El Mercurio, 29 de mayo de 2005
Opinión

¿1989 o 1999?

Harald Beyer.

Es cierto que Bachelet no tiene el peso, la trayectoria y tampoco pertenece al partido de Patricio Aylwin, pero su credibilidad y liderazgo son tan o más altos de lo que gozaba Aylwin en su momento.

En pocos días el escenario político parece haber cambiado de manera radical. Pero esta primera impresión puede ser equívoca. La irrupción de Piñera y la renuncia de Alvear a su precandidatura, puntos más o menos, tienen a Bachelet tan tranquila como a principios de año. Posiblemente el principal efecto, quizás único, de estos temblores políticos es un aumento del poder de negociación del PDC en la confección de la lista parlamentaria. Éste parecía estar muy debilitado, pero los acontecimientos recientes incentivan al bloque PPD-PS-PRSD y a la propia Bachelet a tenderles una mano a los falangistas. En el actual escenario a la Concertación y a su abanderada no les conviene que queden dudas respecto de dónde está el corazón democratacristiano. En 1999 precisamente eso fue lo que ocurrió e hizo que votantes que se habían inclinado antes por Aylwin y Frei se abstuviesen ahora de hacerlo por Lagos. Unos pocos más y ahora estaríamos prontos a despedir a Lavín de la Presidencia.

El hecho de que este año, a diferencia de lo que ocurría en 1999, se produzcan elecciones presidenciales y parlamentarias permite incorporar de manera casi natural a la DC en la campaña. Es una ventaja que seguramente no será desaprovechada, más ahora que los candidatos aliancistas han salido a cortejar a los comprometidos votantes alvearistas. Parece razonable pensar que si Lavín ya tuvo éxito en cortejar a votantes parecidos en 1999, Piñera pueda hacer otro tanto y atraer tal vez a esos que en su oportunidad coquetearon con la idea de sumarse a Lavín, pero que al final se sumaron a Lagos. Por cierto, la resurrección del poder negociador de la DC puede tener un carácter transitorio. Si las encuestas, que seguramente se dejarán caer con fuerza en las próximas semanas, muestran una Bachelet sólida, puede que a los socios progresistas de la Concertación ya no les parezca evidente la necesidad de subir con tanta visibilidad a la DC a esta campaña. Más todavía cuando legítimamente aspiran a subir su representación parlamentaria. Son riesgos que probablemente el partido de la flecha roja no querrá correr. Parece, entonces, haber espacio para concordar rápidamente un acuerdo político que deje a la DC bien instalada en estas elecciones.

Quizás sí el único inconveniente es que desde la distancia no se ve con demasiada claridad quién tiene el poder dentro de la Democracia Cristiana. Adolfo Zaldívar no parece tenerlas todas consigo, pero otras corrientes tampoco parecen tener la suficiente fuerza para desafiarlo. Una solución de compromiso es probable al interior del partido y no deberíamos extrañarnos si en la Concertación se alcanza un acuerdo político electoral mucho antes de lo que nos imaginamos. En este escenario la elección presidencial puede comenzar a parecerse mucho más a la de 1989 que a la de 1999. Es cierto que Bachelet no tiene el peso, la trayectoria y tampoco pertenece al partido de Patricio Aylwin, pero su credibilidad y liderazgo son tan o más altos de lo que gozaba Aylwin en su momento. Además, la izquierda ha hecho su tarea y si en ese entonces había dudas respecto de su capacidad de hacer un buen gobierno, éstas se han disipado completamente en estos años. Claro que también en 1989 existía el ánimo de coronar el triunfo del No. Ahora éste está muy disminuido y posibilita un mayor «vitrineo» electoral de un grupo importante de votantes.

Sin embargo, la «decisión de compra» de estos votantes está muy influida por la marcha de la economía y, a diferencia de lo que ocurría en 1999, ésta es muy sólida. Por ejemplo, en la primera parte del año, el empleo ha estado creciendo a una saludable tasa anualizada de 3,4 por ciento. Además, el término anticipado de la candidatura de Alvear evitó que los roces adquirieran las dimensiones de 1999. Un escenario como el de 1989 no sólo minimiza las posibilidades de las dos candidaturas aliancistas, sino que la ausencia de un espacio político suficientemente amplio puede producir un gran fracaso de la aventura de Piñera y RN.

La alianza y, en particular, el empresario necesitan reproducir el escenario de 1999. La situación económica es mejor ahora, pero las elecciones en las que Bush derrotó a Gore en 2000 o Blair a Major en 1997 revelan que es posible para la Oposición aun en estas circunstancias -donde además había importantes niveles de voto duro- derrotar al oficialismo. En términos generales, una estrategia centrista y rica en contenidos que muestre un camino de progreso más atractivo para el votante puede rendir frutos. Sobre todo si la campaña logra, además, sembrar dudas respecto de la capacidad de Bachelet como gobernante. Ella no tiene la valoración que tenía Lagos en esta dimensión. Piñera puede estar en una mejor posición para lograr reproducir el escenario de 1999 y conseguir esos 94 mil votos adicionales que le habrían permitido a Lavín ganar en la segunda vuelta. Pero para eso tiene que darle más peso específico a su campaña en ideas, en figuras y en diversidad. Por cierto, ésta recién se inicia, pero tampoco tiene mucho tiempo porque corre el riesgo de quedarse atrapado en ese 15 por ciento que marcan las primeras encuestas.