Ya sea por convencimiento o simplemente por ceder, la búsqueda de acuerdos se traduce en que, junto con las banderas propias, se propongan banderas que tradicionalmente fueron enarboladas por los del otro lado.
La primera cuenta pública del actual gobierno del Presidente Piñera enarboló banderas propias y otras tradicionalmente ajenas. Ciertamente, tuvo bastante de los conceptos habituales de la derecha (crecimiento, seguridad, familia). Pero tuvo también elementos que en su origen provienen de un mundo más progresista, como la agenda de género, la mantención de la tasa de impuestos corporativos que fijó el gobierno anterior, una mayor regulación de las isapres, ciertas formas de gratuidad en educación superior y una incipiente apertura a la adopción homoparental.
En el mundo desarrollado, la mayoría de estas banderas ya flamean. Incluso, ellas forman parte del ideario de varias derechas modernas, lejanas al dogmatismo que dominó a nuestra derecha en el pasado reciente y que aún sobrevive en ciertos reductos (la excepción es la gratuidad universal de la educación superior, con la que hasta Marx estuvo en desacuerdo y de la cual varios países desarrollados intentan escapar, pues es cara, regresiva e ineficiente).
Tomar banderas propias y ajenas es coherente con la importancia que el Presidente dio, en la primera parte de su discurso, y con referencias a Aylwin mediante, a los acuerdos. La búsqueda de acuerdos necesita de un diálogo abierto a la posibilidad de convencerse de que el otro tiene la razón o bien, cuando tal posibilidad no existe, requiere de la buena voluntad de negociar. Ya sea por convencimiento o simplemente por ceder, la búsqueda de acuerdos se traduce en que, junto con las banderas propias, se propongan banderas que tradicionalmente fueron enarboladas por los del otro lado. De hecho, la incorporación de ideas originalmente ajenas se vio también en la transición, cuando la Concertación, bajo la misma lógica de los acuerdos, promovió una agenda económica que, con tratados de libre comercio y concesiones, se asociaba tradicionalmente a la derecha.
Y es que, a menos que se crea que las preferencias de la población están muy polarizadas (como tal vez pensó el gobierno anterior), a las coaliciones les conviene acercarse al votante mediano -el que está justo al medio en la distribución de preferencias políticas-, quien es más libre que los partidos para tomar lo que le gusta de aquí y de allá. Así, apuntar al votante mediano es parecido a buscar acuerdos y, tal como observó Anthony Downs, conduce a que haya pocos cambios entre un gobierno y otro, lo que favorece la estabilidad. Esta es una de las gracias de la democracia.
Pero lo cierto es que tomar banderas ajenas suele sacar ronchas por lado y lado. Los dueños originarios de las banderas tomadas a veces reclaman porque las banderas son «suyas» (¿no debieran, en cambio, estar felices y agradecidos?) y algunos de los propios reclaman porque les son ajenas. En cualquier caso, en el modelo de Downs, solo el votante del medio queda perfectamente contento.
La incorporación de banderas ajenas será, posiblemente, cada vez más frecuente en nuestro país. Por un lado, porque un Congreso elegido con un sistema más proporcional favorece una política orientada en torno a más de una dimensión (por ejemplo, dimensiones económica y «valórica»). Por así decirlo, hoy hay representación parlamentaria para una derecha liberal y para una izquierda conservadora, y las negociaciones parlamentarias serán, entonces, más multidimensionales y complejas. Por otro lado, hoy es crecientemente la ciudadanía, y no el Gobierno, la que fija la agenda pública. Y a la ciudadanía, quizás sabiamente, poco le importa de dónde vienen las banderas.