No estamos en un país tan terrible como el que pintan los obispos, y es dudoso que sea exitosa una campaña catastrofista.
¿Qué hace la diferencia entre Chile y el resto de América Latina? Primero, sus instituciones democráticas, y, segundo, su modelo económico. Un modelo que, a diferencia de otros países, tiene apoyo transversal.
El modelo ha sobrevivido a muchas crisis. Pero nunca hay que cantar victoria. A veces es en períodos de bonanza que hay que tener más cuidado, porque nos creemos invencibles, y pensamos que es inocuo ceder a una que otra presión populista. Eso ya ocurrió con el royalty minero. De la nada fue agarrando fuerza. «¡Qué importa!», empezaron a pensar los políticos. «Nadie defenderá a las mineras gringas. Con la poca visión política que tuvieron. Da lo mismo subirles los impuestos».
No da lo mismo, porque el impuesto que pagan las empresas extranjeras al retirar dividendos será, con el royalty, más alto que el de sus países de origen. Eso les creará un incentivo para pagar lo más posible allá, lo que redundará en menos recaudación para Chile. Más preocupante aún es el precedente de imponerle un impuesto diferenciado a un sector. Además, se creó un clima de odiosidad contra las mineras. Defenderlas ya no es un mero acto de incorrección política, es poco menos que traición a la patria.
Impuestos disparejos y odiosidad contra inversionistas: ¿a qué conducirán? Muchos amigos me dicen que a nada; que soy demasiado purista y alarmista, que el caso de las mineras es único. Pero, con las elecciones, me nacen más y más dudas. En el debate de las candidatas, un periodista hace feroces críticas a las privatizaciones hechas por la Concertación, con el lenguaje de la izquierda de los años 60, y tilda de escandalosas las utilidades de los bancos y de los grupos. Las candidatas no cuestionan sus premisas, y se enredan al responder, dejando la impresión de que su apoyo a su propio gobierno es débil, para no hablar de su apoyo al modelo. Unos días después, un candidato anuncia que le dará franquicias a quienes inviertan en regiones, abriendo un nuevo flanco de diferenciación tributaria. Y en el seminario de la revista «Capital», este candidato parece desafectado con el éxito empresarial como tal. Se queja de que «para abajo llega muy poco». Agrega que, en la Bolsa, «en los últimos seis años el valor de las empresas se duplicó. Pero el desempleo sigue igual y los sueldos siguen igual». Un «non sequitur» que, repetido durante toda una campaña, puede inducir a que gente ignorante se convenza de que hay relaciones de causa y efecto donde no las hay; de que las empresas valen más porque no pagan mejores sueldos y no dan más trabajo.
No hay nadie en Chile que no quiera reducir la desigualdad. Pero hacerlo requiere un profundo esfuerzo, sobre todo en educación. Uno que implica enfrentarse a intereses corporativos y que, dado el costo político involucrado, no se hará si no logramos acuerdos transversales. Lo que no cabe es dar golpes demagógicos de oratoria, que no hacen sino resucitar las odiosidadesdel pasado.
Además, no estamos en un país tan terrible como el que pintan los obispos, y es dudoso que sea exitosa una campaña catastrofista. En Inglaterra, los conservadores perdieron recién, tras denunciar que la mayoría había quedado excluida de la exitosa economía de Blair. Es que no era así, y no lo es en Chile. Por algo Lagos tiene niveles inauditos de apoyo. Espero, por eso mismo, que el Gobierno mantenga la calma frente a los arrebatos demagógicos. Que no se tiente el 21 de mayo con anuncios populistas, que entorpezcan cinco años de buen manejo económico: la fuente misma de su popularidad y del gran legado histórico que promete dejarnos.