El Mercurio, 4 de agosto de 2017
Opinión

Verse la cara

David Gallagher.

Cuando en Chile nos vemos la cara y conversamos, es mucho más lo que nos une que lo que nos divide…

Me acuerdo que cuando lo eligieron presidente, Obama se dedicó a recibir y a visitar a mucha gente, entre ella a numerosos adversarios. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, explicó que el contacto personal disminuía el riesgo de demonizar o ser demonizado.

Me acordé de esa respuesta la semana pasada en Frutillar, en el Teatro del Lago. Estaba en un encuentro interesantísimo organizado por la CPC, con el título de 3XI, en que la triple I nos convocaba, a los cien invitados, a inspirarnos, incluirnos e innovarnos, además de simplemente conocernos, ya que veníamos de una amplia gama de quehaceres y de regiones, y normalmente, no nos habríamos conocido nunca. Éramos emprendedores, trabajadores sociales, líderes mapuches, empresarios, ecologistas, innovadores, ejecutivos, dirigentes regionales, sacerdotes, artistas, y nos conminaban a salir de nuestras zonas de confort para debatir con extraños, contarles nuestras propias experiencias, y oír las de ellos; y para eso nos rotaban en diferentes grupos de diez.

Un tema recurrente era la desconfianza en que hemos caído en Chile, donde nos hemos acostumbrado a demonizar a grupos enteros de compatriotas. Lo sorprendente, lo conmovedor era la velocidad con que, al vernos las caras, al oírnos, al darnos cuenta que la vida de cada uno era tan interesante y válida como la de los demás, se establecía una relación cálida y confiada entre nosotros; una en que salíamos agradecidos tanto de conocer la experiencia ajena como de sentir validada la propia. Había una grata sensación de igualdad entre todos a pesar de nuestras preciadas diferencias, siendo estas, desde luego, lo que más interesaba a los demás.

Cómo cambia nuestra visión, pensé, sentados de a diez en un círculo, viéndonos la cara con gente tan variada, y no encerrados en oficinas o barrios o clubes imaginando lo peor de grupos enteros de chilenos. Para qué hablar de esa guerra que se libra en las redes sociales, en que energúmenos encapuchados lanzan dardos venenosos escondiendo su nombre, para qué hablar de la cara.

Desde luego en un país como Chile, donde el 87 por ciento de la gente está urbanizada, no hay la posibilidad de conocernos como si estuviéramos en una aldea medieval. Por eso mismo, para entender a los demás y confiar en ellos, dependemos mucho de lo que nos dicen de ellos los medios. Desgraciadamente lo que nos dicen suele ser muy negativo, sobre todo en la televisión. Esa negatividad explica por qué tenemos en Chile una visión relativamente positiva de políticos o sacerdotes o empresarios que conocemos, y una negrísima de la política, la iglesia o la empresa en general. Por algo en Frutillar más de un participante sugirió que se organizara un encuentro de este tipo para periodistas, con la esperanza de que aprendieran a atenuar su fascinación con la mala noticia, y a calmar el odio con que algunos (desde luego no todos) se ponen a denunciar, denostar y pomposamente juzgar a grupos enteros de compatriotas.

No es casual que el encuentro se diera en el Teatro del Lago, un lugar inspirado, innovador e inclusivo como pocos. ¿Inclusivo? ¿No es para música clásica de élite? Como para contestar esa pregunta, nos brindaron un magnífico concierto de la orquesta del teatro y su cuerpo de baile, integrados por jóvenes de la región, gente modesta que ha sido convocada por el teatro a aprender, gratis, a tocar instrumentos y a bailar.

Una moraleja de este encuentro: cuando en Chile nos vemos la cara y conversamos, es mucho más lo que nos une que lo que nos divide. Tanto que en Frutillar era imposible adivinar el color político de los participantes, prueba de que son pocos en el país los que participan en los agrios conflictos que nos imponen ciertas rabiosas élites.