La Tercera, 16 de marzo de 2014
Opinión

Chile ha cambiado

Leonidas Montes L..

Durante la campaña presidencial que llevó a Piñera a La Moneda, se discutían algunas de las promesas. Algunas parecían exageradas. Recuerdo haber escuchado en una entrevista radial al ex ministro Larroulet aclarando la promesa del millón de empleos. Se debatía si el programa de Piñera se refería a 200.000 empleos cada año, esto es un millón de empleos desde el 2010 al 2014, o si realmente se comprometían a crear un millón de empleos durante los cuatro años del gobierno de Piñera. También se prometía crecer a un 6% anual. En ese entonces cundía un cierto escepticismo que se escondía bajo el fragor electoral.

No se puede negar ni el éxito ni la convicción de Piñera en estas materias. Así como estaba convencido de que los mineros podían estar vivos, también estaba convencido del potencial económico del país. Desconocerlo sería miope. Ignorarlo, mezquino. Casi un millón de empleos, crecimiento promedio cercano al 5.5%, importante aumento de salarios reales e inflación controlada, son motivos suficientes para aplaudir. Y aunque el país ha quedado a un paso del desarrollo, también hemos aprendido que las frías cifras no lo son todo.

Cuando Piñera declaró que deja un Chile mejor, está en lo cierto. Este gobierno marcó una transición política, social y económica. Si bien el histórico hito de los cómplices pasivos pudo perjudicar a la candidatura de Evelyn Matthei, zanjó de cuajo una vieja deuda. Cortar el cordón umbilical con lo malo que dejó Pinochet, es tan necesario como reconocer las grandes reformas que nos dejó y que le han permitido a este país progresar. Los resultados de casi 30 años de crecimiento sostenido están a la vista. Basta levantar la mirada al otro lado de la cordillera, o simplemente recorrer el vecindario sudamericano, para darse cuenta de lo que es Chile hoy. No es casual que seamos el único país sudamericano miembro de la OCDE. La verdad es que lo merecemos. Y lo ganamos.

Hubo varios errores durante el gobierno de Piñera. Entre ellos el emblemático caso Barrancones, que se relaciona con el preocupante legado energético que enfrentará el país. Y evidentemente una falta de comprensión de la política en su sentido más amplio. Esto quedó de manifiesto en todas las últimas elecciones. Pero la transición que gatilló Piñera tiene otras caras. Por de pronto, surge una sociedad más empoderada, informada y conectada. Consciente de sus derechos, el chileno ya no es tan tolerante. Tampoco se compra los cuentos fáciles. Se respira cierta sana independencia y autonomía. En Chile, ante la sombra de los abusos, tenemos un ciudadano más exigente y empoderado. Y el gobierno se puso a tono con estos nuevos tiempos. Nos deja, por ejemplo, un Sernac reloaded. Y una SVS que pisó huevos.

Existe también otro fenómeno subterráneo que es importante. Es la transición económica: con este gobierno termina la preeminencia y el dogmatismo de los Chicago Boys. De hecho no parece ser casual que tanto Piñera como Larraín sean ambos doctorados en economía de Harvard. Esto no quiere decir que ahora la economía ya no importa; simplemente se ha producido un cambio.

Lo que hemos logrado en Chile en términos de crecimiento económico en los últimos años es sorprendente. Pero a medida que los países crecen, el contexto y las exigencias cambian. Las exitosas reformas implementadas por los Chicago Boys, qué duda cabe, dieron sus frutos. Pero los logros económicos no nos pueden cegar ante las carencias del legado de los Chicago Boys en Chile. Y tampoco podemos olvidar que en algunos aspectos los Chicago Boys en Chile eran más Chicago que los propios Chicago.

El liberalismo, ese paragua intelectual que agrupa a un amplio espectro, no es sólo una doctrina económica. Para ponerlo en términos simples, reducir los fenómenos sociales y políticos a simples modelos económicos es sólo una parte de la historia. No lo es todo. La racionalidad económica, el famoso homo economicus, ciertamente nos ayuda a entender la sociedad. Pero no necesariamente determina cómo es o cómo debería ser. La realidad social y política, vaya novedad, es más compleja.

Milton Friedman promovió exitosamente el libre mercado y la libertad individual en el contexto de la guerra fría. Promovió una sociedad libre y luchó contra las ideas socialistas cuyos cantos de sirena siguen seduciendo a muchos. Los fracasos de algunos experimentos sociales suelen olvidarse. A veces simplemente se ignoran. Por eso, ciertos principios como la libertad, propiedad privada, libre mercado, la confianza en las personas y sus capacidades son fundamentales. Hay que cuidarlos, pero sin perder de vista que la economía no lo explica todo.

En esta transición muchos empresarios ya aprendieron que en el Chile de hoy maximizar la utilidad no es sólo el resultado de un proceso productivo que se reduce a un simple ejercicio de optimización matemática. Evidentemente en una sociedad que crece y progresa, la última línea se hace cada más compleja. Están los stakeholders. Existe el respeto al medioambiente. Y más allá del mercado, que posee su propia ética, también existen ciertos principios y valores compartidos.

En definitiva, el viejo discurso de generar trabajo y crecer a tasas elevadas sigue siendo necesario. Pero ya no es suficiente.Hay que crecer para alcanzar el desarrollo, pero sin perder de vista que el desarrollo no es sólo PIB per cápita. De cara al verdadero desarrollo, Chile ha cambiado. La cultura ochentera y noventera -si se me permite el uso de esa palabra- está en retirada. Y con ello, el relato de los Chicago Boys ya cumplió su ciclo.