La historia moderna de Chile, así como la de Cuba estuvieron extrañamente entrelazadas.
A pesar de la lejanía y las diferencias, ambas pasaron a representar símbolos ideológicos de proyección universal a partir de la revolución en un caso, y de la elección de 1970 en el otro. Se sabe la influencia decisiva del castrismo y de la Revolución Cubana en la izquierda chilena, al fijarla -no solamente en los comunistas- en el modelo marxista como meta para Chile. El mismo Allende repetía que él era el Fidel Castro de Chile, solo añadiendo que su única diferencia es que lo haría con métodos pacíficos. ¿Qué pensaba Castro de Chile?
Desde 1959 trabó una relación estrecha con Allende y otros socialistas, que de ahí en adelante lo seguían como estrella polar. Castro siempre miró con desprecio a la democracia «burguesa». Cuando llegó a La Habana -se vio- tenía en mente un sistema jacobino, de poder total y pronto se decidió por su versión marxista; en todo ello la reacción de Washington tuvo poco que ver. Apoyó a la izquierda chilena y dentro de esta fue creciendo la fogosidad por seguir el camino de la acción directa y Castro autorizó la formación de cuadros guerrilleros; Allende por su parte apoyaba la guerrilla en el continente, aunque decía que Chile era distinto. En 1970, Castro ordenó al MIR detener la incipiente lucha armada para no entorpecer la candidatura de Allende y fue fundamental en articular y armar al GAP, lo que tantas consecuencias traería. En estas páginas se ha recordado la célebre visita de Castro a Chile y su mirada en el fondo crítica a la izquierda y de refilón al mismo Allende -aunque en diversas ocasiones contuvo al sector de Altamirano- y su resultado más bien negativo por la reacción adversa que desencadenó. De la visita añadiría su definición exacta de lo que ocurría en Chile, «no una revolución, sino que un proceso revolucionario» que debía conducir a la revolución.
En una carta de fines de julio de 1973 conmina al chileno a pactar con la DC solo como táctica, y que si hubiese enfrentamiento, debía sacrificar su vida. Allende tenía desde mucho antes decidida su actitud para tal caso y esta intromisión sargentona de Castro le tiene que haber herido al menos en el subconsciente. Con aire de extrañeza, Castro le decía a un miembro del politburó de Alemania Oriental que para el golpe de 1973 Allende no había solicitado la entrega del armamento cubano almacenado en la embajada de Cuba o la ayuda del pelotón de tropas especiales bajo el mando del coronel De la Guardia (a quien fusila en 1989), como parece habían acordado. Después alentó y preparó la lucha armada del MIR primero y después la del Frente Manuel Rodríguez. Su meta era provocar una rebelión que destruyera o incapacitara a las fuerzas armadas chilenas haciendo imposible una salida democrática en Chile, ya que la fuerza radicaría en las milicias. Sabemos el resultado -menos mal- de una estrategia que en el fondo iba dirigida contra las fuerzas de centroizquierda, puntales del Chile post-1989.
Si la muerte de los Castro será el fin del castrismo, está por verse. Sí será el fin del régimen patrimonial (el Estado soy yo). Como lo dejó ver en su apoyo a Bolivia a raíz de La Haya, Castro quedó con un profundo resquemor ante el nuevo Chile y la transformación de la izquierda. Entretanto, un país como Cuba, a fines de los 1950, en muchos sentidos socioeconómicos comparable al nuestro, está hundido en la impotencia, aunque tanto latinoamericano rinda homenaje a su dictador máximo, cuya flor más escogida es la declaración servil de la Cepal.
Hay dos Cubas y siempre las habrá; quizás los más estarán desconcertados. Ojalá que la isla encuentre la paz consigo misma.