La Segunda, 13 de mayo de 2014
Opinión

Alucinaciones y desigualdad

Leonidas Montes L..

Famosa fue la expresión de Camilo Escalona cuando, en medio del debate acerca de la reforma constitucional, se refirió a los promotores de la Asamblea Constituyente como fumadores de opio. Recientemente fue el turno del ex ministro Eduardo Aninat, quien preguntó qué hierba estaban fumando los que pensaban que la reforma tributaria no tendría impacto en el ahorro y la inversión.

En este ambiente alucinante, sólo faltan las jeringas y me pregunto: ¿Qué se estará inyectando el ministro Eyzaguirre cuando pretende acabar con la tradición e historia del Instituto Nacional, la cuna del mérito? Una cosa es la práctica política de criticar o borrar todo lo que se hizo durante el gobierno de Piñera, atacando, por ejemplo, los liceos de excelencia. Pero otra muy distinta es usar al Instituto Nacional como gesto simbólico del fin de la selección. Aunque nadie puede dudar de la inteligencia y habilidad política de Eyzaguirre, esta “volada” es preocupante. También el silencio cómplice.

Esta medida, que ha dejado a algunos perplejos, levanta serias dudas sobre lo que se hará en educación. Naturalmente, llevar el eslogan del fin de la selección demasiado lejos puede conducir a medidas aún más descabelladas. Es evidente que el fin de la selección a rajatabla amenaza la libertad. Los católicos, judíos, musulmanes e incluso los que creen en las palomas, ¿no podrán llevar adelante sus propios proyectos educativos seleccionando? La “Carta a la Tolerancia”, de John Locke, se escribió hace ya más de 300 años.

Sebastián Edwards aprendió de su profesor del Instituto Nacional una distinción muy simple: la diferencia entre “en vez de” y “además”. Una cosa es aplicar la retroexcavadora y construir todo de nuevo. Otra muy distinta es corregir y mejorar lo que se ha hecho. O sea, el dilema entre el populismo y las políticas serias que han llevado a Chile a ocupar un lugar señero en Latinoamérica.

La “volada” de los reformistas radicales —la política de la retroexcavadora o la imposición del “en vez de” sobre el “además”— podría estar relacionada con el “relato” local construido en torno a la desigualdad. Nadie puede negar que la desigualdad es un problema, las diferencias surgen en cómo enfrentarlo.

Nuestra narrativa sobre la desigualdad encierra algo perverso. Cuando surge esta palabra, la mirada instintivamente se dirige hacia arriba, hacia los más ricos, y se genera una reacción muy humana. El uso del lenguaje es decidor: se habla de la “lucha” contra la desigualdad, de “combatirla” y “atacarla”. Basta recordar el video que promovía la reforma tributaria. Al final, la tendencia es a nivelar hacia abajo.

En cambio, cuando hablamos de igualdad, la mirada se dirige hacia abajo. Instintivamente tendemos ver a los más pobres, y cambia el lenguaje y se genera otra reacción. Fíjese que entonces hablamos de “promover” la igualdad, incluso de “mejorar” las condiciones. Pareciera surgir una aproximación positiva al problema. Es decir, la tendencia es a nivelar hacia arriba.

No puedo dejar de recordar el lema de Patricio Aylwin: “Crecer con igualdad”. Era una mirada necesaria y positiva que tendía a nivelar hacia arriba. Y dio frutos: la pobreza bajó de un 40% a un 14%.

Aunque algunos no quieran reconocer o ver todo lo que se ha logrado, y se escuden en la calle o en los sueños igualitarios de los estudiantes, Chile es otro país. Los grandes próceres de la Concertación lo saben, pero en la Nueva Mayoría ha surgido una fauna vociferante que quiere cambiarlo todo. Y en esa selva hay iluminados que creen saber lo que es mejor para la sociedad, usted y su familia. Prisioneros del dogmatismo, sólo hablan con la arrogancia propia de quienes se creen dueños de la verdad.