En el último tiempo se reabrió la discusión en torno al rumbo económico que ha llevado el país y al compromiso de los chilenos con éste. La reciente encuesta del CEP entrega luces al respecto.
Aquí dos economistas expertos en el tema, Harald Beyer, del Centro de Estudios Públicos, y Óscar Landerretche M., de la Universidad de Chile, desgranan los resultados de este sondeo.
OPINIÓN HARALD BEYER
Economía de mercado con apoyo popular
Gran parte de nuestra elite vive muy desapegada de la población. Por ello desconoce que ésta valora la economía de mercado y los avances ocurridos.
En nuestro país se instalan cada cierto tiempo ideas que gozan de amplio respaldo y que muchos consideran del mayor sentido común. Una de ellas, que tiene diversas acepciones, es que existe una amplia insatisfacción con nuestro modelo de desarrollo económico y que hay latente un conflicto social a punto de estallar. El último estudio de opinión pública del Centro de Estudios Públicos no sólo no confirma esa hipótesis, sino que parece desvirtuarla completamente. Hay, por ejemplo, un amplio respaldo a la globalización y a la apertura comercial, con ocho de cada diez chilenos considerando que es bueno o muy bueno que estos fenómenos ocurran. No hay temor tampoco a que ello signifique un perjuicio a la cultura nacional: a seis de cada diez chilenos les parece que es bueno que lleguen cada vez más películas, televisión y música desde el extranjero. En general, en todas estas dimensiones son los jóvenes los más entusiastas.
Tampoco existe la sensación de que nuestra estrategia de desarrollo genere injusticias. Apenas un siete por ciento, seis en el nivel socioeconómico más bajo, cree, como primera mención, que las causas de la pobreza obedecen a los abusos o injusticias del sistema económico. La gran mayoría lo atribuye a cuatro factores: la falta de educación, la flojera y falta de iniciativa, las pocas oportunidades de empleo y los vicios y el alcoholismo, con 31, 25, 13 y 10 por ciento, respectivamente. Consistente con esto, atribuyen el éxito económico al nivel educacional alcanzado, al trabajo responsable y a la iniciativa personal con un 27, 20 y 16 por ciento, respectivamente. No es extraño, entonces, que 9 de cada diez chilenos estime justo que se les pague más a las personas que rinden mejor en sus trabajos.
Este apego a principios de mercado posiblemente no sería tan marcado si la población no viese que el modelo de desarrollo vigente le ha traído importantes beneficios. Un 65 por ciento de la población considera que sus oportunidades son mejores que hace una década y también que la de los pobres son mejores. No es extraño, entonces, que 61 de cada cien chilenos de menor nivel socioeconómico considere que en los últimos años ha mejorado la variedad de productos y servicios a los que pueden acceder. Un 69 por ciento del total poblacional tiene la misma opinión.
Es innegable que las condiciones de vida de nuestra población, aun la de menos recursos, han mejorado de manera significativa. Basta revisar la historia del siglo 20, en la que nuestra economía creció a tasas inferiores al tres por ciento para comprobar que el progreso actual no habría sido posible sin una economía abierta al mundo, con precios libres y que organiza privadamente sus actividades productivas. Por ello, es esperable que la economía de mercado goce de elevado apoyo en la población. Por cierto, nuestra economía presenta marcadas desigualdades, pero culpar de ello al actual modelo de desarrollo no tiene sustento.
La población entiende esta situación. No es extraño, entonces, que en una suerte de abrazo a Rawls privilegie una sociedad desigual en la que todos ganen más, antes que una sociedad igualitaria donde todos ganen menos. No parece casualidad, tampoco, que esta preferencia sea más fuerte entre la población de menor nivel socioeconómico: un 58 por ciento de ésta prefiere una sociedad más desigual donde todos ganen más. La curiosidad es que nuestros compatriotas de mayor nivel socioeconómico preferirían vivir en una sociedad más igualitaria donde todos ganen menos. Si se piensa que todos nuestros líderes de opinión provienen mayoritariamente de estos grupos, no es casual que cada cierto tiempo levanten la bandera de la igualdad sugiriendo que ella se puede alcanzar en tiempos breves y no como resultado de un esfuerzo persistente para mejorar las oportunidades de empleo y la calidad de nuestra educación. Los pobres, sin embargo, no parecen dejarse engañar por esa promesa.
Igualmente interesante resulta comprobar que este es un ámbito en el que la derecha y la izquierda no tienen mayores diferencias. Ambos sectores prefieren vivir en una sociedad donde todos ganen más aunque sea más desigual. Por supuesto, no es incompatible tener una sociedad más igualitaria y donde todos ganen más, pero plantear la dicotomía se justifica porque, por una parte, no es una opción realista en el corto plazo y, por otra, ayuda a orientar las prioridades de nuestros líderes de opinión. Hay, entonces, más apoyo al modelo de desarrollo de lo que habitualmente se supone, y las desigualdades, si bien son preocupantes y deben abordarse, difícilmente provocarán los conflictos sociales que algunos anuncian.
