La economía mundial excedió las expectativas en materia de crecimiento el 2017, especialmente en la Zona Euro (ZE) y Japón, producto de un buen desempeño de las principales economías avanzadas, de modo que la tasa de crecimiento global alcanzó un 3,8%, la más alta desde el 2011.
El primer semestre de este año también fue bueno, pero con importantes diferencias entre las principales economías. Estados Unidos tomó más dinamismo, de la mano de una política monetaria acomodaticia, a la cual se le agregó este año un importante impulso fiscal, mientras que la ZE sorprendió con un crecimiento que perdió fuerza a lo largo del semestre. También se ralentizaron Japón, y el sector industrial y la inversión en infraestructura de China.
En China, las medidas introducidas para reducir el excesivo apalancamiento de las empresas estatales y de los gobiernos locales, y para enfrentar los excesos de capacidad y la contaminación comienzan a afectar la actividad, justo en momentos en que la guerra comercial con Estados Unidos se intensifica.
Por su parte, Asia Emergente (excluyendo a China) perdió dinamismo, afectada por la incertidumbre generada por la guerra comercial. Esto no es sorprendente dado el papel de estas economías en las cadenas globales de producción.
No sólo la guerra comercial amenaza el crecimiento de la economía mundial. En Estados Unidos, dado el agotamiento de las brechas de capacidad, políticas monetarias y fiscales expansivas y una inflación que ya sobrepasa la meta, la Reserva Federal (Fed) sigue con su proceso de reducción del tamaño de su balance y de alzas graduales en la tasa de política. Dado que la economía ha tomado un renovado dinamismo y los efectos de la política fiscal expansiva irían aumentando en el tiempo, hasta llegar a su máximo en 3 años, todo apunta a que este proceso de alza de tasas continuará e incluso puede ser necesario que vaya más allá de lo proyectado.
En contraste con la Fed, el Banco Central Europeo (BCE) enfrenta un escenario de baja inflación y sus proyecciones son que esta subirá muy gradualmente hacia la meta; como consecuencia, en su escenario central la primera alza de tasa no sería antes de septiembre de 2019.
En tanto, el Banco de Japón (BOJ), preocupado por su fracaso reiterado de llevar la inflación a la meta, comunica ahora que lo más probable es que las tasas se mantengan bajas por un período prolongado de tiempo.
De este modo, los diferenciales en el curso esperado de las políticas monetarias y de las tasas de crecimiento entre Estados Unidos, la ZE y Japón, han generado una apreciación multilateral del dólar, y han afectado a los países emergentes con salidas de capitales, aumentos en primas por riesgo, condiciones financieras menos favorables y depreciaciones de sus monedas. Los países más afectados han sido aquellos con fundamentos económicos más débiles (altos déficits fiscales y de cuenta corriente) y los con mayor incertidumbre económica y política. Destacan en este grupo Argentina, Turquía, Sudáfrica y Brasil.
Aunque en su revisión de julio pasado, el FMI mantuvo sus proyecciones de crecimiento mundial, un crecimiento algo por debajo del 4 por ciento a este año y el próximo, estas proyecciones enfrentan riesgos importantes y que las sesgan a la baja, especialmente para el año próximo.
Un primer riesgo, que se ha exacerbado recientemente, es el escalamiento de la guerra comercial de Estados Unidos con China, que va a afectar el crecimiento de este último y, a nivel global, las expectativas empresariales, la inversión, los precios de commodities , los niveles y la volatilidad de los precios de activos y las monedas y las condiciones financieras de los países emergentes. Un estudio reciente del Citi estima que de implementarse la amenaza de un arancel adicional del 25% a otros US$ 200.000 millones de exportaciones de China a Estados Unidos, el impacto en China sería de un punto de menor crecimiento el 2019 y algo más de inflación en Estados Unidos. Frente a los efectos previsibles del escalamiento de la guerra comercial, el gobierno de China ha introducido una política fiscal más expansiva y ha relajado en parte la política monetaria para así amortiguar los efectos en su crecimiento de la guerra comercial. Con todo, los efectos de esta guerra en la incertidumbre y las expectativas pueden terminar teniendo un impacto mayor en la inversión y el crecimiento mundial.
Otro riesgo es que el alza gradual y moderada de tasas de la Fed no sea suficiente para evitar un desborde de la inflación en una economía que muestra señales claras de sobrecalentamiento, lo que la obligaría a introducir alzas más agresivas de tasas, con efectos pronunciados en el precio del dólar, los premios de deuda, los flujos de capitales, los precios de commodities , las monedas de los países emergentes y el crecimiento mundial.
¿Qué debe hacer Chile frente a este escenario?
Después de 4 años de bajo crecimiento y de deterioro del mercado laboral, la economía chilena ha tomado más dinamismo en los últimos trimestres, alcanzando en el segundo trimestre de este año el mayor crecimiento anual desde el segundo trimestre del 2012. Este dinamismo ha estado impulsado por mejores expectativas internas, un mejor entorno externo (que ahora se comienza a deteriorar), y una política monetaria acomodaticia.
Sin embargo, comienzan a surgir algunas luces amarillas que pueden terminar afectando la fuerza de recuperación. En efecto, las expectativas de consumidores y empresarios se han deteriorado recientemente y el Informe de Percepciones de Negocios del Banco Central de agosto muestra una mayor preocupación de los empresarios por la continuidad de la recuperación, lo cual está llevando a postergar inversiones. Además, el precio del cobre se ha reducido con fuerza y la incertidumbre y los riesgos de la economía mundial han aumentado.
Como lo ha señalado recientemente la directora ejecutiva del Fondo Monetario Internacional, cuando hay riesgo de una tormenta, es tiempo de reparar el techo de la casa. En nuestro caso, lo que se requiere es cumplir con la reducción gradual del déficit estructural, mejorar el ambiente interno para la inversión (reducir el sesgo antiahorro, antiinversión y antiemprendedores y la complejidad del sistema tributario, racionalizar y hacer más expeditos los procesos de aprobación de proyectos, incluyendo el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental), reimpulsarla inversión en infraestructura, modernizar la legislación laboral y emprender la muy necesaria reforma del Estado.
Estas acciones no solo contribuirán a mejorar las expectativas y aumentar la productividad y el crecimiento potencial, sino que también ayudarán a darle un impulso interno a la actividad en el corto plazo, lo que sería equivalente a una política contracíclica, adecuada para apuntalar las expectativas y sortear de mejor forma un entorno externo más difícil.