. Por otro lado, se ha colmado a la gente de ofertones este año, ofertones que por mucho que puedan tener argumentos macroeconómicos a su favor, crean hábitos de dependencia que no son sostenibles. Me gustaría creer que los bonos “contracíclicos” se estén dando en un año electoral por pura coincidencia. Pero por la forma en que se dan, no estoy tan seguro.

Los países exitosos son aquellos en que las élites políticas se someten por mucho tiempo a un contrato implícito, que les prohíbe hacerle al electorado ofertas demagógicas, ofertas que, por ganar votos en el corto plazo, ponen en riesgo el futuro del país. Creo que Boeninger tenía razón en temer que en Chile, se vulnerara ese contrato. Por improbable que nos parezca, conviene en todo caso estar siempre alerta.