Con el reciente cambio de Gabinete, pareciera que Boric se ha inclinado por su alma más moderada. Está por verse si el mandatario mantiene el curso o termina en una suerte de juego a dos bandas que, hasta ahora, le ha traído a su Gobierno y al país, más costos que beneficios.
El triunfante 58% de los votos y el fervor de sus adherentes parecían presagiar que el Presidente Gabriel Boric contaría con un amplio apoyo durante al menos el primer año de su mandato —la luna de miel” que se ha vuelto tan esquiva para tantos mandatarios en la región—. Pero nada de eso sucedió. Al contrario. No sólo sus niveles de aprobación fueron menores a los de desaprobación a los pocos meses de asumir, sino que experimentó un rápido empeoramiento antes de cumplir un año.
Esto da cuenta sin duda del complejo escenario económico y político que heredó. Pero también, que su base y el apoyo a su programa eran más débiles de lo que mostraban los triunfantes resultados electorales de la segunda vuelta y que el Gobierno no supo (¿o no pudo?) adaptarse a tiempo.
El programa inicial de Boric fue construido por Apruebo Dignidad, la coalición compuesta por los partidos del Frente Amplio (entre ellos, el partido del presidente) y el Partido Comunista. La propuesta -refundacional y de izquierda- chocó rápidamente con una realidad que las encuestas han evidenciado sistemáticamente: en Chile, quienes se declaran de izquierda no superan el 20% de la población. Para alcanzar la mayoría y darle credibilidad a su moderación, Boric debió sumar a sus equipos al Socialismo Democrático, integrado por varios partidos de la antigua Concertación. Aquella coalición que él y sus partidarios habían antes denostado y criticado. Fue de las primeras decisiones que obligaron al presidente a aceptar que sus planes son los que se deben adaptar al escenario político y no al revés. Una decisión que le permitió ganar, pero que lo obligó a gobernar con dos coaliciones — dos “almas” — que hasta hace poco estaban en conflicto directo, y que han estado en permanente tensión desde entonces.
Al poco andar, no sólo las ideas que sustentaban su programa han ido perdiendo apoyo en la ciudadanía, sino que temáticas que no estaban en su agenda se han impuesto. La seguridad ciudadana -históricamente asociada con la derecha- ha marcado estos meses. La delincuencia se encumbra como una de las principales preocupaciones de la ciudadanía a nivel transversal, sin importar por quien haya votado o su posición política. Así también, se recuperó la confianza en las fuerzas de orden y apoyo al uso de la fuerza por parte de ésta para controlar la violencia en las manifestaciones.
En otra dimensión, también ha aumentado quienes creen que la principal responsabilidad por el sustento económico está en las personas y no en el Estado, y una amplia mayoría respalda la apertura internacional. Gran parte de estos temas y el tenor de sus debates contrastan fuertemente con las posiciones que defendió Boric mientras era diputado así como hasta ahora Apruebo Dignidad, una de las almas del Gobierno.
Quizás el ejemplo más paradigmático de estos dos elementos es lo ocurrido con la propuesta de Nueva Constitución y el plebiscito de salida. Esta propuesta considerada por muchos como refundacional contenía múltiples elementos del programa inicial de Gobierno, y Apruebo Dignidad jugó un importante rol en la Convención Constitucional.
El presidente y su Gobierno se vincularon fuertemente al destino de la propuesta, al punto de que personeros claves advirtieron que el desarrollo del programa dependía de la aprobación del texto. Si bien en los últimos meses se intentaron distanciar, la opinión pública asociaba al Ejecutivo con el Apruebo, y el resultado del plebiscito fue leído como una gran derrota de la Administración. Además, en el triunfo del Rechazo se evidenciaba que ideas refundacionales no contaban con el apoyo de la ciudadanía.
Ante este escenario sólo bastaron diez meses para que la desaprobación llegara al 61%. Sólo en su base más dura —quienes votaron por él en primera vuelta— la aprobación superaba a la desaprobación (CEP, 2022). Las expectativas económicas también cayeron a su nivel más bajo: un 49% cree que la situación económica del país empeorará en los próximos 12 meses, lo que contribuye a la mala evaluación del Gobierno.
Aunque el aprendizaje ha sido costoso, el Ejecutivo parece haber comprendido que el triunfo no fue gracias a su alma más refundacional y que, para alcanzar un apoyo mayoritario, debe mantenerse del lado de los moderados. Algo nada fácil cuando las dos almas -a ratos en pugna- siguen conviviendo en el Gobierno. Pero no hay otra salida si se considera que en Chile casi un tercio de la población se ubica en el centro del eje izquierda-derecha, mientras otro tercio no se identifica en este espectro. A lo que hay que sumar que cerca de la mitad de la población prefiere que se premie el esfuerzo individual, aunque se produzcan diferencias de ingreso.
Y así aterrizamos en el fin de su primer año de Gobierno. Si bien el mandatario parecía llegar a esta fecha con optimismo por las buenas noticias sobre crecimiento e inflación, y ciertos atisbos de un mayor apoyo ciudadano, el reciente rechazo a la reforma tributaria —eje central de su programa y fundamental para lograr financiarlo-, lo pone en jaque. Tanto así que se vio obligado a cambiar la urgencia y el tono de su reciente cambio de Gabinete. Ahora el foco tenía que ser la gestión, uno de sus puntos débiles, así como mejorar el trabajo legislativo y de diálogo en el Congreso. No está claro si ante la opinión pública, Boric podrá endosar a la derecha el costo del rechazo a la reforma tributaria, pero desnuda las dificultades de La Moneda en el manejo político. Ante este episodio, se observaron dos aproximaciones: una confrontacional y, en cierta medida, similar a la desplegada post derrota del Apruebo, y otra, conciliadora para buscar acuerdos amplios que posibiliten seguir avanzando en las grandes reformas.
Con el reciente cambio de Gabinete, pareciera que Boric se ha inclinado por su alma más moderada. Está por verse si el mandatario mantiene el curso o termina en una suerte de juego a dos bandas que, hasta ahora, le ha traído a su Gobierno y al país, más costos que beneficios.