El Mercurio, domingo 19 de junio de 2005.
Opinión

Aumenta el atractivo de la alternancia

Harald Beyer.

La idea de cambio comienza a cobrar una mayor adhesión, especialmente ahora que uno de los candidatos hace más creíble la idea de una derecha pospinochetista.

Que en política una semana es mucho tiempo -la conocida frase del Primer Ministro inglés Harold Wilson- se ha transformado a estas alturas en un lugar común, pero no por eso menos cierta. En política hay algunas tendencias profundas que el paso del tiempo no modificará mayormente. En el panorama chileno es evidente, por ejemplo, que el voto duro de la Concertación es superior al de la Alianza, que Bachelet sigue siendo una candidata fuerte o que el Presidente Lagos mantendrá un alto nivel de adhesión hasta el término de su mandato. Aun así, el escenario político es fluido, y la mejor prueba de ello es recordar que hace dos años parecía que Lavín sólo tenía que esperar el paso del tiempo para instalarse en La Moneda. En los últimos meses, la situación política cambió radicalmente y en los últimos dos parecía seguro que Bachelet se iba a poner la banda presidencial el próximo 11 de marzo.

Sin embargo, ahora tampoco eso, más allá de sus fortalezas como demuestran las últimas encuestas, es evidente. La pelota parece estar ahora más dividida y no puede descartarse que se quede en la Alianza y, más concretamente, en los pies de Piñera. Si logra superar en intención de voto en los próximos dos meses a Lavín, su futuro político es impredecible. La Concertación se ha visto un poco más debilitada en las últimas semanas. Las negociaciones parlamentarias se han tornado más complejas de lo que pudo haberse anticipado y han resultado sin renovación mayor de rostros, una demanda que está latente en la población y que la candidata concertacionista necesita para darle un nuevo impulso a la coalición. El debate político actual, como veremos más adelante, tampoco es positivo para el oficialismo. La idea de alternancia comienza a cobrar un atractivo mayor, especialmente ahora que uno de los candidatos aliancistas hace más creíble la idea de una derecha postpinochetista. España se viene a la mente.

¿Podrá Piñera convertirse en el Aznar chileno? Desde luego, necesita todavía crear vínculos más profundos con la derecha sin que eso signifique renunciar a su independencia. Pero es ese sector con el que finalmente tendrá que gobernar. Que este sector, más allá de las disputas generadas por la actual coyuntura, esté comprometido a apoyarlo en una aventura de gobierno es una condición indispensable para consolidar su carrera por la Presidencia. Es la mezcla que ayudó a que en su momento Lavín se irguiera como un presidenciable. Por una parte, logró la sensación de renovación de su sector político y, por otra, transmitió un apoyo político y técnico significativo hacia un eventual gobierno suyo. La idea de probar un cambio de gobierno para muchos votantes concertacionistas, aunque poco comprometidos ideológicamente con la coalición, se hizo muy atractiva.

Esta estrategia siguió brindándole frutos hasta que, en medio de los conflictos de su sector político, resucitaron antiguas prácticas de la derecha y viejos rostros que dinamitaron la idea de que su figura representaba un verdadero cambio en el sector, dañando su credibilidad. En el último tiempo, Lavín parece haber ganado nuevamente la independencia perdida y no puede descartarse que recupere el tranco de antaño. Claro que ahora Piñera puede estar mejor posicionado para heredar esa estrategia. Pero necesita dotar de mayor peso político a su campaña.

Si lo logra, la posibilidad de ofrecerle al electorado una alternancia atractiva crece significativamente. De hecho, es probable que ahí debería estar el énfasis de su campaña: una alternancia poco traumática para el electorado moderado y políticamente poco comprometido. La coalición oficialista parece estar pavimentándoles el camino a los candidatos aliancistas. Las acusaciones de nepotismo son ciertamente exageradas, pero requieren de respuestas mejores de las que hasta ahora se han brindado. Las reacciones de nuestras autoridades, partiendo por las del propio Presidente, han dejado mucho que desear. De acuerdo, estas acusaciones son propias de las refriegas electorales y no necesariamente el electorado se las traga.

Pero tampoco puede olvidarse que este electorado sabe que los nombramientos en el Estado están sumamente politizados. Muchas de las personas que deciden licitaciones no tienen la suficiente independencia del poder político. Si el nombramiento de los altos cargos públicos se basase sólo en criterios profesionales, estas acusaciones caerían en el vacío. Son las formas institucionales las que finalmente ofrecen garantías de imparcialidad. Los comportamientos correctos y basados en una sólida formación ética son bienvenidos, pero por sí solos no resguardan la fe pública. Se ha legislado al respecto, pero se avanza muy lentamente. No parece haberse comprendido la importancia de estos cambios institucionales. Si ello no se entiende se abre un espacio político importante y la alternancia, por muy abstracto que sea el concepto, comienza a hacerse mucho más atractiva, especialmente si el riesgo de un cambio es bajo. Y Piñera, precisamente, no parece ser una carta demasiado riesgosa para el electorado.