El Mercurio, 22 de julio de 2013
Opinión

Al maestro con cariño

Sergio Urzúa.

Apuesto a que recuerda al menos a un profesor fuera de serie, uno que marcó su etapa escolar y, probablemente, su futuro. Es increíble el impacto de esa persona que casualmente se cruzó en la vida.

Por eso apena lo poco y nada que se discuten la labor del profesor y las dificultades que enfrenta en los tiempos actuales. Comienzo reconociendo que no me gustaría estar en sus zapatos. Educar a 45 adolescentes mucho más preocupados de lo que dice su último mensaje de texto que de lo que escribió Ercilla o Blest Gana -¿sabrán quiénes fueron?- no debe ser tarea fácil.

Pero ¿qué define a un profesor fuera de serie? Una posibilidad es un buen Simce. Mal que mal, esa es nuestra medida de la calidad de la educación. Puede ser, pero creo que hay otra característica que lo identifica: Él o ella tiene la particular virtud de recordar a sus estudiantes incluso años después de haberlos vistos por última vez. Esto demuestra su preocupación por el futuro del joven, señal inequívoca de su vocación.

¿Es posible «crear» profesores fuera de serie? La respuesta no es obvia, pues depende de si ellos nacen o se hacen. Esto, además, lleva a dudar de la eficacia de los incentivos económicos destinados a atraer buenos puntajes PSU a estudiar Pedagogía. Puede ayudar, pero no necesariamente asegura la calidad de los futuros docentes.

Y las condiciones e incentivos a que están sujetos en su trabajo, ¿atraen y promueven la excelencia? Quizás, pero no están exentos de problemas. Considere, por ejemplo, la evaluación docente, instrumento que busca fortalecer la labor del profesor. Ella incluye la preparación de un portafolio individualizado que es evaluado por especialistas. Una simple búsqueda en internet muestra que él puede ser adquirido por valores que van desde 70 mil hasta 200 mil pesos, en un activo mercado virtual.

Más allá de escandalizarse por este dato, es necesario analizar las justificaciones de quienes compran ese ilegal producto. En ellas aparece un patrón común: la queja generalizada de un exceso de obligaciones derivadas de los múltiples programas impulsados por el ministerio o los municipios, y las ineficiencias propias del sistema. «¿Quieres vivir lo que es en realidad ser profesor?», respondió en un blog uno de los compradores, atacado por otro por adquirir ese portafolio.

El sistema educacional debe asegurar que el profesor continúe su proceso de formación y atrase la inevitable depreciación propia de los años. En un modelo en el que los docentes no pueden desempeñar sus actividades en plenitud, de poco o nada servirán los incentivos y difícilmente se asegurará la calidad de los docentes. Peor aún, los alumnos pasarán a ser entes irrelevantes, eliminados rápidamente de la memoria de los maestros.