El Mercurio, 6 de noviembrede 2016
Opinión

Canibalismo cinematográfico

Ernesto Ayala M..

El cine del chileno José Luis Torres Leiva se ha caracterizado por ir del documental a la ficción, y viceversa, con bastante libertad.

«El viento sabe que vuelvo a casa»
Dirigida por José Luis Torres Leiva.
Con Ignacio Agüero.
Chile, 2015.
143 minutos.

En «El viento sabe que vuelvo a casa», estrenada esta semana, derechamente borra los límites entre un género y otro, o más bien entre una actitud y otra. La cinta cuenta la llegada de un director de cine llamado Ignacio Agüero (protagonizado por Ignacio Agüero) a la isla de Meulín, en el archipiélago de Chiloé. Su viaje tiene por objeto sondear una historia del tipo Romeo y Julieta que escuchó alguna vez, sobre una pareja de enamorados cuya relación fue prohibida por sus familias y que, por ello, despareció. Esto crea una excusa para que Ignacio se pasee por la isla, converse con sus habitantes y los interrogue sobre si han escuchado hablar de la historia. También permite que la película muestre un » casting » para encontrar a los adolescentes que podrían ser los protagonistas de la cinta. Entrevistas y casting se perciben de naturaleza documental, a lo que ayuda mucho la presencia de Agüero, quien, si bien ha actuado en varias cintas chilenas, es un documentalista de gran experiencia y algunas películas extraordinarias, de forma que sabe muy bien cómo hacer que las personas se sientan cómodas y hablen de sí mismas frente a un desconocido.

En el plano estrictamente dramático, no sucede mucho más que lo recién contado. Ignacio, el personaje, por mucho que intenta, no encuentra a nadie que le cuente de la tragedia romántica que fue a buscar. En el intertanto, sin embargo, aprende sobre Meulín y las tensiones históricas entre el sector habitado por indígenas y el sector habitado por mestizos. Como en otras cintas de Torres Leiva, el nivel emocional permanece extremadamente bajo, no hay -ni de cerca- revelaciones o epifanías, no pasa prácticamente nada. La cinta sí tiene «momentos», algunas observaciones cinematográficas aquí y allá, algunos aciertos en el uso de la luz, algunas composiciones pictóricas sobresalientes. Sí, califica como una cinta bonita, delicada, como la gracia de su título.

Lo más interesante es, quizá, la relación entre Torres Leiva e Ignacio Agüero. Hay una suerte de canibalismo cinematográfico. «El viento…» podría haber utilizado a cualquier actor en el personaje del director que busca una historia en Meulín. Incluso podría haber usado a cualquier documentalista chileno o al mismo Torres Leiva, que ha dirigido varios documentales. Cuando utiliza a Agüero, en cambio, invoca también su figura cinematográfica -tan entrañable para quienes hemos seguido su cine- y, por sobre todo, su tono, esa forma de estar entre tranquila, directa y atenta que define buena parte del carácter de sus trabajos. En otras palabras, con Agüero haciendo de sí mismo, con Agüero llevando adelante las entrevista de manera casi exactamente igual a como lo hace en sus propias películas, «El viento…» se convierte, en la práctica, en una película de Ignacio Agüero. Súmese a esto, que las películas de este director también se caracterizan por girar en torno a un espacio físico muy acotado y que -como en «Aquí se construye» (2000) o «La mamá de mi abuela le contó a mi abuela» (2004)- suelen buscar una historia que en un principio no es aparente; «El viento…» se mimetiza aún más con el cine de Agüero. Extraño efecto, porque a la vez es incompleto. De haber sido dirigida en verdad por Agüero, la cinta hubiera sido ciertamente distinta, posiblemente con más ritmo, más humor y una tensión más honda. Quién sabe. Es imposible juzgar intenciones a partir de una pura cinta, pero si Torres Leiva pretendió apropiarse para sí del «carácter Agüero», el efecto terminó en camino de ser inverso: Agüero se apropió de la película sin ser más que, en este caso, un actor.