«No existe la sensación de que nuestra estrategia de desarrollo genere injusticias».
OPINIÓN ÓSCAR LANDERRETCHE M.
El falso dilema entre equidad y bienestar
La evidencia muestra que la igualdad y el desarrollo no son dos conceptos que vayan por vías separadas. Son más bien complementarios.
Aparentemente hay personas muy entusiasmadas con los resultados de algunas de las preguntas de la última encuesta del CEP. En particular la pregunta: ¿prefiere usted una sociedad más igualitaria pero donde todos ganamos menos o una sociedad menos igualitaria donde todos ganamos más? El entusiasmo de la derecha es que obtuvo un 52,7% la opción de una sociedad menos igualitaria pero más próspera. Más aún, entre estratos socioeconómicos bajos esto llega a 57,7% y sólo a un 39% en el estrato alto. Implícitamente, entonces, la equidad sería una preocupación más bien elitista y el «modelo» (entendido como crecer al costo de generar mayor desigualdad) estaría respaldado políticamente.
A mí no me parece.
Me parece que los ciudadanos tienden a contestar las encuestas enfocando las consecuencias de lo que dicen desde un punto de vista personal y no necesariamente desde un punto de vista macrosocial.
Primero, no me sorprendente el resultado en un país en que, de acuerdo al panel CASEN, a lo menos un 34% de las familias pasó por un período de pobreza en la última década. A estos ciudadanos vulnerables la encuesta del CEP les ofreció la opción de vivir en más igualdad a costa de ganar menos. Ni siquiera a costa de crecer menos, sino de ganar menos. No me sorprende que la hayan rechazado. Cuando se está al borde de la miseria, la prioridad es alejarse de ella, a cualquier costo.
Segundo, sí me parece que habla bien de los estratos sociales superiores que mayoritariamente sean partidarios de un sistema más igualitario, pero en que ellos ganen menos. Eso muestra que en esos estratos la injusticia de la sociedad chilena genera malestar y vergüenza.
Tercero, no me parece que el dilema (el tradeoff) que presenta la encuesta sea tan real. La evidencia de la que disponemos es que los países más desarrollados tienden, abrumadoramente, a ser países más igualitarios y más justos (en ellos hay también más igualdad de oportunidades). Luego, en el larguísimo plazo no parece ser que los países tengan que escoger entre las opciones que presenta el CEP.
Hay un tipo de países en que estas opciones sí parecen ser las que se enfrentan. Estos son los países de Medio Oriente y de África. Ahí, efectivamente, parece estar presente el dilema en cuestión. Hay países igualitarios llenos de miseria, guerra y genocidio; y, por otro lado, reinos medievales que construyen rascacielos con la misma facilidad con que decapitan disidentes. No creo, sin embargo, que éste sea el grupo de referencia de comparación relevante para Chile. En occidente la evidencia de que la libertad, la equidad y la prosperidad tienden a estar correlacionadas es bastante robusta.
Adicionalmente, la noción de que los países tienen que pasar por un período de desigualdad para lograr el desarrollo (conocido como la Curva de Kuznetz), también ha sido disputada empíricamente. No viene al caso llenar esta columna de citas, pero un buen resumen de la evidencia disponible es la siguiente. La curva de Kuznetz sobrevive como regularidad empírica cuando uno controla por características institucionales y culturales de los países. Pero Chile se encuentra en un rango de ingreso en que debiera, de ahora en adelante, mejorar su equidad y su nivel de ingreso al mismo tiempo.
Una manera de entenderlo es pensar que las sociedades que hacen esfuerzo por ser más igualitarias tienden a hacer más sostenibles los procesos de desarrollo que de otra manera serían destruidos por las inevitables volatilidades que traen las conmociones sociales. Otra manera de pensarlo es que las primeras fases de desarrollo pueden ser sostenidas sobre la base de la acumulación de capital que trae el respeto de los derechos de propiedad y desigualdad; pero que las fases superiores de desarrollo inevitablemente se sostienen sobre la apropiación y generación de conocimiento técnico, así como la acumulación de capital humano y la creación de culturas científicas y empresariales. Todo lo cual necesariamente genera mayor igualdad en el ingreso, simplemente porque, a diferencia de lo que ocurre con la propiedad sobre recursos naturales y capital financiero, existen límites tecnológicos y prácticos a la concentración de capital humano y conocimiento técnico.
Como sea, en mi humilde opinión, la opción que el encuestador del CEP les presentó a los ciudadanos representa un falso dilema. A lo menos para Chile.
«Cuando se está al borde de la miseria, la prioridad es alejarse de ella, a cualquier costo».