En el último tiempo tuvimos momentos en los que la fuerza institucional logró contener la lógica autoinmune. El 15 de noviembre de 2019 fue uno; la práctica política de la primera etapa de la Comisión Experta fue otro.
Una de las condiciones fundamentales de cuerpos biológicos y sociales es la preservación de sí mismos. Esto no se logra sino cambiando permanentemente para adaptarse a las condiciones del entorno a través de mecanismos de inmunidad. Esta estrategia permite distinguir entre lo propio y lo ajeno. Por ejemplo, entre quien defiende una identidad y quien es contrario a ella, entre quien es amigo y quien es enemigo. Lo paradójico de esta situación es que, para establecer esas diferencias, lo ajeno debe ser en alguna medida propio. Los anticuerpos son parte del cuerpo, no una entidad exterior. La exclusión social se ejerce desde la inclusión, no desde el más allá. Nunca hay pureza ni en el cuerpo ni en la sociedad. El impulso de exclusión está en lo propio; muchas veces en los cercanos, en uno mismo.
La sociedad moderna logra mantener este conflicto interno bajo control mediante la creación de instituciones. Un formidable mecanismo para lograrlo es la democracia: incorpora a demócratas, pero también aquienes la niegan, a quienes no la valoran, a quienes piensan que es infinita y que se puede ser democráticamente antidemocrático sin caer al vacío. En tanto la democracia logra integrar su negación, puede aportar acuerdos parciales y temporales, o al menos un modus vivendi en el que la autonomía del disenso no sea intervenida por ansiedades hegemónicas, justamente porque se vive democráticamente. Pero esas ansiedades siempre están ahí, y cuando florecen, la inmunidad se vuelve autoinmunidad.
En uno de sus tantos pasajes magistrales, Jacques Derrida comprende la autoinmunidad como «aquella extraña lógica ilógica por medio de la cual un ser vivo puede espontáneamente destruir, de manera autónoma, justamente aquello dentro de él que se supone lo protege de lo otro, que lo inmuniza contra la intrusión agresiva de lo otro». No solo seres vivos están expuestos a esta lógica ilógica. La sociedad también la padece, como cuando ignora demandas de cambio y las transforma en estallido, cuando convierte la representación política en particularismo y fragmenta sus partidos al límite, o cuando desaprovecha dos oportunidades continuas de diseñar un modus vivendi constitucional donde el disenso no deba ser compulsivamente doblegado, donde se acepte vivir en una sociedad sin cima ni centro. Al renunciar al robustecimiento de los mecanismos inmunitarios, la democracia se fagocita a sí misma y crece su negación hasta que, sin darnos cuenta, se convierte en un anhelo, precisamente porque ya no se tiene.
En el último tiempo tuvimos momentos en los que la fuerza institucional logró contener la lógica autoinmune. El 15 de noviembre de 2019 fue uno; la práctica política de la primera etapa de la Comisión Experta fue otro. Es decir, uno cada dos años. Demasiado poco para alimentar la inmunidad contra la autoinmunidad.