El Mercurio, 25 de julio de 2015
Opinión

Beyer: «Al giro del Gobierno le falta contenido»

Harald Beyer.

por Waldo Díaz y Alfonso Peró

Desde su oficina del Centro de Estudios Públicos, una casona ubicaba en calle Monseñor Sótero Sanz, en Providencia, Harald Beyer ha seguido de cerca el debate político que se ha generado después de que la Presidenta Michelle Bachelet anunciara el llamado «segundo tiempo» de su gobierno, hace dos semanas.
Si por las noches repasa «Los endemoniados», la novela de Dostoievski que leyó hace años, en las mañanas lee ensayos académicos que, posteriormente, arruma en su escritorio.
Desde ese mismo lugar, el director del think tank ahora parte recordando el relato del primer gobierno de Bachelet y luego explica por qué, a su juicio, debió marcar un punto de inflexión al regresar a La Moneda.

-¿Qué significa para usted la frase «realismo sin renuncia», que acuñó la Presidenta Bachelet?
-Creo que el Gobierno y la Presidenta hicieron un análisis de que su agenda estaba perdiendo popularidad de manera acelerada y, al mismo tiempo, venía una situación económica que se iba a complicar. Entonces la Presidenta, en un acto de valentía, hizo un giro y el realismo sin renuncia de alguna forma interpreta ese giro. La Presidenta hizo primero el cambio de gabinete, después un reconocimiento de que su agenda, más que el programa, estaba siendo rechazado. Había perdido al grupo medio de una forma impresionante, en muy poco tiempo lo perdió completamente, y después comenzaron a sumarse los de bajos ingresos, donde estaban sus fortalezas más claras. Ahora, al giro del Gobierno le falta contenido y eso es lo que uno está esperando del nuevo gabinete. Ha sido lento, se ha demorado mucho en esta negociación que está haciendo en la Nueva Mayoría y que, probablemente, se zanje en su cónclave. Faltan más señales en el ámbito económico, educacional. Eso aún no se produce.

-¿Por qué?
-Hay que entender qué es lo que pasó. Estamos en una crisis política, no cabe duda, pero motivada por una crisis de confianza, y los gobiernos presidencialistas son malos para salir de las crisis políticas porque no hay una separación entre el Jefe de Estado y el jefe de Gobierno. La Presidenta es Jefa de Estado, pero también es jefa de la coalición, entonces no es tan fácil hacer el cambio porque ella estuvo muy marcada con una agenda, decidió corregirla y hacer ese cambio genera vacíos de liderazgo, que es un poco lo que estamos viendo. La Presidenta no tiene ninguna posibilidad de recuperar sus atributos personales en esta situación, entonces, la única forma es cambiar un poco la agenda. Y eso obliga a avanzar rápido, por ejemplo, en corregir la reforma tributaria.

-Ya lo está haciendo el ministro de Hacienda.
-Lo está haciendo, pero todavía hay pocas señales respecto de eso. Es difícil, yo entiendo las dificultades que tienen, hay una tensión al interior de la Nueva Mayoría, pero el problema aquí es la población. Porque el Gobierno sigue trabajando pensando en las élites. Las élites, sobre todo las de la Nueva Mayoría, están muy marcadas por una visión refundacional, pero la población hace rato se desligó: uno mira las encuestas, ve el gran rechazo que hay a las reformas. Lo que ha habido es una concentración en torno al centro. Hay una demanda por moderación, por cambio, pero al mismo tiempo por estabilidad. Entonces, este discurso refundacional produce una disociación entre la población y el Gobierno y esa es parte de la fuente de la desconfianza. A mí no me preocupa mucho la caída en la confianza de los políticos, es un fenómeno relativamente mundial y, además, los políticos tienen fuentes alternativas de legitimidad, como lo es su ideología. Pero, en cambio, la única fuente de confianza de las instituciones es hacerlo bien. ¿Por qué ha caído la confianza en el Gobierno? Porque no se hace cargo de los problemas que tiene la población.

