Felizmente, el ministro de Hacienda hizo lo que tenía que hacer. No enganchó. Más bien ignoró el documento de «los 20», y su potencial nocivo se disipó.
La economía de mercado no es tan popular en Chile como lo debería ser. Entre las razones: pocos han salido a venderla a la ciudadanía. En los últimos 30 años, los gobiernos se han jactado más de sus éxitos económicos que de los medios con que los lograron. La centroizquierda le ha puesto al mercado cuantiosos adjetivos para mostrar que no ha perdido su conservadora vocación asistencialista. La derecha ha caído en la trampa de alegar que ella también tiene esa vocación. Por eso, la mayoría de los chilenos -entre ellos, muchos parlamentarios- no entiende bien cómo funciona la economía.
Es en el contexto de esta ignorancia que me pareció inoportuno el documento llamado «Aprovechemos la oportunidad», en que 20 economistas sugerían ir de un superávit estructural del uno por ciento del PGB a un equilibrio estructural, liberando ingresos fiscales adicionales de nueve mil 950 mil millones de dólares en 2007-2010. Inoportuno, por salir con tanto bombo en pleno mes de elaboración del presupuesto. Escrito en un lenguaje simple, el documento de 11 páginas parecía estar dirigido a un público masivo. Dada su fecha de publicación, me pareció que no podía sino crearle dificultades a un ministro de Hacienda que, contra el instinto de la gente, hacía esfuerzos heroicos por contener las expectativas de gasto. Después de todo, la propuesta a la que los economistas otorgaban su prestigio profesional, frente a un público que entiende poco, era la de abrir la llave a una enorme cantidad de recursos adicionales. No para este presupuesto, lo sé. Pero, en ese caso, ¿por qué no divulgar el documento más tarde en el año? Tan obvia me parecía esa pregunta, que me permití deslizar la duda de si estos académicos, o algunos de ellos, actuaban como economistas o como políticos. Felizmente, el ministro de Hacienda hizo lo que tenía que hacer. No enganchó. Más bien ignoró el documento, y su potencial nocivo se disipó.
No es que las ideas de «los 20» no merezcan discusión una vez que se despache el presupuesto. Cabe señalar que ellos condicionan los fondos adicionales a que haya profundas reformas microeconómicas. Es alentadora esa salvedad. Mi principal diferencia con ellos es que creo que primero hay que forjar la voluntad política para que se hagan las reformas. Hasta entonces, prefiero un superávit estructural del uno por ciento, y un firme compromiso de mantener los excedentes afuera, por dos razones. Primero, porque, sin un consenso sobre reformas microeconómicas, el dinero adicional sería malgastado por el mercado político real. Segundo, porque los inversionistas necesitan tranquilidad en lo que más les inquieta: el tipo de cambio. El impuesto sobre utilidades reinvertidas, y el de timbres, que los 20 economistas quieren reducir, son cargas irrisorias al lado de lo que sería un desplome del dólar, ocasionado por un exceso de gasto. Como dice la senadora Matthei, «todas estas propuestas de aumentar gasto no pueden no referirse al efecto en el tipo de cambio. En esa parte, la propuesta de estos 20 economistas no era completa».
Para ser justo, ellos sí se refieren al tema cambiario, pero muy de paso. Para que su propuesta sea en general más completa, conviene que la complementen en otros ám-bitos también. Por ejemplo, proponen una reforma del Estado, pero sin dar detalles de su contenido. En fin, su documento, si bien fue inoportuno en cuanto a su «timing», puede contribuir al debate económico si, en un trabajo posterior, los 20 proveen aquellos detalles y fundamentos que están necesariamente ausentes en lo que es una propuesta de divulgación masiva.