La Tercera, 6 de noviembre de 2016
Opinión

A mover el Estado

Leonidas Montes L..

Nuevamente amenaza la calle con el llamado de «No+AFP». Además, tenemos el paro de la Anef. Ambos hechos nos permiten reflexionar sobre el poder de las movilizaciones y la verdadera realidad de nuestro Estado.

Frente al fenómeno de la desconfianza, suele criticarse al sector privado. Pero olvidamos lo que los ciudadanos piensan de los servicios que les entrega el Estado.

Partamos por lo primero. Aristóteles, el gran filósofo de la política, pensaba que la democracia podía degenerar en demagogia. En otras palabras, la mejor forma de gobierno corría el riesgo de corromperse y convertirse en una pesadilla para los ciudadanos. En los tiempos modernos hemos sido testigos de cómo la demagogia puede llevar a los países a un precipicio de tensión, sufrimiento e incluso violencia. Basta una rápida mirada por nuestro vecindario. Pero Polibio, en sus Historias, acuñó otro concepto que se parece a la demagogia. Nos habla de la oclocracia o el gobierno de la turba o multitud. En nuestra sociedad de la información del siglo XXI, esta idea política es atingente. En efecto, lo interesante de la oclocracia es el sentido etimólogico de oklos. Si bien kratos significa «gobierno de», oklos dice relación con algo en movimiento. De ahí la importancia de la oclocracia para Chile y el mundo.

En efecto, la idea de oclocracia refleja el poder de los movimientos y el perverso impacto que pueden producir en el futuro de los países. Basta recordar el Brexit, Trump y muchos otros casos que ponen emociones en movimiento. Aunque las revueltas estudiantiles nos llamaron la atención sobre una serie de temas relevantes que debían ser abordados, el movimiento se radicalizó y creó expectativas más allá de lo razonable. La metáfora de la retroexcavadora es solo un reflejo lingüístico de este fenómeno social donde muchos políticos y líderes se subieron a la ola del movimiento estudiantil de manera precipitada e irreflexiva. El deterioro que hemos sufrido en la calidad de nuestras políticas públicas es el mejor ejemplo de nuestra oclocracia criolla.

El «No+AFP» mueve y moviliza sentimientos con el riesgo de una nueva oclocracia. Su surgimiento es otro ejemplo del daño que pueden generar estos movimientos. Pero a diferencia de lo que sucedió con el movimiento estudiantil, uno esperaría que esta vez primaran la cordura y la sensatez por sobre la retroexcavadora que algunos quieren resucitar. Afortunadamente, y a juzgar por las prudentes declaraciones del gobierno, así ha sido.

Ahora vamos al Estado. Uno entiende que la Anef y los movimientos que velan por los intereses del sector público no estén de acuerdo con el reajuste del 3,2% propuesto por el Ejecutivo, pero que ningún parlamentario haya aprobado esta iniciativa es una incomprensible vergüenza, sobre todo para la oposición.

Frente al fenómeno de la desconfianza, suele criticarse al sector privado. Pero olvidamos lo que los ciudadanos piensan de los servicios que les entrega el Estado. Ante la pregunta «Usando una escala de 1 a 7, donde 1 es Nada Satisfecho y 7 es Muy Satisfecho, ¿con qué nota evaluaría su nivel de satisfacción con…?», el resultado es el siguiente:

Aunque la institución peor evaluada es «la atención en los servicios del Estado», los funcionarios públicos exigen mejores salarios y condiciones. Como es habitual, los empleados públicos simplemente van a paro. Ya no importa que la huelga sea inconstitucional. Ellos, más allá de la ley, son literal y realmente unos verdaderos privilegiados.

Un reciente y riguroso estudio (Cerda, Revista Estudios Públicos 142, pp. 7-35) toma una base de 275.108 empleados públicos y concluye que ellos ganan un 43,8% promedio más que el sector privado. Es más, si agregamos los días administrativos y también consideramos los elevados niveles de ausentismo en algunas reparticiones, lo que implica más vacaciones y días libres, las condiciones de los funcionarios públicos son todavía mejores.

Ahora bien, nuestro Leviatán no es solo el gobierno central con sus casi 300.000 empleados. Además, en las FF.AA. y de Orden trabajan unas 150.000 personas. También habría que agregar a todas las empresas públicas. Solo en Codelco hay, al menos, unos 20.000 trabajadores directos. Y suele olvidarse que el grueso del sector público se encuentra en las municipalidades. Aquí tenemos 446.247 empleados más. Sumando, podríamos llegar a casi un millón de empleados bajo el alero del Estado. O sea, cerca de un millón de personas y sus familias hoy son empleados por el Estado. Para que se haga una idea, según el INE, en Chile existen 5.594.540 de asalariados con empleos formales. Entonces, casi un 20% de los empleados chilenos son pagados por nuestro Leviatán.

Chile ha crecido y progresado como nunca antes en nuestra historia. Pero si bien nuestro Estado ha crecido mucho, éste no ha progresado. Hoy tenemos un Estado viejo para un país joven. En efecto, nuestro Leviatán no se ha modernizado como lo han hecho el país y el sector privado.