Aferrarse a una cifra puntual para sacar conclusiones de mediano plazo suele ser riesgoso, más aún considerando que la mayor parte de los sectores productivos mantiene un muy modesto dinamismo.
Me sorprendió mucho la reacción del ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, al Imacec de octubre. Este fue de un modesto 2,9% y el ministro, a quien conozco, aprecio y considero un buen economista, lo celebró como una gran victoria. ¡Por Dios, cómo se ha ido bajando la vara!
No sólo eso, de ahí concluyó que lo que se había dicho sobre el efecto de las reformas en el crecimiento era falso. Debemos recordar que el efecto negativo en el crecimiento de las reformas ha sido reconocido no sólo por organismos internacionales, sino también por autoridades del actual gobierno y por voceros del comando del senador Guillier. Las discrepancias han estado más bien en la magnitud de esos efectos, comparado con lo que se puede explicar por causas externas ( léase crecimiento mundial y precio del cobre), y en los efectos a largo plazo, en donde hay algunos que sostienen que los efectos negativos de corto plazo se compensarán con efectos positivos a mediano y largo plazo, y otros que estiman que el efecto negativo es tanto de corto como de largo plazo.
El crecimiento del Imacec de octubre es el mayor en lo que va del año y, según el presidente del Banco Central, podría ser el más alto de todo el año, pero de ahí a considerarlo un éxito me parece que hay un gran trecho. El crecimiento en 2017 será de sólo 1,4%, el más bajo en ocho años y con un escenario externo favorable, algo que ciertamente no es para celebrar. Más bien debiéramos seguir extraordinariamente preocupados de este débil desempeño que ya se prolonga por cuatro años, que nos aleja cada vez más del sueño del desarrollo y que produce un estancamiento en la calidad de vida de los chilenos.
Aferrarse a una cifra puntual para sacar conclusiones de mediano plazo suele ser riesgoso, más aún considerando que la mayor parte de los sectores productivos mantiene un muy modesto dinamismo. Lo grave de estos últimos años es que se le ha hecho un daño a la economía, la inversión ha caído por cuatro años seguidos y se ha deteriorado la productividad, lo que no hace fácil recuperar crecimientos más relevantes (digamos 4%) en forma sostenida. El crecimiento potencial es de apenas 2,6% comparado con niveles de entre 4,5% y 5% de hace sólo unos años. Este es un tema clave que debiera preocuparnos y ocuparnos, porque finalmente afecta las oportunidades, el progreso y el bienestar de la gente.
También debiera preocuparnos el porqué, a pesar de que las condiciones externas han mejorado ya hace un buen tiempo, Chile sigue creciendo muy poco. El cobre empezó a subir hace ya un año y la economía mundial viene recuperándose por un buen tiempo. De hecho, por primera vez en años vemos que las proyecciones de crecimiento para el mundo se han revisado constantemente al alza durante el último año. Asimismo, las condiciones financieras siguen siendo muy favorables. ¿Qué ha pasado en Chile? La revisión ha sido a la baja. Creceremos apenas un 40% de lo que crecerá el mundo y sólo dos décimas más que el promedio de América Latina, la región de peor desempeño en el mundo. Hasta hace sólo unos años podíamos compararnos con exitosos países de Asia, que siguen liderando el crecimiento mundial. Hoy, hacer esa comparación es deprimente.
El ministro hizo alusión a la posverdad y a que todas las referencias al efecto de las reformas en el crecimiento era una politización absurda del debate. Que con la normalización de las condiciones externas el crecimiento retornaría a niveles normales. El problema es que todo eso pasó hace ya rato y los signos de recuperación en Chile siguen siendo muy débiles. Más aún, hoy los crecimientos «normales» del país son significativamente más bajos que los de hace unos años. No reconocer esto no sólo es no ser realista, sino que es autocomplaciente y nos lleva al camino de la inacción. Si todo viene de afuera, sólo tengo que esperar a que las condiciones mejoren. Más aún, siguiendo esa lógica se podría llegar a concluir que las políticas públicas no importan para generar mayor dinamismo económico y que sólo dependemos de lo que pase fuera de nuestras fronteras, es decir, de cosas que no controlamos. Las últimas tres décadas de Chile representan un claro mentís a esta visión fatalista.
Estamos en época de elecciones y el ministro creyó que un modesto 2,9% de crecimiento en un mes era un logro a destacar y así obtener algún dividendo político. Se equivocó y no hizo más que hacer aún más patente el pobre desempeño económico de los últimos años y, peor aún, demostrar cómo, para justificar este pobre desempeño, algunos han ido bajando la vara hasta niveles que son francamente inaceptables.