-¿Cómo interpreta usted el rechazo que hubo en la comisión de Educación al proyecto de Carrera Docente?
-El Gobierno pecó de exceso de confianza. Pero hay un problema más global. Curiosamente, la disociación que se ha producido entre la Nueva Mayoría y la población ha dejado el campo libre para los grupos de presión. Por una parte, la indefinición de la nueva agenda, del giro (del Gobierno). Por otra, la disociación que se produce -o que ya se había producido- entre la población y el Gobierno ha abierto un tremendo espacio que han ocupado los grupos de presión. Entonces, en la actualidad, los interlocutores del Gobierno son más bien grupos, gremios que tienen intereses y que no necesariamente representan los de la población. Ese es el fenómeno de corto plazo más grave que está sucediendo en el país. Esto es algo que ya Maquiavelo lo decía. En momentos de indefinición, hay polarización, algo de eso lo hemos visto en la Nueva Mayoría: los grupos tiran su propia agenda, cada uno quiere imponer y se genera un vacío. Los momentos de indefinición son, según Maquiavelo, muy graves porque no producen ni amigos ni derrotan enemigos. Y eso es un poco lo que estamos viendo en este momento.

«Torcer el timón»

-La Nueva Mayoría tiene como origen el apoyo a un programa común. ¿Qué efectos políticos puede tener cambiar la carta de navegación?
-Aquí, por supuesto, el mundo político blufea, y parte de todo este discurso tiene que ver con empujar reformas en los que ellos creen. Pero, al final, hay un sentido electoral que va a impedir un quiebre, ni siquiera el PC. Dificulto que el PC pueda tener la representación política que tiene hoy día, incluso con el cambio al sistema electoral, en un esquema en que vaya enfrentado a la coalición de centroizquierda. Entonces, hay un realismo electoral que hace plausible pensar que el nuevo gabinete tiene mayores posibilidades de torcer el timón, o de enderezarlo, de lo que ellos mismos hoy día están creyendo.

-¿Es más complejo enderezar el timón con una Presidenta que tiene el 29% de adhesión, de acuerdo con el CEP?
-Precisamente lo que tiene que ofrecer es una agenda que permita hacer crecer su respaldo popular, eso es lo que en política uno busca, esa definición es la primera. Ver bien dónde están los votos. Y los votos están mucho más por políticas de centro, moderadas, que por políticas radicales o refundacionales. Ahora, ¿qué significa eso? Significa ir creando confianzas. Una reforma tributaria que resuelva los problemas que tiene la actual y que permita a la población, a los empresarios, a todos, visualizar de que ese es un camino razonable, en que no hay incertidumbre respecto de cuál va a ser lo que finalmente se va a terminar pagando. Una cosa puntual.

-¿Tiene un costo político?
-Yo no creo. La gente valora aquellos gobiernos que, de alguna forma, estiman son sus errores. ¿Genera eso un gran problema al interior de la Nueva Mayoría? Esta es una reforma técnica finalmente. En la medida en que no signifique reducir las tasas o la recaudación, hay mucho espacio para mejorar esa reforma. Ahora, es doloroso, porque es la misma coalición la que aprobó la reforma. Pero cuando uno quiere ganar confianza, tiene que hacer actos que son dolorosos.

-¿No es darles la espalda a sus electores, como plantean sectores de izquierda?
-No, yo no lo veo así. Todo el mundo entiende que la votación de 2013 fue por Bachelet, no fue una votación ideológica en el sentido estricto de la palabra, porque no hay ninguna evidencia de que la gente se haya «izquierdizado» en ese período. Entonces, son otros atributos los que eligió en ella. Y esos atributos tienen que ver mucho con su primer gobierno, con el eslogan ‘Estoy contigo’. Lo que se rompió ahora es ese vínculo. No creo que lo vaya a recuperar de manera personal, pero sí lo puede hacer a través de una agenda que convoque a más gente. -¿Cuán relevante fue que el ministro Jorge Burgos haya sugerido que la reforma constitucional no se realizará en este gobierno y que se hará sin atajos?

-Muy importante. Deja un elemento de la desconfianza, que es tener la sensación en algún momento de que nada tenía orilla y que se podía desbordar de alguna forma la institucionalidad a través de atajos. Esa puerta quedó cerrada. Siempre había estado todo esto muy en el aire y hoy día quedó definitivamente cerrada. Creo que ese fue un mensaje importante del ministro Burgos.

