El Mercurio, lunes 13 de noviembre de 2006.
Opinión

Vida perra

Lucas Sierra I..

Buena decisión. Mal método.

En Beijing se prohibirá tener más de un perro por familia. China, sabemos, es cosa seria. Sólo un perro por familia, sólo un hijo por pareja. La cuestión es la escala acromegálica. Esta escala puede ser una bendición. Por ejemplo, por las economías que permite. Pero debe ser también una pesadilla, por la hostigosa presencia de tanto prójimo. Y de sus perros.

Este racionamiento canino trae a la memoria otra noticia china de hace poco. Varias provincias decidieron eliminar perros vagos. Perro encontrado que no podía ser atribuido a alguien, perro eliminado. El problema fue el método: a palos. Las imágenes eran impresionantes: en la mitad de una calle, tres o cuatro funcionarios dando unos garrotazos tan furibundos como metódicos.

Tuve sentimientos encontrados. Por una parte, el método de eliminación parece tosco y de una crueldad innecesaria. Por la otra, la decisión de eliminar perros vagos parece sensata y muy civilizada. Al menos en la ciudad, los perros deberían tener un dueño responsable de ellos.

No sé a usted, pero a mí la vista de perros vagando por las calles me produce depresión. Tanto más si andan en grupos: además de depresión, da susto. Y tanto más todavía si con ellos hay alguien que les deja comida: además de depresión y susto, da rabia.

Sé que están asociados al folclore nacional. Suelen cruzarse por la Parada Militar, por las más solemnes ceremonias oficiales, hay algunos que ya son patrimonio de la Plaza de la Constitución. Recuerdo, incluso, una imagen de 1973: una calle desoladoramente vacía, excepto por un par de tanques y unos perros vagando entre ellos. Nada pintoresco. Puro subdesarrollo.

Generan un problema de competencia entre el gobierno central y las municipalidades, que se los adjudican recíprocamente. A menos que se use el método chino, no debe ser muy barato lidiar con ellos. Esto, pues parece razonable capturarlos, mantenerlos un tiempo por si alguien quiere hacerse cargo, y si nadie aparece, sacrificarlos de la manera más indolora posible. ¿Por qué asumir este costo?

No porque crea que los perros tengan derecho alguno. Tampoco porque crea (como lo hacen el filósofo Peter Singer y el movimiento de liberación animal) que la capacidad de sentir dolor ponga a todos los seres que la poseen en un mismo plano de consideración y respeto. Esto parece un utilitarismo extremo, algo burdo moralmente.

Sí, en cambio, para evitar el sufrimiento que en las personas provoca el sufrimiento animal. Para que la vida sea, en otras palabras, menos perra.