La Tercera, sábado 11 de agosto de 2007.
Opinión

¿Al César lo que es de Dios?

Leonidas Montes L..

Es sano debatir acerca de un salario ético. Pero pretender imponerlo sería un gravísimo error. (…) Un salario mínimo de esta magnitud no permitiría la subsistencia de la mayoría de las Pymes.

Milton Friedman inicia su influyente y controvertido ensayo “Metodología de la Economía Positiva” (1953), aclarando la distinción entre lo positivo y lo normativo. El ámbito de lo positivo corresponde a lo que es, en otras palabras, a juicios de hecho. En cambio lo normativo se relaciona con lo que debería ser, o sea, con juicios de valor. La economía como ciencia, recalca Friedman, debe concentrarse en lo positivo. Por desgracia, y Friedman lo tenía muy claro, existe una zona gris donde se da una compleja interacción entre lo positivo y lo normativo. El salario mínimo es un excelente ejemplo donde economía, política y moral se entrecruzan. Es más, suelen confundirse.

Cualquier curso de Introducción a la Economía estudia los controles de precios. Un alumno de primer año sabe que un salario mínimo que está por sobre el equilibrio de oferta y demanda genera un excedente de mano de obra. Esto se refleja en un mayor desempleo. También aprende que el salario mínimo produce incentivos perversos.

El argumento en contra del salario mínimo es que aumenta el desempleo. Esto surge de un análisis positivo. En cambio, para defender la política del salario mínimo -e incluso aumentarlo- comúnmente se esgrimen razones de justicia social. Un salario mínimo permitiría elevar la renta de los más pobres. Esto obedece a un análisis normativo. Desde sus orígenes históricos el debate del salario mínimo ha sido ideológico. O sea, un asunto político. Y su fundamento, como lo presenciamos esta semana, apela a la moral.

En el conflicto de Codelco la causa fue simple: los subcontratistas compararon su situación con los privilegiados trabajadores de Codelco. Tuvo que intervenir monseñor Alejandro Goic. Inmediatamente propuso un sueldo ético de $ 250.000. Aunque el senador Longueira ya había abogado por esta causa, fueron las palabras del presidente de la Conferencia Episcopal las que causaron revuelo. La primera reacción provino de la senadora Evelyn Matthei. Como ella no olvida su paso por economía, sabe que aumentar el salario mínimo genera mayor desempleo. Por lo tanto, declaró categóricamente que el prelado no sabía de economía.

En seguida el presidente de la UDI actuó con prudencia política -esa prudencia que debe ser cercana a la hipocresía-. Y Sebastián Piñera, un eximio conocedor del people meter de la política, también apoyó la iniciativa de la Iglesia. Aunque aprovechó de cobrar cuentas a su otrora compañera en la patrulla juvenil, apuntó al ingreso familiar. No es lo mismo una familia promedio con uno, dos o tres salarios mínimos.

Es sano debatir acerca de un salario ético. Pero pretender imponerlo sería un gravísimo error. Hoy día el salario mínimo es de $ 144.000. Aproximadamente medio millón de personas viven (o sobreviven) con este salario. Aumentar el salario mínimo en $ 106.000 significaría un costo anual cercano a los US$ 1.200 millones. Los otros cerca de dos millones de personas que ganan menos de $ 250.000 agregarían unos US$ 2.300 millones. Pero lo más grave no sería el costo, sino su eventual imposición. Un salario mínimo de esta magnitud no permitiría la subsistencia de la mayoría de las Pymes. Como éstas concentran casi el 80% del empleo, se generaría un aumento fuerte del desempleo.

Las recientes movilizaciones, las crisis de los subcontratistas en Bosques Arauco y Codelco, han sentado un mal precedente. Víctimas de la abundancia, pareciera que en Chile el que no llora no mama. Peor aún, tenemos un gobierno que se debate entre dos visiones. Y por mucho que nuestra Presidenta lea cartillazos o se queje por la locuacidad de su gabinete, el problema principal radica en quién lleva el timón. Es su propia contradicción vital la que revela falta de dirección.

En esta atmósfera cargada de ambigüedad es muy posible que las demandas sociales -legítimas en algunos casos, politizadas en otrosaumenten. Más grave aún es el riesgo político ante propuestas populistas. Con tanto koala dando vuelta, en el debate del salario ético es recomendable separar lo positivo de lo normativo. Y ante las intervenciones de la Iglesia en temas laborales -que ciertamente son de su competencia- ésta puede ignorar a Friedman. Pero no puede olvidar el evangelio de San Mateo: al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.