El Mercurio, domingo 9 de enero de 2005.
Opinión

Canal 13: ¿dónde está la audiencia?

Harald Beyer.

Tal vez a la UC le incomode más que el Canal 13 no haga las cosas demasiado distintas de los otros canales. Ciertamente, cabe esperar un poco más de dicha esta estación televisiva.

No deja de ser curioso -a propósito de las dificultades que ha tenido Canal 13- el consenso que parece existir entre moros y cristianos respecto de la supuesta incompatibilidad que habría entre una programación televisiva con identidad católica y aquella que sería del agrado de una audiencia suficientemente masiva para permitir la sobrevivencia de esa programación. Aunque no se puede negar que la tarea es difícil, el punto no parece estar probado. Es cierto que las sociedades evolucionan mucho más rápidamente que las religiones, y se producen tensiones entre las jerarquías y los fieles. En el caso de Chile, tal situación se refleja diariamente. La demanda creciente por pluralismo, por la aceptación de modos de vida diversos, parece chocar con las enseñanzas de la Iglesia Católica. Pero esta demanda no constituye necesariamente una indicación de que el país se está secularizando o que el mensaje de la Iglesia no tiene un espacio importante en esta sociedad abierta.

Es más bien una demanda por tolerancia, y no cabe duda de que la Iglesia Católica -como ha planteado el profesor Óscar Godoy en ese magnífico ensayo que es «Tolerancia liberal y tolerancia católica» (Estudios Públicos 93)- ha avanzado en este campo una enormidad, dándole un nuevo sentido a la tolerancia y desechando la coerción como mecanismo para defender o propagar la verdad. Hay espacio, entonces, para acoger incluso en el canal católico esa diversidad que se abre camino en nuestra sociedad. No debería estar ahí la queja del mundo católico; y si lo está, difícilmente será compartida de manera amplia en este mundo. De hecho, la propia Universidad Católica es, en muchos aspectos, un ejemplo de diversidad.

Tal vez incomode más en ese mundo que el Canal 13 no haga las cosas demasiado distintas de otros canales que no tienen el peso de pertenecer a una institución de las características de la Iglesia Católica.

Ciertamente, cabe esperar un poco más de esta estación televisiva. Pero, claro, siempre puede argumentarse que las parrillas programáticas de los canales son sólo un reflejo de aquello que la población quiere ver. Algo de eso hay, pero cuando los espacios de elección son más limitados, la solidez de la demanda se diluye. Si se puede elegir sólo entre whisky nacional y argentino, como alguna vez ocurrió en nuestro país, no parece fácil argumentar que ése es el único whisky que la población desea consumir. No se trata de desconocer que la televisión, a no ser que goce de subsidios o se financie a través de impuestos, no difiere mucho de un país a otro, sugiriendo de nuevo que esa incompatibilidad a la que nos referíamos al principio es imposible de superar. Pero también hay matices que podrían acomodar de mejor manera los intereses de un canal como el 13.

Desde luego, nuestra historia está llena de programas exitosos que probablemente dejarían a la jerarquía católica contenta con la oferta de su canal y a sus ejecutivos exultantes con los niveles de audiencia y avisaje. Claro, una golondrina no hace verano, aunque no deja de llamar la atención que en el cine, como alguna vez creo que hizo notar Michael Novak, entre las películas más vistas habitualmente están aquellas que reflejan una preocupación por los demás, exaltan el valor de la familia, provocan una discusión en torno a dilemas éticos profundos o suponen aunar esfuerzos individuales para abordar enormes desafíos comunes. Nada de esto está alejado, me parece, de lo que la Iglesia Católica quiere transmitir. El caso del cine es interesante porque, al haber un pago voluntario de por medio, refleja mejor que es lo que realmente quiere ver la población. Y como queda en evidencia en la literatura, la celebración de la diversidad se puede hacer apelando a buenas historias asentadas en una rica tradición literaria universal exitosa o a través de una producción en serie, como ocurre en la enseñanza escolar, donde el acento está puesto en la diversidad per se y no en la calidad del relato. Algo similar se puede decir respecto del Canal 13. Sus estándares programáticos deben reflejar la rica tradición de la dueña de la organización antes que dejarse llevar por la producción en serie, y me parece que debe recordar que no está comprobado que el primer camino signifique un fracaso de audiencias.