En su De la Democracia en América Alexis Tocqueville sostuvo que «La pasión por el bienestar material es esencialmente una pasión de la clase media, que crece y se extiende con esta clase; que se vuelve preponderante con ella.» En América latina las amenazas a los logros que han alcanzado y las trabas a un progreso continuo son rápidamente denunciadas por esa clase e incluso no tiene problemas para hacerlo a través de movilizaciones de diversa naturaleza e intensidad. Los grupos medios, si bien son fragmentados, comparten elementos comunes. Entre estos destacan sus menores lealtades hacia el mundo político, pero también hacia las empresas, las organizaciones de la sociedad civil o las instituciones del Estado.
Chile no es la excepción a este patrón. Así, es evidente que las lealtades ideológicas se han perdido. Al reinaugurarse la democracia casi un 80% de la población se identificaba o simpatizaba con un partido político. Ahora, esa proporción no llega al 30%. Este cambio ha sido liderado por los grupos medios y estos, en una demostración clara de sus escasas lealtades, fueron claves en el triunfo de Sebastián Pinera, luego lo abandonaron para votar por Michelle Bachelet, pero ahora ella parece estar sufriendo esa falta de apego ideológico reflejada en la caída en su aprobación.
¿Qué hay detrás de estos cambios? Muchos factores, pero la observación de Tocqueville juega un papel central. La crisis de 2008-9 creó ansiedad y fundamentalmente temor a perder el progreso obtenido. Surgió una demanda, reflejada en diversas encuestas, por mayores niveles de protección y redistribución. Esta tendencia llegó también a Chile. Aunque en nuestro país, como casi en toda la región, el impacto fue acotado, la sensibilidad creada en ese episodio quedó instalada. La fuerza del movimiento estudiantil en Chile es una demostración de aquello. El alto costo de la educación superior, un muy imperfecto diseño del sistema de ayudas estudiantiles y dudas sobre su calidad fueron esta vez las razones, pero el impacto sobre esa pasión por el bienestar material era similar.
Este escenario, más allá de debates y políticas específicas, parece haber instalado la convicción en el oficialismo que las preocupaciones de los grupos medios deben satisfacerse a través de un mayor énfasis redistributivo y más específicamente a través de la construcción de un estado de bienestar. Por cierto, siempre es posible argumentar que ello no supone renunciar al crecimiento económico como vehículo de progreso de esos grupos. Pero es difícil sostener que la propuesta política del actual gobierno es similar a la de crecimiento con equidad de Ricardo Lagos.
Sin embargo, los grupos medios no parecen estar dándole mucha credibilidad a ese camino y es posible que ello ayude a explicar su alejamiento de Michelle Bachelet. Por supuesto, esto se combina con la reforma educacional que estos sectores perciben como una amenaza a la educación particular subvencionada que, a su vez, sienten como un vehículo que apoya su progreso. Pero, por qué no valoran esa estrategia. Quizás la ven como impracticable y algo de ello hay. La carga tributaria chilena, aun después de la reforma, está lejos de alcanzar el nivel que se observa en los países que han construido un estado de bienestar y no es obvio que alguna vez pueda hacerlo. Típicamente estos países tienen, por una parte, niveles de empleos que son entre 10 y 20 puntos porcentuales superiores a los chilenos y, por otra, le cobran prácticamente a toda la fuerza de trabajo impuestos a la renta. De hecho, al nivel del salario medio la tasa promedio en los países de la OCDE supera el 15% y en los países escandinavos está alrededor de un 30%. En nuestro caso apenas el 20% paga impuestos y para quienes tienen el salario medio la tasa de impuestos es cero.
Quizá esta realidad explique porque el 60% de los chilenos, de acuerdo a la Encuesta Mundial de Valores, insisten todavía, después de 25 años de una expansión económica elevada, que la principal prioridad para el país para los próximos 10 años sea el crecimiento económico (apenas 5 puntos porcentuales por debajo de la cifra en 1990). Por tanto, es difícil pensar que un gobierno puede gozar de aprobación ciudadana si no se percibe que está apostando fuertemente al crecimiento del país. El éxito de este gobierno y de los futuros va a seguir íntimamente ligado a este fenómeno. Por supuesto, su presencia no es condición suficiente de aprobación ciudadana; la política es mucho más que eso, pero su ausencia parece ser garantía de desaprobación. Complejo desafío para el gobierno si se piensa que la economía no tendrá un buen desempeño en 2015 y que el desempleo seguramente se elevará significativamente.