La Segunda, 16 de abril de 2013
Opinión

Beyer: Simpatía republicana

Leonidas Montes L..

Hace 500 años, el gran Niccolò Maquiavelo escribió su provocativo e influyente El Príncipe. El humanista florentino, en su histórico y fundamental opúsculo, develó la verdadera naturaleza de la política. Adelantándose en unos doscientos cincuenta años a David Hume, distinguió entre lo que debería ser y lo que es. Y para sustentar esta diferencia epistemológica utilizó, ni más ni menos, que a la idealizada política. La realidad de la política, nos hizo ver Maquiavelo, suele ser distinta a lo que quisiéramos. Lo que debería ser en política generalmente no coincide con la verità effetuale della cosa, con lo que realmente es. En cierto sentido, la práctica política —mantener o incrementar el poder— parece ser amoral. Por eso, Maquiavelo recomienda que quien quiera entrar a la política “debe aprender a ser no bueno”. El padre de la ciencia política moderna, si bien fue un republicano en vida y obra, no eludió esta dura realidad.

Y si nos atenemos a su cruda y realista concepción de la naturaleza humana, el gran Maquiavelo también es un precursor de la racionalidad económica y del public choice. Pero en economía existen importantes avances que demuestran que la racionalidad económica no es tan fría como parece. Algunos experimentos y la influencia de la evolución han demostrado que existe cooperación. O mejor dicho, que existe cierta predisposición al altruismo. Como ya había planteado el padre de la economía, Adam Smith, existe un principio en la naturaleza humana que nos lleva a celebrar y valorar el bienestar del otro, aunque esto no nos reporte beneficio alguno. Es su concepto de simpatía, que debe ser entendido como una especie de “empatía deliberativa”. Esto es, los seres humanos nos ponemos en los zapatos del otro, sentimos con él, pero también intentamos entender dónde y cómo pisan sus zapatos. Podemos sentir con los demás, pero sólo aprobamos las acciones cuando éstas obedecen a razones y circunstancias que podemos justificar éticamente. Dicho de otra forma, los sentimientos se mezclan con la razón.

Pero también existe otra cara de la realidad humana más simple, pero menos amable. Cuando dos equipos de fútbol se enfrentan en un partido importante, evidentemente ambos quieren ganar. Y si un jugador o un equipo comienzan a jugar sucio, el partido se pone más agresivo. Aumentan las tarjetas y el nivel del juego empeora. Lo mismo sucede con la corrupción, ya sea a nivel público y privado. Esta se expande como un cáncer social y perjudica a la comunidad. Posiblemente nuestros instintos de supervivencia atávicos a veces nos llevan a jugar sucio, aunque esto finalmente perjudique el bien de todos. Este fenómeno también se da en la política.

El caso de Harald Beyer, cuya acusación se comienza a discutir hoy en el Senado, tiene algo de todo esto. Y es importante por lo mismo. Aunque Beyer ha recibido una simpatía transversal que cualquier político soñaría, quizá es demasiado bueno. Nadie, en su sano juicio, duda de su capacidad y preparación para el cargo. Y si bien los senadores saben que su voto es en conciencia, al parecer esa conciencia será política, independiente de la idoneidad y dignidad de la persona. Beyer podría ser sólo otra víctima del juego político sucio.

Esta acusación constitucional a ratos se asemeja a un reality show. Sólo recuerde los rostros enardecidos de varios honorables celebrando la victoria. Andrade incluso llegó a decir “hay olor a funeral aquí, ya matamos a uno”. Es cierto, puede ser un brutal triunfo político para algunos. Pero tendrá un lamentable costo republicano. Efectivamente, lo triste es que las personas con cierto espíritu republicano consultadas por este tema inevitablemente se encogen de hombros y susurran, resignados, “así es la política”. Esta impotencia poco a poco corroe el espíritu republicano y ahuyenta a cientos de jóvenes interesados en el servicio público. Y así se exalta la ley del más fuerte, del juego sucio y la farandulización en la política.

Muy posiblemente, mañana primará esa ansiedad de poder que hoy domina y une a la oposición. Maquiavelo, un republicano realista, temía la corruzione. El esperado resultado adverso será sólo otra señal de corrupción republicana que suma al desprestigio de la política. Por todo esto, es posible que Harald Beyer pase a la historia como un mártir republicano. De ser así, ojalá no sea también el último de los republicanos.