Identidad de la centroderecha

-La centroderecha estrenó esta semana una suerte de modelo de coordinación permanente, ¿es suficiente para capitalizar la caída del Gobierno?
-No, no es suficiente, pero es un buen paso inicial. El mundo de la derecha tiene que demostrar capacidad de colaboración y diversidad. En política se trata de sumar y no restar, y la forma en que ha operado tradicionalmente la derecha es más bien una cosa de resta más que de sumas. Así, esta plataforma puede ser una manera de mostrar mayor apertura, más sumas que restas. Que funcione bien depende de que efectivamente sea una coordinación, que exista la sensación de una vocería única, que apunte a transmitirle a la población lo que haría en cada uno de los casos a enfrentar. Esa parte es la que veo más débil todavía: cuál es la oferta a la ciudadanía. Eso tiene que ir aclarándose.

-¿Debería endurecer su rol fiscalizador? ¿Hacer más nítidas sus diferencias con el Gobierno?
-Volvamos al tema laboral. En este, aparece la DC o una parte de la DC como la oposición, pero esas ideas no son ajenas al mundo de la derecha. La pregunta es por qué el sector no es capaz de levantarlas. En parte porque está muy debilitado en el Parlamento, e igual se pueden aprobar cualquiera de estas leyes, independientemente de lo que piense la derecha. Eso, en un sistema presidencial, es una debilidad de la oposición. En esas circunstancias, lo que enseña la experiencia internacional es que tiene que ser más cuestionadora de las ideas y levantar las suyas. Ese proceso hoy día no ha funcionado.
Lo que pasa es que las oposiciones, como los gobiernos, necesitan identidad. Y yo creo que (la centroderecha) no ha sido capaz todavía de construir una cierta identidad: qué es lo que defiende, qué es lo que critica, qué es lo que quiere corregir. En eso ha sido débil. Por eso es muy difícil saber las tres ideas centrales que está defendiendo este nuevo conglomerado.

-¿Cuáles son?
-No sé, yo me hago la pregunta.

«Necesita mucho trabajo para que sea un aporte efectivo a la calidad y equidad de la educación»

-¿Cómo considera usted el proyecto de Carrera Docente que recientemente se aprobó en general en la Cámara de Diputados?
-Me parece que es positiva la aprobación. No se puede seguir postergando la discusión, toda vez que la carrera docente es una pieza fundamental para avanzar hacia una educación de calidad. No tengo la misma impresión de las demás reformas escolares que se han anunciado. Creo que las orientaciones del proyecto, en diversas dimensiones, van en la dirección correcta. Con todo, necesita mucho trabajo para que sea un aporte efectivo a la calidad y equidad de la educación.

-¿Cuáles son los puntos que se deberían mejorar?
-El sistema de desarrollo profesional tiene que estar claramente vinculado con los aprendizajes de los estudiantes. El proyecto es débil en esta dimensión y ha quedado aún más debilitado luego de los compromisos adquiridos para conseguir su aprobación en general. Los perfiles salariales que establece el proyecto son poco atractivos en los primeros años de la profesión. El peso de la experiencia, si bien se reduce, es aún excesivo. Los incentivos para que los buenos docentes se entusiasmen con educar en planteles más vulnerables son insuficientes. La extensión de la carrera docente a la educación particular subvencionada, particularmente por su enfoque centralizado, me parece inconveniente. La desmedida confianza en el Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas (CPEIP) como organismo encargado de desarrollar una serie de tareas claves en la carrera es inmerecida en su estado actual. La nula participación de los equipos directivos de los establecimientos escolares en la definición del desarrollo profesional de los docentes es inadecuada.

-El Gobierno finalmente logró aprobar el proyecto, pero no logró ordenar totalmente a la Nueva Mayoría. ¿Qué señal política advierte tras la votación de la iniciativa?
-Es evidente que un gobierno con baja popularidad y enfrentado, además, a un sistema electoral que incentiva, en el margen, la fragmentación, tiene la necesidad, por no decir la obligación, de enfrentar de un modo pragmático toda discusión legislativa, tendiendo puentes con diversos sectores. Desde el punto de vista de la recuperación de confianzas de la población, esa estrategia es dominante, particularmente porque, como he dicho, los electores se han concentrado en torno a posiciones más bien moderadas que extremas.