La Segunda, 2 de octubre de 2012
Opinión

Boeninger: un gran hombre

Leonidas Montes L..

En una reciente columna, «Las preocupaciones de Edgardo Boeninger», Mariana Aylwin nos recordaba a este notable hombre y su visión y preocupación por el futuro de Chile, transmitiéndonos, de paso, cierta justificada nostalgia.

En 2009, meses antes de su muerte, Edgardo Boeninger recibió, junto a Eliodoro Matte, el Premio Res Publica, que entrega la Universidad Adolfo Ibáñez cada dos años a dos personalidades por su contribución al progreso de Chile. Recuerdo el auditorio del campus atiborrado con más de 600 estudiantes y amigos de los premiados. Y atesoro vívidamente el testimonio que don Edgardo nos dejó a los presentes. Habló de cómo había surgido su interés por lo público desde su primer trabajo en la dirección de tránsito de una municipalidad. Como ingeniero, gozaba con su trabajo, pero lo que más lo satisfacía era el impacto que decisiones tan simples como cambiar el tráfico tenían en la ciudadanía. No vale la pena recordar su conocida y reconocida trayectoria, ni su difícil niñez, pero sí ciertos valores que estos grandes hombres —junto a Patricio Aylwin, son pocos los que ostentan esta estatura republicana— nos inspiran.

Como en la mayoría de estos casos, detrás de estos grandes hombres siempre existe una gran mujer. Martita, a quien sólo conocí durante el almuerzo posterior a la ceremonia, evidentemente era mucho más que el sostén familiar. De su mirada despierta y a la vez reposada, se podía intuir esa entrega y apoyo que los años convierten en admiración mutua. Al verlos juntos, se respiraba una contagiosa alegría de vivir. Nos enteramos, por ejemplo, de que de vez en cuando se arrancaban solos a bailar.

El último libro de Boeninger es más que su legado. Es la mirada racional, honesta, objetiva y comprometida de alguien que entregó su vida a su país. Como buen liberal republicano, don Edgardo decía lo que pensaba con libertad e independencia. Y como un liberal verdadero, ejerció con humildad ese derecho cada vez más escaso a cambiar de opinión. Boeninger era de aquellos que, después de escuchar, podía ser convencido por el otro. En efecto, las añoranzas de Mariana Aylwin sobre su capacidad “de escuchar, persuadir y ser persuadido” son realmente justificadas. Pero, ante esta añoranza, me gustaría agregar que, si en un comienzo el gobierno de Piñera, con sus virtudes y defectos, tendió a buscar acuerdos, la oposición no estuvo a la altura. Basta recordar la actitud antirrepublicana y egoísta de algunos que durante las protestas estudiantiles incluso hubieran preferido la ingobernabilidad. Mirado en perspectiva, a la oposición le resultó muy difícil y doloroso dejar el poder después de 20 años. Y naturalmente la Alianza poco a poco se fue acostumbrando y adaptando a éste. En definitiva, si bien el Gobierno levantaba las expectativas, la oposición parecía a ratos olvidar el interés común.

Aunque el orgullo y la estrategia obstruccionista han disminuido ante la esperanza de regresar al poder, lo lamentable de todo esto es que, en nuestro sistema de dos grandes bloques, la oposición ha dejado una lección política inolvidable respecto de lo que significa ser de oposición. Y me temo que ésta no es una lección que le hubiera gustado a don Edgardo.

Boeninger combinaba las virtudes liberales con las virtudes republicanas. Me atrevo a sugerir que era un escéptico de tomo y lomo. Veía la verdad con cierto recelo y la realidad con pragmatismo. Posiblemente conocía muy bien la naturaleza humana y sus defectos. Como gran político que era —y vaya que lo fue— aprovechaba cierta natural intuición para “calar” a las personas. Y con estas simples virtudes, donde la humildad y el afán por lo correcto predominaban, era capaz de lograr acuerdos y mover la compleja maquinaria política, que finalmente está diseñada con engranajes humanos. No en vano la histórica dupla de Boeninger y Aylwin fue imbatible.

Al final, vivió con la misma humildad con que nos dejó, ocupado y preocupado por su país hasta el último día. Con tantos que circulan por el mundo público, vaya que es inusual y admirable esta coherencia republicana. Fue, en definitiva, un liberal republicano. Y, como amante de la libertad y la independencia, incluso fue más fiel a su país que a su partido.