La Tercera, 8 de marzo de 2019
Opinión

Una cabra chica gritona

Isabel Aninat S..

Ruth Bader Ginsburg se ha transformado en un ícono de la lucha por la igualdad de género. Por su testimonio personal. Por su testimonio familiar.

Hay muchas maneras de gritar. Se grita en las marchas. En el arte y en el deporte. Y también en el derecho. Y desde ahí, desde el derecho, hay diferentes maneras de hacerlo. Ruth Bader Ginsburg, jueza de la Corte Suprema estadounidense, ha gritado por la igualdad entre hombres y mujeres a lo largo de su vida. Con 1 metro 55 de estatura es, justamente, una cabra chica gritona.

Ha tenido que gritar por su desarrollo profesional. Durante sus años en la Universidad de Harvard, a mediados de los cincuenta, el decano de la Facultad de Derecho cuestionaba abiertamente a las nueve mujeres estudiantes, en una generación de 500, por estar quitándole el puesto a los hombres. Fue la mejor alumna de su generación de Derecho de la Universidad de Columbia, pero no recibió ninguna oferta de trabajo. A pesar de tener las mejores recomendaciones, varios jueces prefirieron no contratarla. Era mujer, madre y judía. En los años sesenta se inició en la academia, años en los que habían menos de 20 profesoras de Derecho en todo Estados Unidos. En la Universidad de Rutgers le informaron que le pagarían menos que a sus colegas hombres. ¿La razón? Su marido tenía un buen sueldo. Durante el embarazo de su segundo hijo se le recomendó usar ropas que lo escondieran, de otra manera no tendría éxito profesional. Y, a pesar de todo, llegó a ser profesora en Columbia, fundadora del área de derechos de las mujeres en la Unión por las Libertades Civiles Americanas (ACLU en inglés), jueza de la Corte de Apelaciones del Distrito de Columbia, y desde 1993, de la Corte Suprema. Su nombramiento a la Suprema fue aprobado por 96 votos a favor y sólo 3 en contra en el Senado norteamericano.

RBG, conocida por sus iniciales, ha gritado también por los derechos de las mujeres y por la igualdad legal entre hombres y mujeres. Durante los años setenta, litigó una serie de casos que llevaron a modificar regulaciones discriminatorias en contra de las mujeres. Por ejemplo, logró que las mujeres ya no tuviesen que elegir entre el embarazo o el trabajo y los beneficios de seguridad social (Struck v. Secretary of Defense, LaFleur v. Cleveland Board of Education, Geduldig v. Aiello, General Electric v. Gilbert) o que pudiesen servir en igualdad de condiciones en los jurados (Edwards v. Healy, Taylor v. Louisiana, Duren v. Missouri). Pero también alegó para que los hombres pudieran acceder a beneficios que eran exclusivos para las mujeres. Litigó a favor de viudos que no tenían acceso a beneficios tributarios o de seguridad social para la crianza de los hijos (Kahn v. Shevin, Weinberger v. Wiensenfeld, Califano v. Goldfarb). Ante la Corte Suprema, sus alegatos eran, por supuesto, jurídicos, pero nunca olvidó el valor simbólico del lenguaje. En medio de su primer alegato, buscando llamar la atención de los jueces, señaló que no venía a pedir favores para su sexo, parafraseando a Sarah Grimké, activista del voto femenino.

Y una vez que alcanzó el máximo tribunal, RBG tampoco dejó de gritar. Ni siquiera en aquellos años en que ha sido la única mujer entre los nueve supremos, hecho de la cual ella no se enorgullecía; por el contrario, el ser una excepcionalidad, una curiosidad, la apenaba. Ha llegado a hacerse conocida por sus disidencias en los casos de regulación electoral y debido proceso, pero también discriminación racial, acción afirmativa y el derecho al aborto. Incluso ha llegado a leer sus disidencias, alterando la tradición de la Corte.

RBG se ha transformado en un ícono de la lucha por la igualdad de género. Por su testimonio personal. Por su testimonio familiar, con su entonces marido, un abogado comprometido en lo público y en lo doméstico con la equidad entre hombres y mujeres. Por lograr cambiar las reglas injustas. Por denunciar las discriminaciones legales pero también las culturales. Y porque ni siquiera hoy, operada nuevamente de cáncer a los 85 años, ha dejado de ser una cabra chica gritona.