El Mercurio, 7 de julio de 2017
Opinión

Una nueva etapa

David Gallagher.

La retroexcavadora fue manejada por choferes sin carné; y con su sobredosis de ideología, sembró mucha cizaña. Todo esto le permite a Piñera confeccionar un relato simple.

Concluidas las primarias, viene una nueva etapa. Una en que las diversas candidaturas deberán revisar sus estrategias en función de lo que pasó el domingo. Para el Frente Amplio, el resultado ese día no fue brillante. Pero tampoco fue despreciable. ¿Qué hacer ahora? ¿Bajar el tono ultra radical para ganarle unos votos a la Nueva Mayoría? Tal vez, pero eso sería poco creíble, además de que desvirtuaría la razón de ser del movimiento, haciéndole parecer otro grupo más de los que, sin convicciones, buscan hacerse del poder.

Lo probable entonces es que el Frente Amplio mantenga su radicalismo, apostando a un futuro más lejano. ¿Frente a eso qué hará la NM, la gran ausente de las primarias? La solución a la que llegaron en 2013 para no tener un frente a su izquierda fue la de incorporar al PC. Fue una solución costosa, porque con ella sacrificaron nada menos que a la exitosa Concertación. Costosa e inútil, porque si bien permitió arrasar en las parlamentarias de 2013, funcionó esa sola vez. La amenaza desde la extrema izquierda no tardó en reaparecer, con el Frente Amplio. Para qué hablar del daño que le hizo el PC al gobierno y al país.

Entonces ¿qué hace la NM ahora? ¿Aliarse con el Frente Amplio? No creo que ellos estén disponibles. ¿Volcarse aun más a la izquierda para quitarle votos al Frente Amplio? Tal vez, pero los votos ganados así serían cancelados por otros perdidos a Chile Vamos. ¿Volcarse al centro, buscando votos de Ossandón y Kast? Tal vez, pero a costo de perder una cantidad equivalente de votos al Frente Amplio. En el fondo la NM no tiene mucho que hacer fuera de pagar el precio que se merece pagar por haber abandonado con tanta frivolidad los ideales de la Concertación, abandono que ha sido el sello de este gobierno, y cuyo golpe de gracia fue el oportunismo cínico con que el PS desechó a Lagos. En todo esto, Chile Vamos y Sebastián Piñera están en una situación expectante, tras su tremendo éxito del domingo. No tienen una amenaza significativa a su derecha (no lo es la absurda candidatura de José Antonio Kast). Por tanto no le debería ser difícil agregarle a su voto tradicional una gran parte de ese centro moderado que quedó huérfano al morir la Concertación. En realidad todo indica que una apreciable mayoría de chilenos son de centro moderado. Muchos de éstos votaron por Bachelet en 2013 porque pensaron que ella también lo era. Ahora están curados de espanto, tanto más porque el gobierno ha sido tan poco profesional, además de conflictivo.

La retroexcavadora fue manejada por choferes sin carné; y con su sobredosis de ideología, sembró mucha cizaña. Todo esto le permite a Piñera confeccionar un relato simple. Uno de unidad, de moderación y de pragmatismo pos-ideológico. Prometer un gobierno que una a los chilenos en vez de dividirlos. Un gobierno con la humildad de no pretender imponerles más ideologías, que se aboque a solucionar problemas reales. Mucho se criticaba que el gobierno de Piñera se preciara tanto de su buena gestión. Pero ese atributo es uno que la ciudadanía ahora añora, tras cuatro años de mala gestión. Aquí Piñera tiene mucha ventaja sobre Guillier, a quien pocos van a percibir como un futuro gran administrador. Cabe recalcar que la buena gestión no es solo cuestión de eficacia. Es un imperativo moral. Es inmoral improvisar cuando se gobierna un país. Es inmoral dictar leyes que tienen efectos contrarios a los anunciados. Es inmoral dictar leyes que nadie entiende. Una advertencia. El país se ha vuelto difícil de gobernar. Peor va a ser cuando, gracias al sistema proporcional, amanezcamos con un Congreso en que nadie tiene mayoría: un paraíso para los díscolos. El nuevo gobierno va a tener que contar con mucha destreza política.