La cuenta pública pudo haber tenido un giro valioso. Quedó la sensación de que el Gobierno valora un mayor diálogo e incluso los acuerdos que, en algún momento, parecían solo un obstáculo para promover los cambios refundacionales que el país necesitaba. Hubo, sin dudas, un cambio de tono. Pero menos claros quedaron los asuntos sobre los que se dialogaría; quizás el pacto por un crecimiento sostenible en el tiempo al que invitó la Presidenta. Aunque los anuncios específicos que podrían incorporarse a este pacto brillaron por su ausencia; tan solo una referencia al pasar a las medidas de productividad que se han presentado en las últimas semanas y varias de las cuales están en el Congreso. Por cierto, deben celebrarse estas iniciativas, pero pensar que ellas son suficientes como sostén de ese pacto desconoce el gran desafío y la enorme disposición que requiere un crecimiento más vigoroso.
Un 4,6% de crecimiento promedio para los cuatro años es lo que estimó el actual Gobierno en sus inicios. Es difícil que este alcance la mitad de esa proyección. Por eso, los esfuerzos para cerrar parte de esa brecha aún son insuficientes. No es casualidad. El discurso deja entrever claramente las razones. Finalmente, el enfoque político-intelectual que subyace en la acción del Gobierno no ha cambiado. «Algunos no ven que hay que cerrar la grieta social que se ha formado en nuestro país», sostuvo la Presidenta. Una grieta que generaría un enorme malestar que crecerá, con consecuencias impredecibles, si no se cierra. La tarea del Gobierno, entonces, es muy precisa. Y las reformas que ha promovido, las únicas que permitirían superarla. Las demás palidecen en importancia. El giro es, por consiguiente, parcial, porque el énfasis del Gobierno no cambia. Ello explica quizás la ausencia de contenidos más definitivos en ámbitos como el crecimiento.
Y seguramente por ello también la insistencia en sus reformas refundacionales. Pero con un grado de voluntarismo sorprendente. Así, es difícil visualizar cómo sus reformas educacionales se conectan con el aumento de calidad que la Presidencia anuncia con tanta certeza o cómo la insistencia en gratuidad, como respuesta al acceso en educación superior, contribuye a cerrar efectivamente esa «grieta social» que se ha abierto en nuestro país. No parece ser la política más efectiva para aumentar la cobertura y, además, es muy regresiva. El proceso constituyente, que puede ser bienvenido desde el punto de vista de crear una instancia de participación para la ciudadanía, debe compatibilizarse con la democracia representativa que tenemos. Sin ella difícilmente habríamos tenido los logros de los que la Presidenta se declaró orgullosa. Sin embargo, ese puente no está logrado.
Hay en el discurso una enorme paradoja. «Ningún avance podrá consolidarse si persiste el divorcio entre las élites y la ciudadanía», afirmó Michelle Bachelet. Es posible que tenga razón, pero no deja de ser curioso que sus reformas, que cabe suponer intentan reparar ese divorcio, son más bien impopulares en la población. Quizás esa desconexión le sea aplicable a su gestión. Pero su discurso hace poco por indagar en esta cuestión. Así, la Presidenta y su Gobierno han quedado atrapados en una burbuja creada por un diagnóstico equivocado y el convencimiento, sin evidencia que lo compruebe, de que su agenda es la que el país necesita. Pero claro, son los demás los que no ven lo que está sucediendo en el país.