El Mercurio, 16 de julio de 2017
Opinión

Burgueses amenazados

Ernesto Ayala M..

Son amigos del colegio que, pasados los 40 años de edad, se siguen viendo, ahora con sus parejas, salvo Peppe (Giuseppe Battiston), un eterno solitario…

«Perfecto desconocidos»
Dirigida por Paolo Genovese
Con Giuseppe Battiston, Anna Foglietta y Marco Giallini.
Italia, 2016, 97 minutos.

El cine italiano, como el francés, tiene su je ne sais quoi, su qué sé yo, que nace quizás de que, a los que vivimos en América, nos gusta mirar y sentir lo que pasa en países que sentimos más civilizados, más cultos, más finos que los nuestros. ¿Aspiración cultural? Puede ser. También puede tratarse de que, acostumbrados a los rostros, gestos y actuaciones de norteamericanos e ingleses, sea refrescante mirar otras caras, pasear por otras ciudades. El cine tiene siempre algo de viaje.

Todas estas sensaciones se verifican al ver «Perfectos desconocidos», del romano Paolo Genovese, recién estrenada en Chile. La cinta relata los movimientos previos y la comida que celebrarán tres parejas y un amigo en una Roma fuera del centro histórico que hemos visto tantas veces. Son amigos del colegio que, pasados los 40 años de edad, se siguen viendo, ahora con sus parejas, salvo Peppe (Giuseppe Battiston), un eterno solitario. Son profesionales, pequeños burgueses, aunque con distinta suerte. Los dueños de casa parecen con el mejor pasar: Rocco (Marco Giallini) es cirujano plástico y su señora, Eva (Anna Foglietta), psicóloga. En el resto hay un abogado, profesionales indeterminados; Peppe, que es profesor de educación física, y Cosimo (Edoardo Leo), que maneja un taxi. Todos se conocen hace tanto y se llevan tan bien que, incentivados por Eva, acceden al juego que ella propone: poner sus celulares en la mesa y contestar el próximo llamado o mensaje a vista del resto. Es decir, transparentar lo que pasa por sus teléfonos o, lo que es igual, por su vida más íntima.

El guión es crítico, tan fundamental que se impone a lo cinematográfico. Genovese lo coescribió con cuatro guionistas, y no sería raro que la obligación de ceñirse a su estructura, a la enorme cantidad de información que entrega de cada personaje, al fino tramado de sorpresas y giros, lo haya constreñido al concebir la puesta en escena. «Perfectos desconocidos», pese a sentirse algo sobreiluminada, al estilo clásico de una comedia, se deja ver perfectamente, pero parece filmada por un robot. Cada plano es funcional a una línea del guión, a la reacción de un involucrado, a una pieza que arma la trama. Cada encuadre tiene prácticamente una sol lectura, siempre atada a lo que se cuenta. La cinta es una suma de rostros diciendo cosas y rostros reaccionando como se espera que lo hagan. Los biotipos de los personajes están también pensados así, y cada uno se comporta de acuerdo al prejuicio de su apariencia. Incluso la metáfora de la película, un eclipse lunar que tiene lugar mientras comen, se siente esquemática. Como consecuencia, pese a que la trama va ennegreciéndose a medida que comienzan a sonar los celulares, la situación nunca se convierte en el infierno de Sartre («el infierno son los otros»). Hay un algo -esquemático, tieso, pueril- que mantiene al espectador a buen resguardo. «Perfectos desconocidos» es una cinta ingeniosa, pulcra, en algún momento incluso inteligente, filmada por alguien que no conoce bien las posibilidades expresivas del cine, que ciertamente no entiende que buena parte de esas posibilidades se relacionan con dar espacio a la ambigüedad, a la posibilidad de que no todo sea tan evidente.