El informe nos permite reafirmar, una vez más, que lo que les sucedió a tantas personas realmente nos importa y duele, y que podría haberse evitado con un mayor compromiso de todos con las libertades públicas y privadas. Y esto, ciertamente, le hace bien a Chile.
Para los que han leído los testimonios que, en su momento, recogió la Vicaría de la Solidaridad (y su antecesora el Comité de Cooperación para la Paz), el trabajo de la Comisión sobre Prisión Política y Tortura era largamente esperado. Un país que no da cuenta de alguna manera de esa realidad histórica difícilmente puede generar el clima de confianza y de amistad cívica que es indispensable para construir un país en que más allá de nuestras diferencias impere en el debate público un clima de respeto por las ideas y convicciones del otro.
Por eso es que el informe no puede ni debe ser leído como un recordatorio -no faltarán los que planteen qué oportunista- de hechos que en gran medida conocíamos sino que como un reconocimiento de que lo que pasó en esos años nos importa y estamos, por tanto, dispuestos a aprender a partir de él. Por supuesto, nadie puede garantizar que estos hechos no se repetirán alguna vez en el futuro, pero después del informe estoy seguro de que disminuirán las posibilidades que se repitan. Las democracias «crecen» de las maneras más insospechadas con estos procesos y, por eso, debe ser bienvenido.
Las sociedades evolucionan y los contextos actuales son diferentes de los que había hace tres décadas, pero nada de ello, como ha señalado oportunamente el general Cheyre, puede justificar los hechos de ese entonces. Tampoco una historia previa donde, ocasionalmente, los procedimientos policiales rayaban en la tortura. Son más de 27 mil casos los que ha clarificado la comisión encargada del informe. Para una población que en ese entonces sumaba algo más de 10 millones las proporciones no dejan de ser abrumadoras. El volumen de afectados y la repetición de procedimientos similares en diversos puntos del país hacen muy difícil sostener que no haya habido una responsabilidad institucional en estos hechos. Si ellos ocurrieron porque se los promovió desde los altos mandos o por la incapacidad de éstos de impedirlos es una discusión semántica que no tiene mucho sentido cuando el poder está tan concentrado y se ejerce a través de instituciones extremadamente jerárquicas.
No se pueden descartar aprovechamientos políticos de este informe de algunos sectores, una discusión interminable respecto de las reparaciones que corresponden a las víctimas de las atrocidades que sufrieron a manos de agentes del Estado o de las responsabilidades que les corresponden a cada cual en estos hechos. Creo que todo ello es secundario. El informe nos permite reafirmar, una vez más, que lo que sucedió a tantas personas realmente nos importa y duele, y que podría haberse evitado con un mayor compromiso de todos con las libertades públicas y privadas. Y esto, ciertamente, que le hace bien a Chile.
La izquierda no caben dudas de que ha revalorizado esa democracia «burguesa» que en esos años tanto cuestionaba. Después de todo son las instituciones que esta forma de gobierno ha ido generando y perfeccionando las que mejor garantizan las libertades y derechos individuales. Para la derecha el informe representa una oportunidad para afirmar sus compromisos con las libertades ciudadanas. Durante el régimen militar no levantó la voz con la fuerza necesaria, como lo había hecho en el gobierno anterior, para denunciar las amenazas a esas libertades. Creo que abrazar el informe y valorarlo en su propio mérito es un paso necesario si estos sectores políticos quieren ganar credibilidad en esta dimensión.
Seguramente no se cerrarán aquí las heridas que produjeron las inaceptables violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, el país habrá avanzado a un nuevo estadio donde las justificaciones de esos hechos ya no encuentren cabida y, como en las democracias maduras, las diferencias se canalicen a través de las instituciones políticas y judiciales. Para una sociedad que se vuelve cada vez más compleja y diversa ese escenario es extraordinariamente bienvenido. Porque si bien no es necesario que nos queramos todos sí es indispensable que nos respetemos.